Vitoria. Hay días en los que el fútbol exige derramar sangre, sudor y lágrimas para obtener un buen resultado -y a veces ni siquiera así- y hay otras ocasiones en las que parece que un equipo ni siquiera necesita despeinarse para llevarse una victoria al zurrón. El episodio que le tocó protagonizar ayer al Deportivo Alavés pertenece a este segundo género, el de los triunfos que se acumulan con una facilidad pasmosa ante oponentes que, entre unas y otras cosas, quedan completamente borrados de la faz del césped. Y es que, durante los noventa minutos del partido de ayer solo se vio a un equipo sobre el verde de Mendizorroza, un Glorioso apabullante, dominador absoluto del balón y controlador supremo del juego al que solo su falta de acierto en la definición le privó de una goleada de escándalo en un duelo en el que se plantó en incontables ocasiones solo ante el meta rival.

No perdió tiempo el cuadro albiazul en rememorar lo que pasó hace unos pocos días en el mismo escenario de Mendizorroza en el que nada era igual. Ni rival ni ambiente ni nada. Dos abismos diferencian un mundo del otro, la Liga de las estrellas del pozo de la Segunda B, pero el conjunto vitoriano tiene muy claro cuál es su competición y no dudó en vestirse las pinturas de guerra para recuperar ese estilo que se vio obligado a abandonar ante el Barcelona.

Así, los pupilos de Natxo González volvieron a hacerse dominadores abolutos del balón y del ritmo de un juego de alta velocidad en los compases iniciales, en los que convirtieron la línea de cinco defensiva del Sestao en el casco de un buque agujereado por todas partes que amenazaba hundimiento. La acumulación de efectivos en torno al área no fue impedimento alguno para que la vanguardia alavesista penetrase a sus anchas como, cuando y por donde le dio la gana.

Así las cosas, ante tamaña sucesión de oportunidades, gracias sobre todo a la incisiva presencia de Barahona por el flanco zurdo, la cuestión del gol iba a ser un mero hecho temporal. De cuánto tardase en producirse iba a depender la placidez de toda la tarde.

Es el Alavés un equipo al que no le cuesta en exceso generar oportunidades, pero otra cosa es cuando le llega el momento de definir. Ahí es donde surgen las principales dudas, ya que pese al alto número de dianas materializadas esta cifra no es tan alta teniendo en cuenta que la nómina de ocasiones ha sido muy elevada. Ese mal salió a relucir en repetidas ocasiones, la primera de ellas en los pies de Jonan y dos más tarde que desaprovechó Sendoa, todas ellas con el único escollo de Montero para batir al Sestao.

Entre medias de esas ocasiones llegó ese gol que sirvió para abrir el partido y aportar tranquilidad. Por segunda vez en lo que va de temporada, la primera en Mendizorroza, Juanma Delgado disfrutaba de la titularidad. Y volvió a no defraudar el valenciano, quien tras un remate lejano que despejó Montero al principio puso un elegante colofón a un pase en profundidad del insistente Barahona. Mano a mano con el meta sestaoarra resuelto con un regate y un disparo con la zurda escorado y algo flojo, pero ente el que nada pudieron hacer dos defensas bajo palos.

Absolutamente dominado el partido pero con la duda permanente que propicia un marcador ajustado, el cuadro albiazul cedió metros en el arranque de la segunda parte para tratar de buscar la contra definitiva. No le puso demasiado empeño el Sestao, prácticamente incapaz de hilar una jugada en condiciones. Así, de producirse un gol el mismo iba a tener color albiazul y se volvía a poner en juego esa carrera contra el reloj para que la diana llegase antes de que las premuras en el electrónico condujesen a un nerviosismo a todas luces innecesario. Tras varias acciones de enorme peligro, fue el brillante Barahona el encargado de transformar el gol definitivo de la tranquilidad que acabó sumiendo en el bostezo un plácido duelo que bien pudo haber acabado en goleada.