Fueron noventa minutos, un partido de fútbol, pero todavía diez años después sus protagonistas podrían pasar horas paladeando los posos del recuerdo de una noche que nadie olvida. Charlar con los héroes de Dortmund sobre aquel encuentro supone revivir cada detalle como si se estuviera desarrollando en el presente. No son pocos los que tratan de ocultar la emoción, un ojo que se humedece. A alguno se le escapan lágrimas furtivas, más de orgullo emocionado que de tristeza.

Los hombres que defendieron aquel día el nombre, el escudo y el honor del Deportivo Alavés a los ojos del mundo entero cambian el tono de su discurso cuando la conversación regresa al Westfalenstadion. Lo demás era adorno. La memoria se mancha de césped para hilvanar los acontecimientos que preludiaron a la desgracia, la puesta en escena de un choque que comenzó de la peor manera. “Para el minuto 15 de partido ya pensaba que esperaba que no nos cayeran seis”, recuerda Asun Gorospe, corazón albiazul, la dama del alavesismo. “Nunca esperas que un partido empiece así, con dos goles en contra. Pero si te dan un palo tienes que levantarte y buscar cómo lo contrarrestas. En el fútbol y en la vida”, analiza, con la pausa que conceden diez años de distancia, Mané.

El vizcaíno contrarrestó el varapalo inicial con un cambio: Iván Alonso sustituyó a Eggen. Y volvió a salir el sol. “Estaba con Babbel, que me sacaba una cabeza. Tiré el desmarque adelante, corrí atrás y viene justo la pelota en esos centros medidos que tiraban Delfín y Cosmin, que eran como que te viniera un pintxito o un bocadillito acá, y nada, fue saltar e intentar pegar un cabezazo fuerte. Entró y fue un gol que nos metió en el partido”, vuelve atrás en el tiempo el uruguayo, enrolado ahora en las filas del Espanyol de Barcelona.

El gol dio alas al equipo vitoriano. Los héroes, los protagonistas, recobraron la esperanza. Algunos, de hecho, jamás la perdieron: “En ningún momento vi el partido perdido, ni con el 2-0, porque notaba el entusiasmo y las ganas que le estaban poniendo los jugadores. Sabían que en aquel campo había que morir”, evoca el doctor Manu Goienetxea.

El Alavés se sacudió los miedos y creció. Recuperó su esencia, el descaro con el que había mirado directamente a los ojos a algunos de los mejores equipos del continente. Pero una desafortunada acción que acabó en penalti mandó a los jugadores a los vestuarios con un 3-1 poco halagüeño.

En la caseta, inundada de pesimismo, el colectivo se impuso a los miedos. “Cuando entramos, la verdad es que la cara de algunos era un poema”, reconoce Geli. Pero surgieron los valientes, Javi Moreno, Karmona, otros, y tiraron del resto. El levantino recuerda el speech que, con Mané al margen, le soltó el capitán a la plantilla:“Me cagüen en todo chavales, que hemos llegado aquí por ser quienes somos, que hemos sido una banda, que hemos ido por ahí a pasárnoslo bien. Así que vamos a salir fuera y vamos a hacer lo que hemos hecho todos los partidos: pasárnoslo bien y disfrutar. Y si perdemos, perdemos, pero vamos a hacer lo que hemos hecho siempre”. Las palabras del eterno capitán del Glorioso surtieron su efecto. El equipo albiazul retomó el encuentro con los ojos inyectados en sangre. Tenía prisa por regresar al ring.

Javi Moreno tomó las riendas y apenas necesitó de seis minutos para obrar el milagro. Los protagonistas reviven esos instantes con el corazón en la boca. Diez años más tarde, los olores, las frases, los sonidos, conservan su espacio en la memoria. “Llegó un momento con el 3-3, antes también pero sobre todo con el 3-3, que nada más que se escuchaba a un grupito de vitorianos escondidos en un rincón del córner y los demás, los ingleses, estaban acojonados. No es que estuvieran en silencio, no, estaban acojonados. Una cosa es estar callado y otra es estar acojonado”, enfatiza Óscar Téllez, compañero de correrías de Javi Moreno, con quien se fundió en un abrazo cargado de gratitud cuando logró el empate con un libre directo que él mismo califica como “el peor saque de falta de mi vida”.

Un epílogo cruel El carrusel de emociones prosigue conforme la charla apura los últimos instantes de la segunda mitad. El Liverpool vuelve a golpear. Muchos pierden la fe. El partido agonizaba sin remisión. Y entonces el córner, el guante de Pablo, el vuelo de Jordi. Y el éxtasis. “Nosotros con ese gol ya dimos un salto... ¡Hasta el cielo!”, aún se emociona Paco Liberal.

Lo que vino después nadie lo recuerda con rencor, no hay reproche. Fue el destino el que cruzó la cabeza de Geli, el que confundió a Herrera, el que apagó las luces. “Fueron tres o cuatro minutos donde la gente se apagó, pero después nos dimos cuenta que lo que había hecho el Alavés era algo histórico y enseguida la afición se vino arriba. Había que sentirse muy orgulloso de lo que había hecho este equipo”, cierra Asier Salcedo, nexo entre pasado, presente y futuro albiazul, que llegó a vestir la camiseta del Alavés esa misma campaña.