Vitoria. Otro paso más en su particular huida hacia adelante. El Deportivo Alavés continúa dando tumbos a lo largo de su temporada sin que se atisbe amago de reacción. Ni de una manera ni de otra ha conseguido Luis de la Fuente pulsar la tecla necesaria para cambiar un rumbo timorato a más no poder. La de ayer ante el Amorebieta fue una nueva demostración, y van demasiadas ya. Si el cuadro albiazul no había sido capaz de doblegar a equipos netamente inferiores, ver un cambio radical ante un oponente de la seriedad del vizcaíno era de ilusos. Y así fue. Apenas quince minutos iniciales y un arreón final de más casta que fútbol no fueron, ni mucho menos, suficientes. El punto que rescató El Glorioso a última hora, que incluso pudo haber sido una victoria, no eclipsa el desierto futbolístico que atraviesa un equipo que todavía no tiene muy claro ni siquiera a lo que juega. Trabajo, mucho trabajo por delante para comenzar con una remontada que no puede posponerse.
Comenzó el cuadro albiazul mostrando un rayo de esperanza, ya que la entrada en el once de Azkorra para formar pareja con Geni le dio al equipo algo más de presencia ofensiva. Tras unas buenas combinaciones y aproximaciones en las que tampoco se generó mucho peligro, los problemas llegaron cuando a partir del minuto 15 la defensa comenzó a flojear como acostumbra. Uno detrás de otro, los fallos comenzaron a acumularse, sobre todo en la zona de influencia de un Aridane errático a más no poder.
El Amorebieta se encontró con balones y espacios con los que agobió a un Rangel que empezaba a no ganar para sustos, alguno de ellos propiciado incluso por algún compañero propio, como el intento de despeje de Fachan que tuvo que salvar sobre la línea. Explotó a la perfección el cuadro vizcaíno los fallos constantes de Aridane y en una de las múltiples desconexiones defensivas del Alavés acabó cazando su gol, cuando en el minuto 33 Ibai González batía de un zurdazo al meta albiazul.
Si hasta ese momento a la zaga le habían temblado las piernas, a partir del gol la zozobra apuntó a hundimiento. Con el Amorebieta campando a sus anchas, solo las lucidas intervenciones de Rangel evitaron que el bochorno siguiera creciendo, a la espera siempre de una reacción que se estiraba en el tiempo sin llegar a concretarse.
Se vio entonces a un equipo plano, sin recursos, incapaz de generar nada con un balón entre los pies y completamente superado por un Amorebieta muy trabajado tácticamente y muy eficaz a la hora de cortar de raíz cada atisbo de creatividad de unos albiazules que, por otra parte, tenían los plomos fundidos.
Fue la entrada de Sendoa, reservado de principio al seguir arrastrando molestias en la rodilla, la que le dio algo de empuje a un Alavés que parece encomendarse a su particular salvador cuando el vizcaíno aparece sobre el césped. Todos sus compañeros lo tienen claro y las dudas desaparecen. Una y otra vez, los balones, en mejores o peores condiciones, buscan su posición, aunque está claro que no está atravesando su mejor momento.
Ni siquiera la expulsión de Aldalur por doble amarilla en el minuto 66 hizo reaccionar a un conjunto albiazul al que le daba lo mismo jugar contra once que contra diez. Un equipo anodino, sin alma, desorientado y sin fútbol en su brújula dejaba correr el tiempo sin ser capaz siquiera de liarse la manta a la cabeza, tocar a rebato e irse para arriba a base de redaños.
Hasta los diez últimos minutos hubo que esperar para asistir a esa reacción de casta y corazón que, como siempre, llegaba tarde. En el 81, a través de Indiano, realizaba el Alavés su primer disparo entre los tres palos y fue a partir de ese momento cuando arrancó el torrente de oportunidades que culminaron con el empate de Jito y que bien podrían haber conducido a la victoria. Eso sí, ni con tres puntos se podía borrar ayer la sensación de desastre, la tristeza sin fin entre la que cabalga este Glorioso.