Zigoitia, Amurrio y Orozko son los municipios que han escogido Javi Castro, Iñaki Garcia Uribe, Luiso López y Esteban Etxebarria –es decir, los autores del libro Canteras moleras en el Parque Natural del Gorbeia, editado por la imprenta foral el pasado septiembre– para llevar a cabo un ciclo de presentaciones públicas de este proyecto de investigación, por el que han catalogado 147 emplazamientos de extracción de muelas o piedras de molino, que lo convierten en uno de los conjuntos de este tipo de cantería más importantes del mundo, desde al menos el siglo XVI y hasta hace poco más de un siglo que, con la llegada de la electricidad, dejó a los molinos harineros sin razón de ser.

DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA ha hablado con dos de sus autores para que cuenten los pormenores de un trabajo, puramente altruista, aunque basado en una metodología científica avalada por su pertenencia a la Sociedad de Ciencias Aranzadi, que se inició allá por julio de 2012 y que, por fin, ha visto la luz, con un objetivo puramente divulgativo de un patrimonio cultural olvidado, que pueda servir de ejemplo y base a investigaciones futuras.

Lo primero, ¿qué es una cantera molera?

Espacios físicos donde antaño se cincelaban lajas de piedra para obtener ruedas de molino de una media de 1.000 kilogramos de peso, que los canteros vendían –por en torno a 15 ducados la unidad, precio equivalente al de las 10.000 tejas de una casa o a entre 3.000 y 4.000 euros de hoy en día– a los molinos situados en los fondos de los valles, donde se molía el trigo para hacer pan. Alimento básico en la historia de la humanidad y, de ahí, la importancia de este oficio. No en vano, si se tiene en cuenta que cada molino harinero empleaba dos muelas y que en Gipuzkoa había 700, otros 700 en Bizkaia, unos dos mil en Navarra y más de 800 en Álava, salta a la vista la gran importancia económica de este oficio entre los siglos XVI y XIX (época del auge de los molinos hidráulicos o eólicos, antes de la llegada de la electricidad), porque al igual que hoy día la producción de neumáticos es indispensable para la industria automovilística, por aquel entonces los molinos no podían funcionar sin muelas.

¡Vamos que ser cantero no era cosa de pobres!

Ni mucho menos. Eran maestros artesanos muy buenos, y muy cotizados. Tardaban una media de dos semanas en sacar cada muela y solo se les rompían entre un 1 y un 2%. Les pagaban el 50% por adelantado y la mitad restante al de un año de estar funcionando y haber comprobado su calidad; y duraban entre 10 y 15 años. La piedra de Gorbeia es excepcional, solo hay que fijarse en las casas y ermitas del entorno. Se trata de una arenisca de muy buena calidad, del periodo geológico del Cretácico inferior. De hecho, también hemos dedicado un apartado del libro, gracias a la colaboración del geólogo Iñaki García Pascual, a hablar de la formación geológica del Gorbeia. De aquí se extrajeron miles de piedras de molino, de entre 40 y 160 centímetros de diámetro, que suministraban, principalmente, a molineros del entorno próximo tanto de Bizkaia como de Álava, aunque tenemos constancia de que incluso llegaron a Salinillas de Buradón y Haro.

Han comentado que se trata de canteras en activo desde el siglo XVI.

Sí, la referencia más antigua que tenemos, aportada por José Iturrate, es de 1550 y en Zuia, aunque algunos estudios preliminares apuntan que ya en la mitad del siglo IX sacaban piedras de molino en Gorbeia y que siguió así hasta mediados del siglo XX. A pesar de la economía que generaba, el declive paulatino del oficio se produjo desde mediados del siglo XIX, cayendo en el olvido, hasta ahora que hemos llegado nosotros y, aunque suene mal, le hemos levantado las faldas al Gorbeia y puesto en valor uno de sus secretos mejor guardados.

También ha ocurrido con otras profesiones, digamos, forestales.

Sí, el monte era la fábrica de antaño, y la gente subía a él a trabajar no a practicar deporte o en plan ocio como hoy día. En materia laboral, ahí siguen los pastores, manteniendo el tipo de forma estoica, a parte de las empresas madereras, pero hay muchos otros oficios que han quedado en el olvido y de los que nos quedan restos, de alto valor patrimonial y cultural, tales como ericeras para almacenar castañas, carboneras, caleros, neveros, argomas, abejeras, viveros, fuentes o loberas… Y, lo que nos ocupa, canteras moleras. Se trataba de terrenos comunales, de los que aún quedan vestigios en algunos municipios como las suertes de leña. Los montes eran una fuente de suministros para el ser humano y, de ahí, que muchos pueblos estén pegados a ellos, porque era el modo de vida de muchas personas.

Su investigación ha situado al Gorbeia a la cabeza del ranking mundial de canteras moleras. ¿No es exagerado?

Puede venir alguna investigación futura que nos lo rebata, y estaremos felices. De hecho, yo mismo (Javi Castro) estoy ahora estudiando la zona de la montaña palentina, que esta arrojando grandes resultados, pero por el momento Gorbeia y, más concretamente su Parque Natural, esta a la cabeza. Hemos catalogado un total de 147 canteras moleras y pueden salir más, con más de 600 restos de extracción de muelas, dispersos en una superficie de unos 60 kilómetros cuadrados, lo que representa la mayor concentración de canteras moleras a nivel mundial en un mismo ámbito geográfico. Del total, 62 se encuentran en Zuia, 52 en Zigoitia y 33 en Orozko; todo ello sin contar las más de 400 muelas que hemos encontrado rotas, ni la otra decena de áreas catalogadas en los aledaños del Parque Natural del Gorbeia, con huellas de este oficio. Muchas de ellas están en Orozko, otra en Zuia y una más en Baranbio (Amurrio), con otros 53 restos de muelas.

¿Pero existe algún estudio comparativo?

Por supuesto. Nuestra investigación, denominada Errotarri, se enmarca en un proyecto europeo liderado por el profesor Alain Belmont (Universidad LAHRA, Grenoble. Francia) para catalogar las canteras moleras, que inició su andadura el año 2005 con el objetivo de recuperar estos espacios para el conocimiento y su difusión. Hasta el presente son cerca de un millar los lugares ya catalogados y, desde 2006, se ha activado una página web de acceso libre, con el fin de lanzar públicamente el Atlas de las canteras moleras de Europa o Atlas meulieres (http://meuliere.ish-lyon.cnrs.fr/presentation.html). Los países que más tienen por su economía cerealista son Francia y España que abarcan el 85%, casi a partes iguales. Pero del total, en torno a 200 están en Euskal Herria, contabilizando Navarra y Treviño, y 147 de ellas se encuentran dentro del Parque del Gorbea y, por tanto, a partir de 1994 protegidas como patrimonio etnográfico, aunque no podemos decir lo mismo de las que se encuentran fuera. Tras nosotros, hasta ver en qué queda lo de Palencia, se sitúa Saint Crépin de Richemont en la Dordoña francesa, al este de Burdeos, con menos de una veintena de canteras moleras.

¿Y cómo le dio al guipuzcoano Javi Castro por ir a investigar a Gorbeia?

Intuía por toponimia, bibliografía previa, mapas geológicos y similar, en mi continua labor de investigación y búsqueda de nuestros tesoros etnográficos, que la zona prometía y no me equivoqué. En lo que si erré fue en el tiempo que me iba a llevar, porque llegué en julio de 2012 pensando que me lo ventilaba en dos días. ¡Qué iluso!. Gorbeia es como una jungla inmensa. Menos mal que en noviembre de 2013 conocí a Iñaki en Orozko, que ya me avisó que no sabía donde me metía, y me abrió las puertas de Gorbeia y presentó a los otros dos autores, grandes conocedores de Gorbeia y ya amigos de por vida: Luiso López de Baranbio y Esteban Etxeberria de Manurga, miembros de las asociaciones etnográficas Aztarna de Amurrio y Abadelaueta de Zigoitia, respectivamente. Desde entonces han pasado diez años y habré ido unas 140 veces, y me lo conozco como si fuera mi casa. Siempre digo que yo he hecho el Camino de Santiago dentro del Gorbeia de tantas andadas. Me sé todos los topónimos, puentes y cientos de recovecos que no habían visto pasar por allí a un ser humano en siglos, y nos ha servido también para recopilar infinidad de datos sobre etnografía, botánica y fauna. Ha sido algo mágico, sobre todo por la red de informantes tejida.

Expliquen eso.

Pues porque aunque siempre vas con una investigación previa –que como suelo decir si en el monte paso ocho horas, entre libros 24– de la que extraigo hipótesis, con las que acierto el 65% de las veces, lo cierto es que sobre el terreno, dada la inmensidad del Gorbeia, dar con una muela es como buscar una aguja en un pajar. No lo hubiésemos conseguido sin las más de 60 personas, entre guardas forestales, leñadores, pastores y vecinos de la zona, que se han prestado a colaborar, que antes no se conocían entre sí y que ahora son amigos que quedan para ir al monte por una labor cultural y altruista.

Entonces, ¿cada uno de esos 600 hallazgos habrá sido motivo de júbilo?

Ni te lo imaginas. Encontrar una muela es como hacer un 8.000. Nunca hemos ido más de seis personas a la vez, nos situábamos en linea de cien metros, cada uno abarcaba 15, e íbamos peinando el terreno. Si alguno daba con una exclamaba ¡Eureka!

En la labor de investigación previa, ¿qué métodos han empleado?

Desde bibliografía previa, que hay poca pero hay, estudios de toponimia y caminos antiguos, hasta nuevos sistemas de análisis según avanzaba el trabajo, incluyendo nuevas tecnologías como por ejemplo la cartografía derivada Lidar, que es realizada mediante escaneado láser aerotransportado que anula la vegetación o el simulador de vuelo Google Earth. Los mapas geológicos muestran una amplia banda de roca arenisca del Cretácico inferior, de roca arenisca cuarcítica de color claro, de grano fino a medio, con algunas inclusiones de conglomerado, como buena fuente de materia prima para fabricar piedras de molino, denominada vulgarmente como piedra negra, y así vas delimitando posibles zonas con coordenadas exactas, que luego vas a comprobar sobre el terreno. Pero la mejor fuente es ir a un pueblo, tomarte un café y empezar a indagar entre los lugareños. Habremos visitado más de 200 sectores con indicios de posibles zonas de explotación certificando un total de 147 áreas, lo que supone un alto índice de aciertos en las localizaciones, con la dificultad añadida de que los restos visualizados se encontraban muy naturalizados por llevar varios siglos abandonados.

El libro integra un mapa que indica la localización de las canteras halladas. ¿No les da miedo posibles expolios?

Es el problema al que te expones con la divulgación, que alguien vaya, coja una muela y termine de mesa o decoración de jardín. Por eso, no hemos puesto las coordenadas exactas, pero sí indicado la zona para que la gente visite Gorbeia y, como nosotros, investigue y redescubra estos tesoros etnográficos que llevan allí 300 años. También le dimos una copia del estudio al propio Parque del Gorbeia para que sepan donde se encuentran las canteras y puedan conservarlas. El libro ha sido el siguiente paso en nuestro objetivo de divulgar este patrimonio cultural olvidado, y que pueda servir de ejemplo y base a investigaciones futuras. De hecho, todos los pueblos tenían molinos y ojalá alguien siga investigando, puede salir una tesis económica muy interesante.

¿Dónde se puede conseguir el libro?

Nosotros hemos regalado el contenido a la Diputación Foral de Álava, que se ha encargado de editarlo en la imprenta de Jundiz. Consta de 192 páginas y es muy fácil de leer, porque es muy gráfico y profuso en fotografías. Con la intención de que se difunda lo más posible, sabemos que le han puesto un precio de venta muy barato. Nosotros por nuestra parte, tras la presentación oficial hecha en el Palacio Foral el pasado 15 de septiembre, vamos a llevar a cabo tres presentaciones públicas en los municipios que creemos más puede interesar el contenido. Es decir, en Zigoitia, a las 18.30 horas del próximo jueves (27 de octubre); en Amurrio, a las 19.00 horas del jueves 10 de noviembre; y en la sala Donibane Aretoa de Orozko, a las 19.00 horas del viernes 25 de noviembre, tras la que nos iremos a cenar y dialogar con quien quiera acompañarnos a los cuatro autores ese día. Eso sí, agradeceríamos nos avisaran para poder reservar.