No eran las once de la mañana del sábado cuando el ya tradicional tañido de cuernos –surgido de las creaciones del maestro artesano Juan Antonio Alaña de Menagarai– convocaba en la puerta de la Villa medieval de Artziniega, fundada en 1272 por Alfonso X el Sabio, a personajes de todas las raleas para dar comienzo a una nueva edición del mercado de antaño.

Se trataba de la vigésimo cuarta, aunque la cita comenzó a celebrarse hace 26 años, por lo que es la feria medieval más longeva de Álava. Un hecho del que presumen los lugareños y no sin razón pues les acompaña hasta el enclave: un casco histórico con 751 años, como poco, y que fue declarado Conjunto Monumental por Gobierno Vasco en 1998.

Entre faunos, galenos, alquimistas y brujas

Este recibía al visitante engalanado de enormes pendones que sobrevolaban un rincón un tanto siniestro, pues albergaba instrumentos de tortura. “Nuestros antepasados no se andaban con tonterías, al que robaba se le cortaba la mano. Lo que suponía matarle, porque si con suerte no se desangraba, lo hacía de hambre por no poder trabajar”, explicaba al abundante público congregado una de las compañías de animación contratada para la cita.

Entre faunos, galenos, alquimistas y brujas

No fue la única novedad, también hubo varios llamativos rincones de entretenimiento infantil, en los que se pudo conocer los secretos de la alquimia (la tatarabuela de la química), montar en tiovivo, practicar la txalaparta, elaborar hilo a partir de lana de oveja, u oír maravillosas historias en boca de juglares que, acompañados de músicos y bailarinas zíngaras, y una desternillante pareja de faunos, pusieron la nota de color a calles y plazas.

Entre faunos, galenos, alquimistas y brujas Araceli Oiarzabal

Más puestos

El aumento de puestos de venta, próximo al centenar, también ayudó a ensalzar una jornada a la que tampoco faltaron los miembros de la Asociación Etnográfica Artea, con su cocinero ya habitual: el escultor Xabier Santxotena. Estos se encontraban en Barrenkale, junto a la fragua de Pablo Respaldiza, que volvió a abrir sus puertas, como cada domingo, para enseñar el oficio de herrero, aunque el protagonista de este año ha sido el amasado y horneado de pan.

“Ya no se hace el pan como antes, y para demostrarlo hemos elaborado varios con diversos cereales y la gente tiene que acertar cual es cada uno, si de trigo, centeno, garbanzo, maíz, multicereal o integral”, explicaron a DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA, mientras hacían uso de piezas tales como desgas, codazos, artesas o celemines para amasar y elaborar las hogazas, que luego horneaban in situ.

Ellos mismos dieron buena cuenta de ellas, junto a un opíparo menú: “ensalada de productos de la huerta local, olla podrida sacramentada, asado de aves de corral en su jugo con piperrada, surtido de frutas del tiempo y rosquillas del Convento; todo ello regado con vino cosechero, infusiones, café, destilados y aguardientes”, en fin, que “Buen provecho Señorías”.

En imágenes: Artziniega celebra su mercado entre faunos, galenos, alquimistas y brujas Araceli Oiarzabal

Muestras de artesanía

En las inmediaciones de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción se encontraba el maestro Alaña, que volvió a sorprender con su magna experiencia en la talla y decoración de cuernos, y alguna que otra joyita. “Ésto es una pieza en la que he recogido un poema de Bernat D’Echepare que escribió en 1545 en defensa de las mujeres; en esta otra hago un homenaje al libro para ver si la juventud lee más y anda menos en Internet, y esto es un calendario arbóreo celta”, enumeraba. Justo en frente el público se sorprendía con una colección de instrumentos de cirugía, que daban más miedo que tranquilidad ante una posible cura. “Son de los galenos”, explicaba el concejal responsable del mercado, Unai Gotxi, en referencia a otra de las novedades de la cita de ayer: una consulta médica de la época de la peste que, en la edad media, asoló Europa. En concreto, los galenos se dedicaron a recoger cuerpos enfermos de las calles, que luego trasladaban a este rincón a la sombra del templo, por aquello de implorar la intervención divina ante los rudimentarios medios y una muerte más que probable.

A su espalda, las pinturas de las bóvedas del pórtico volvieron a ser un auténtico reclamo para visitantes. “Son obra de los pintores del pueblo. Hay que fijarse muy bien para buscar los anacronismos que recogen”, explicó Alaña, en referencia al móvil, bolígrafo, preservativo, botella de cerveza, tirita, planta de cannabis, y hasta un ordenador, unas páginas amarillas y un tatuaje con el símbolo de la hoz y el martillo que lucen los santos. Sus autores hace ya trece años que los culminaron y ahora llevan, desde 2010, pintando el mural de Goikoplaza, con rostros de las personas e incluso mascotas que, a cambio de un donativo, desean ser inmortalizadas. “Ya no nos queda casi espacio”, reconocía el artista local Fernando Ureta, tirado por los suelos intentando terminar de pintar el ojo de un perro.

En imágenes: Artziniega celebra su mercado entre faunos, galenos, alquimistas y brujas Araceli Oiarzabal

Lucha de espadas

Otro escenario que atrajo miradas fue el campamento de guerra que, a lo largo de toda la jornada, invitó tanto a nobles como a plebeyos a jugar y bailar al más puro estilo medieval, aunque si te portabas mal te metían al cepo, o peor, en plena lucha de espadas. Justo en frente, se encontraba el rincón de infantes. Una guardería muy medieval que dio la oportunidad a los aitas y amas de visitar el mercado con la tranquilidad que da tener a los peques a buen recaudo, y que se vio reforzada por un corral de ovejas, cuyo pastor andaba esquilando, para luego convertir la lana en hilo, echando mano de una rueca.

Tampoco faltaron los tambores locales de Builaka, las rosquillas y cantos de las madres Agustinas; la tahona de la asociación de mujeres Hiriska, que estuvieron acompañadas de una haima bereber en la que se degustaban tés y pastas; o los pases de tocados medievales que –elaborados por Estíbaliz Santisteban y su amatxu Maribi Cañibe– volvieron a lucir, de forma insinuante, las chamorras de la villa. En definitiva, todo un despliegue de un pueblo orgulloso de su pasado, que tuvo su broche de oro con un espectáculo de fuego y el ajusticiamiento a una bruja, por cuya captura se ofrecían 500 maravedís en los numerosos carteles con su rostro que, desde primeras horas, acapararon todos los rincones.