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Cuando Vitoria fue la ‘zona cero’ del covid

Tres profesionales de la OSI Araba que combatieron la pandemia rememoran aquellos fatídicos días en los que Gasteiz y su red sanitaria se sumergieron en la “irrealidad”

Cuando Vitoria fue la ‘zona cero’ del covid

Este próximo viernes 28 se cumplirán cinco años de la confirmación del primer caso de coronavirus en Álava. Tras varias jornadas de pretendida contención y hasta 13 falsas alarmas en el conjunto de la CAV, el territorio en general y su sistema público de salud en particular se vieron inmersos de golpe y porrazo en el peor de los escenarios, ese que las autoridades sanitarias locales querían evitar a toda costa: que el patógeno se colase por el principal hospital de Gasteiz, el HUA-Txagorritxu, y además por la planta que la Organización Sanitaria Integrada (OSI) Araba había decidido acondicionar para aislar a los posibles pacientes que llegasen al centro con covid-19, del que muy poco se conocía aún.

La persona infectada era una doctora del área de Medicina Interna de Txagorritxu que recientemente había viajado a Andalucía y que a su regreso presentaba síntomas muy leves. Pese a que la profesional dio negativo en las primeras pruebas y siguió trabajando en el hospital, pronto comenzó a padecer fiebre, cogió la baja y un nuevo test confirmó su contagio. 

Los primeros casos

58 personas del entorno de esta facultativa fueron sometidas a pruebas diagnósticas y una de ellas, un compañero de unidad del propio centro de José Atxotegi, dio también positivo un día después, el sábado 29.

Se trataba, al menos que se supiese en aquel momento, de la primera infección producida por el SARS-CoV-2 dentro de Álava, cuando los casos confirmados alcanzaban ya el medio centenar en el conjunto del Estado. 

El domingo 1 de marzo trascendía un tercer positivo también dentro del servicio de Medicina Interna del HUA, otro médico destinado en este caso en Santiago, y el territorio sumaba ya un total de siete contagios.

Más de 100 pacientes sin médicos

Prácticamente de un día para otro, los alrededor de 25 profesionales de esta unidad, repartidos en las dos sedes del HUA, tuvieron que irse a casa por ser contactos estrechos de los infectados y los más de un centenar de pacientes ingresados en el servicio se quedaron sin médicos.

Compañeros de otros servicios, residentes y hasta profesionales de otros hospitales de Osakidetza como los de Cruces o Urduliz se encargaron durante los diez días siguientes de tapar esos huecos en un ambiente de “irrealidad, de que todo eso no podía estar pasando”. 

Julia Barroso, jefa de sección de Medicina Interna de la OSI Araba.

Habla Julia Barroso, jefa de sección de Medicina Interna de la OSI Araba y responsable del servicio en funciones durante aquellos fatídicos días de 2020, quien evoca los compases iniciales del tsunami que vendría después en su domicilio y colgada del móvil y el WhatsApp.

“Creo que no he hablado por teléfono en mi vida tanto. Con la dirección, con la consejería o con mis compañeros. Empecé a escribir cosas en cuadernos. De las llamadas, de lo que había que organizar, de todo lo que me pedían... los tengo archivados como recuerdo”, apunta. 

La explosión

Si aquella sensación de estar en “una película de ciencia ficción” ya era palpable desde la distancia, cuando alrededor de una semana después Barroso se reincorporó al trabajo y se enfundó una EPI –aquellos aparatosos equipos de protección– esta se hizo incluso más evidente.

Comenzaba, tal y como la rememora ahora esta profesional, una “segunda parte” de la crisis sanitaria marcada por el aumento “exponencial”, y diario, del número de pacientes con covid ingresados. Por aquellos tiempos, muy sintomáticos y con cuadros graves en la mayoría de los casos. Con protocolos cambiantes y medidas de protección todavía escasas. Con toda la información que podía haber de un virus completamente nuevo.  

“Había unas sensaciones de confusión e incertidumbre mezcladas con el estrés y el cansancio”

Julia Barroso . Jefa de sección de Medicina Interna en la OSI Araba

“Lo que valía por la mañana igual por la tarde ya no servía”, recuerda Barroso, que fue designada coordinadora de hospitalización del HUA. “Se tuvieron que hacer mini equipos médicos y quirúrgicos repartidos por plantas. No había horarios y trabajábamos de lunes a domingo. Los pacientes nos necesitaban: estuvimos allí y lo dimos todo”, relata. 

Aunque los responsables del centro quisieron en un principio concentrar todos los casos positivos en Txagorritxu y dejar Santiago limpio, con el paso de los días la situación se desbordó y ambos hospitales prácticamente se llenaron de pacientes con coronavirus. “Txagorritxu entero y también casi todas las plantas de Santiago, donde se quedó la única UCI para pacientes no covid de la ciudad”.

Así lo recuerda la enfermera Itziar Arce, que supervisaba la Unidad de Cuidados Intensivos de Santiago durante la pandemia. Fueron para ella unos días iniciales de “locura y mucho trabajo”, e “inicialmente, también de mucho miedo”.

“Fue todo muy rápido. Veías en las noticias que hablaban de China, luego de Italia... y casi sin darnos cuenta el virus llegó aquí. Al poco tiempo podíamos llenar seis camas UCI de golpe en un día, con pacientes que luego tenían procesos muy largos de recuperación”, evoca. 

Itziar Arce, exsupervisora de la UCI de Santiago.

Al principio, “no estaban terminando de preparar una zona para alojar a los pacientes y ya había que abrir la siguiente”. Se rescataron incluso viejos respiradores que ya habían sido sustituidos por otros de nueva generación para poder dar cobertura a todos los pacientes con cuadros más graves. Se habilitaron habitaciones en despachos, se abrieron nuevas UCI –hasta tres en Txagorritxu–... e incluso se prepararon habitaciones de reserva en el edificio de consultas externas del HUA que, por fortuna, nunca hubo que utilizar.

Entre medias se prohibirían todas las visitas familiares al centro y llegaría el confinamiento domiciliario, lo que a falta de una vacuna que aún tardaría un año en llegar permitió que la situación comenzara a aliviarse de forma progresiva y muy lenta.

“No dábamos crédito”

A Amalia Caballero, encargada del personal celador de Txagorritxu, todavía se le pone la “carne de gallina” cuando rememora aquellos días en los que el HUA se convirtió en la zona cero de la pandemia a nivel estatal. “Fue impresionante. No dábamos crédito a todo lo que estábamos viendo. Cómo llegaban los pacientes a Urgencias, malitos, malitos... En ese momento el miedo en nosotras no existía. Lo que nos preocupaba era solucionar de la mejor manera posible todo lo que se nos ponía por delante”, rememora esta profesional.

Fueron semanas “intensas” para Caballero, fuera y dentro del hospital. Marcados, también, por la grave enfermedad de su compañera Loli Ruipérez, que pasó 16 días intubada en la UCI del hospital. Y por las decenas de muertos que se cobró el virus, y que ella misma registraba.

Amalia Caballero, encargada de celadores en Txagorritxu.

“En las cámaras mortuorias habilitamos un armario donde dejábamos las pertenencias de los pacientes que fallecían. Porque se morían solos. Después, me llamaba la familia para reclamarlas y yo tenía que subírselas a la puerta principal. Eso para mí fue...”, recuerda aún emocionada. Caballero, de hecho, todavía no ha podido pasar página. “Es imposible. Recuerdo esos días y se me pone un nudo en el estómago”, subraya.

“Yo no he pasado página. Es imposible. Recuerdo esos días y se me pone un nudo en el estómago”

Amalia Caballero . Encargada de celadores en Txagorritxu

“Hablo no solo por mí, sino por todos mis compañeros. Teníamos unas sensaciones de confusión, de incertidumbre… Y miedo por nosotros y por los pacientes. Eso estaba ahí, mezclado con el estrés, el cansancio… una bomba”, apunta, de nuevo Julia Barroso, quien tampoco olvida esa “falta de contacto visual” con sus pacientes, su “soledad”, como una de las partes más difíciles de esta experiencia.

Ni cuando, “con toda la frialdad del mundo”, los profesionales tenían que decidir si un paciente, siendo candidato a ello en condiciones normales, podía ingresar o no en la UCI debido a las limitaciones de espacio que había.  

“La primera ola fue brutal por el trabajo que supuso y por el miedo. Pero para mí fueron peores las últimas por todo el cansancio físico y emocional que acumulábamos”, recuerda, de nuevo, Itziar Arce. Pero esto ya da para otra historia.