Poco espacio para las dudas había dejado el Deportivo Alavés en sus cuatro primeras comparecencias oficiales, pero en la primera parte del choque copero de ayer contra el Atlético Sanluqueño se evidenció que las costuras de este equipo pueden descoserse sin necesidad de tijeras que las rasguen. Una simple bajada en el nivel de intensidad, una rebaja en el grado de concentración y todo lo que parecía una sólida fortaleza se viene abajo cual castillo de naipes. Timorato y endeble estuvo El Glorioso durante un primer período en el que pareció haber olvidado sus señas de identidad en las taquillas del vestuario. Por fortuna, allí estaban esperando esos valores que han sembrado la ilusión en el alavesismo y, tras el descanso, los futbolistas albiazules supieron blandir las armas que les han hecho poderosos para alcanzar la tercera eliminatoria copera gracias a ese rápido paso del negro al blanco en el que fue el primer aviso importante en lo poco que va de temporada.

A pesar del tempranero gol que le puso la eliminatoria de cara, el Alavés no protagonizó una de esas furibundas salidas a las que ha acostumbrado en este arranque de curso. El tanto de Barahona le tenía que haber servido al equipo de Nacho González para reafirmarse en su estilo, pero, lejos de mostrar su habitual solvencia, al cuadro albiazul se le vio timorato en sus acciones, con demasiados fallos en el manejo del balón y excesivamente endeble a la hora de defender su portería. Para colmo de males, y dentro de un guión variado completamente con respecto a obras precedentes, el fallo garrafal de Iturrioz vino a echar más leña al fuego de los nervios.

Afortunadamente, ya tras ese enorme varapalo, el Alavés vio claro que el partido no se estaba desarrollando según los cánones que este equipo necesita para sentirse superior. Ya en el final de la primera parte se pudo comprobar que se comenzaba a producir esa mutación hacia la normalidad, que regresaba el juego por las bandas y la presión asfixiante que han hecho de este equipo un bloque sólido y de máxima fiabilidad.

Tras el susto que supuso el disparo al larguero de Espinar en el arranque del segundo periodo, el equipo local se hizo amo y señor de un partido que, ya sí, se interpretaba únicamente con el guión escrito por Nacho González y que tan poco se había respetado con anterioridad. Leído el libro de estilo de carrerilla, sin fallar una coma e insistiendo en los factores fundamentales -profundidad por las bandas, llegada desde la segunda línea y solvencia atrás-, este Alavés se convierte en protagonista principal, en estrella inaccesible. Si no lo hace así, está al alcance de cualquiera.