apenas han transcurrido siete semanas desde que arrancó la temporada y en Vitoria ya se escucha la marcha fúnebre cuando se cita el nombre de Luis de la Fuente. El tercer proyecto, con el tercer consejo de administración, el tercer presidente, el tercer director deportivo y el tercer entrenador del Deportivo Alavés desde el descenso a Segunda B ha sido condenado cuando apenas comenzaba a dar sus primeros pasos. De la Fuente se encuentra al borde del precipicio. La afición de Mendizorroza, soberana y libre de expresar sus opiniones, lo ha sentenciado. El preparador albiazul se encuentra en una encrucijada de la que sólo una serie encadenada de resultados positivos puede sacarlo. El problema es que la sentencia no ha llegado ahora, tras siete partidos, sino mucho antes. Hace ya tres semanas que escuché las primeras voces que demandaban su destitución. Y no todas las críticas provenían del corazón sujeto a las emociones de los aficionados. También entre los compañeros de la prensa detecté temprana la condena. Me preocupa la celeridad con la que se señala, con la que se dirige el pulgar al suelo. El Alavés ha asumido un papel de club grande, porque en este categoría lo es, y no se ha concedido el tiempo suficiente como para convertirse en un equipo grande. El banquillo local de Mendizorroza ha sido una silla eléctrica estos años. Los últimos veranos han resultado terriblemente agitados y convulsos para un club en el que por fin se respira cierta calma institucional. La intransigencia para con los técnicos y los jugadores del equipo albiazul, casi siempre fundamentada, ayuda poco a alcanzar también una tranquilidad en el trabajo diario que podría ayudar mucho. Personalmente me ha decepcionado en algunos puntos la propuesta futbolística del técnico riojano. He criticado el miedo que transmiten sus esquemas, que cala en sus pupilos, pero no sé si se le ha dispensado el tiempo suficiente para trabajar con calma que cualquiera necesita. El Alavés requiere de un proyecto a largo plazo y más sosiego.
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