Burgos. No es momento de pensar en florituras ni en fútbol de alta escuela. Es la hora de ganar, ganar y ganar. Ni más ni menos. Justo a eso se ha dedicado el Deportivo Alavés en sus dos últimos partidos y ese logro de encadenar dos victorias consecutivas es el que le permite, una vez más, situarse al acecho del Amorebieta. Estirando el chicle, que diría José Carlos Granero. Mirando al futuro con cierta ilusión, aunque no cabe negar que el objetivo sigue estando bastante complicado. Eso sí, la vida se ve de otra manera a un punto de distancia.

Hizo el Alavés su habitual ademán de salir en busca del partido, intentando achuchar al Burgos en zonas adelantadas y tratando de sacar provecho de la evidente endeblez del equipo de Álvarez Tomé, empeñado en generarse incluso problemas a sí mismo con unos balones retrasados hacia su portero que no hicieron más que generar inseguridad en un equipo que no necesita demasiado para zozobrar.

Pese a ello, este Glorioso no da para mucho. Menos aún si arriba le faltan varias de sus piezas fundamentales y si jugadores teóricamente creativos como Indiano y Javi Rubio aparecen con cuentagotas en el centro del campo por el abuso de los desplazamientos en largo desde zonas retrasadas, buscando siempre la cabeza de Geni y el capitán dar continuidad al balón para aprovechar la velocidad entre líneas de Casares.

Asturiano y jerezano se convirtieron prácticamente en los únicos argumentos ofensivos de un equipo huérfano de otras variantes ofensivas dignas de mención, más aún cuando Meza Colli pareció ausentarse mentalmente del partido. Solo algunas apariciones esporádicas de Indiano, las únicas ocasiones en las que el equipo fue capaz de encadenar tres pases seguidos, dieron algo de vistosidad al juego albiazul.

Como no podía ser de otra manera, de una interacción entre Casares y Geni brotó el gol alavesista. El jerezano lleva unas cuantas jornadas mostrándose desequilibrante entre líneas, actuando a placer con libertad de movimientos, y ayer volvió loco a su buen amigo Álvarez Tomé convirtiéndose en una amenaza constante para la zaga burgalesa. De una caída suya hacia la izquierda salieron un par de regates que le liberaron para sacar uno de esos latigazos secos y a ras de hierba con los que tanto sufren los porteros. En esta ocasión le tocó a Aurreko intentar frenar el zapatazo y lo hizo, pero a medias. Del balón rechazado se aprovechó Geni. La caña en las botas. En el momento oportuno y en el sitio exacto para abrir el marcador.

A partir de ese gol, el Alavés volvió a parecerse demasiado a sí mismo, a ese equipo que no es capaz de contemporizar, de sobar el balón y de buscar sus mejores opciones cuando tiene el marcador a favor. Lo de agazaparse tiene sus peligros incluso ante equipos que dan tan poco de sí como el Burgos y el balón comenzó a rondar los dominios de un Alex Sánchez que se precipitó un poco en algunas acciones pero que en líneas generales estuvo seguro.

El final de la primera parte y el inicio de la segunda se convirtieron en una partida de ruleta rusa en la que parecía que cualquiera de los dos contendientes se iba a descerrajar un tiro mortal a sí mismo. Las ocasiones de gol llegaban más por imprecisiones que por méritos. Mención especial para las combinaciones de la defensa del Burgos con su guardameta, propias de una pesadilla. Y eso por no hablar de los espacios a la espalda que dejaba la zaga y que Casares estaba casi siempre en un tris de aprovechar.

Así, instantes después de que llegase la alegría del gol del Palencia, el Alavés sentenciaba el partido con una jugada que estaba cantada desde el inicio del partido. Pase en largo de Lázaro superando a los defensas y carrera de Casares para quedarse mano a mano con Aurreko y definir una sentencia que al final acabó corroborando Palazuelos. Tres puntos al zurrón y nuevas esperanzas en el horizonte a pesar de que el juego del equipo no conduce al optimismo.