La Federación Alavesa de Centros Regionales está de aniversario. Surgida en 1985 con el objetivo de coordinar las diferentes casas regionales ubicadas en la ciudad y la provincia, agrupa en la capital alavesa al Centro Andaluz, la Casa de Aragón, el Centro Asturiano, el Círculo Catalán, el Hogar Extremeño, el Centro Gallego, el Hogar Navarro y la Casa de Palencia; y en la localidad de Llodio están representadas la Casa de Andalucía, el Centro Castellano-Leonés, el Centro Extremeño y el Centro Gallego.
Mónica Calvo, presidenta desde el pasado marzo –cargo que ya ocupó entre 2017 y 2023–, fue además la primera mujer en asumir esta responsabilidad. De ascendencia gallega pero nacida en Gasteiz, lleva toda una vida vinculada a las casas regionales, de las que se declara “una convencida”. Mónica repasa en DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA el papel integrador de estos centros y el orgullo que supone conservar vivas las raíces familiares sin renunciar a su identidad vitoriana.
En primer lugar, ¿cómo valora estos 40 años de aniversario?
Son 40 años de un gran aporte a la ciudad. Desde luego que Vitoria nos aporta a nosotros, pero creo que la pluralidad de Vitoria nace precisamente de todas las personas que hemos venido de fuera en busca de un futuro. Hemos contribuido a la diversidad cultural que tiene esta ciudad. Aunque yo soy de aquí, si Vitoria es una ciudad tan plural es gracias a todos los que llegaron –como fueron mis padres y otros muchos– en los años 60, 70 y 80.
¿Cómo han contribuido los centros regionales a la integración de los inmigrantes?
Durante los primeros años, los centros regionales eran el punto de referencia para los inmigrantes. Cuando llegaron nuestros padres o abuelos, venían a una ciudad donde no conocían a nadie. Como mucho, un vecino que ya estaba aquí les decía: “Oye, aquí hay trabajo, ¿por qué no venís?” Entonces, el lugar de acogida que encontraban eran las casas regionales, el centro de su comunidad autónoma. Una vez en Vitoria, la mayoría acudía a su centro regional, donde se les ayudaba incluso a encontrar alojamiento, algunos ofrecían sus propias casas, o un trabajo. Los objetivos de los centros regionales en los años 70 no tienen nada que ver con los de hoy. Han cambiado mucho. Entonces eran esa mano amiga en la ciudad, y como decimos los gallegos, un lugar donde aplacar un poco la morriña.
Un perfil renovado
¿Ese perfil quizás ha evolucionado hacia uno con mayor enfoque gastronómico?
Sí, ha cambiado. Si antes el objetivo era acoger a los inmigrantes que llegaban a una ciudad desconocida, ahora la finalidad es completamente diferente. Un punto importante es la gastronomía, porque forma parte de nuestra cultura. En un país donde la gastronomía es una de nuestras señas de identidad, no iban a ser menos las cocinas de nuestras comunidades autónomas de origen. Muchos centros se han hecho un hueco gracias a su oferta gastronómica, pero no solo por eso. Hoy en día, en los centros regionales lo que hacemos es mantener vivas nuestras culturas de origen. Ese es el plus que sumamos a la ciudad de Vitoria. Tenemos la suerte de pertenecer a dos culturas ricas, como pueden ser la gallega, la andaluza, la extremeña, la catalana… y siempre he dicho que tener esa doble identidad es un privilegio.
¿Qué importancia tiene mantener esa tradición aún estando en Álava?
Siempre decimos que el saber no ocupa lugar. Mis sobrinos hablan euskera, pero sus abuelos, por ejemplo, les hablan en gallego en casa. Esa es una riqueza que no debemos perder. Está claro que nos hemos educado en Vitoria, en Álava, y conocemos esta cultura porque hemos nacido y crecido aquí. Pero eso no significa que tengamos que dejar atrás la cultura de nuestros padres y abuelos.
¿Qué papel asumen ahora las segundas y terceras generaciones?
Hoy nos encontramos con muchas segundas generaciones, como es mi caso y el de muchas personas que participan en los centros y en sus juntas directivas. Incluso hay terceras generaciones que vienen pisando fuerte. Hay que agradecer a nuestros padres y abuelos que nos hayan sabido transmitir esa doble cultura. Proceden de otras comunidades autónomas, pero no olvidan que Vitoria es la ciudad que les dio una vida, donde criaron a sus hijos y donde ahora tienen a sus nietos. Antes era común que muchas personas quisieran jubilarse y volver a su tierra de origen, pero ahora muchos se quedan aquí porque su vida está en esta ciudad. Una pregunta muy habitual es: “¿Y tú qué te sientes más? ¿Vitoriana, alavesa o gallega, extremeña, andaluza…?” Yo siempre respondo con otra: “¿A quién quieres más, a papá o a mamá?” Para nosotros son dos culturas: una, la que recibimos desde pequeños en casa; y la otra, la de Vitoria, nuestra ciudad de acogida, que nos ha dado un futuro y donde todos tenemos cabida.
“Vitoria es una ciudad con una enorme diversidad y oferta cultural riquísima; nos centramos en mantener vivas nuestras tradiciones”
¿Cómo es el perfil de la gente que trabaja en los diferentes centros regionales?
Poco a poco están cambiando los perfiles de las juntas y está entrando gente más joven. En mi caso, he roto diferentes estereotipos, porque históricamente eran hombres de cierta edad quienes ocupaban estos cargos. Soy la primera mujer presidenta de la Federación de Centros Regionales de Álava en 35 años y, en 65 años, la primera mujer presidenta del Centro Gallego de Vitoria. Tradicionalmente, el socio era el marido, el padre de familia, y los cargos los ostentaban las cabezas de familia. Hoy en día, podemos decir que casi hay más mujeres que hombres, y se está produciendo un relevo generacional importante. Hay juntas directivas con una media de edad de entre 30 y 40 años. Estamos consiguiendo, poco a poco, ese relevo, que es uno de los grandes objetivos de las casas regionales.
Futuro prometedor
¿Qué desafíos afrontan los centros regionales?
El principal reto es mantener nuestra cultura. Vivimos en una ciudad con una enorme diversidad y una oferta cultural riquísima. ¿Cuál es nuestro valor diferencial, lo que nos permite atraer socios y mantener tanta actividad cultural? Precisamente nuestras culturas de origen. El hecho de poder tener clases de catalán, bailar sevillanas, aprender a tocar la gaita… Esa es nuestra fortaleza. Las casas regionales estamos centradas en mantener vivas nuestras tradiciones y culturas, como complemento a toda la oferta cultural que ya existe en Vitoria.
¿Son conscientes del ejemplo que han supuesto para la convivencia?
Sí, y creemos que tiene mucho mérito. No hay más que ver la acogida que recibimos en Vitoria, el cariño que la gente nos tiene y cómo respetan a los centros regionales. La calidad humana que hay en las casas regionales es nuestra seña de identidad. Gente muy trabajadora, pero también muy respetuosa con el lugar al que llegaron y con las culturas y costumbres de Vitoria. Esa adaptación fue sencilla, y eso se ve reflejado en cómo nos perciben en la ciudad. Representamos a un tercio de la población, que no es poca cosa.
¿Con qué momento se queda tras todos estos años de trabajo?
Ha habido momentos muy especiales. Solo puedo tener palabras de gratitud, porque los centros regionales me han aportado muchísimo. Si tuviera que elegir dos momentos, uno sería cuando nos concedieron la medalla de la ciudad de Vitoria, y el otro, el lanzamiento del chupinazo, que fue algo indescriptible. Estamos viviendo una época dulce en todos los centros porque contamos con nuestras propias sedes y estamos disfrutando del trabajo de nuestros antecesores. Lo hemos tenido fácil en comparación, porque yo lo he vivido: hacer una nueva sede, trasladarte, vender… son muchos años de trabajo, muchas horas, muchos disgustos, pero también muchas alegrías. No hay que olvidar que todo esto se hace desde el voluntariado. Todos tenemos nuestros trabajos, y a esto le dedicamos nuestro tiempo libre. Cualquier persona que forma parte de una casa regional merece un gran reconocimiento, porque está sacrificando ese tiempo para dedicarlo a algo que nos enriquece como comunidad.