Claudia Patricia Montoya, Yudy Andrea Cano y Javier Márquez, miembros de la corporación ecológica y cultural Penca de Sábila de Medellín, han venido a Álava esta semana, de la mano de Setem Hego Haizea y la Diputación Foral de Álava, para presentar su modelo y compartir experiencias, junto con otras organizaciones como la alavesa Etxalde o Asecsa (Guatemala).

En Medellín, Colombia, una enorme urbe de cuatro millones de habitantes, Penca de Sábila trata de recuperar, defender y dignificar el espacio rural desde un punto de vista agroecológico y feminista.

Claudia es ingeniera agrónoma, pertenece al programa de Soberanía Alimentaria y Economía Solidaria de Penca de Sábila, al igual que Judy, quien colabora en la restauración de las microcuencas con acueductos comunitarios, asesora a mujeres campesinas en producción agroecológica y es tutora en la Escuela de Agroecología. Javier Márquez, antropólogo y ambientalista, es el director de Penca de Sábila, una organización que tiene 35 años de existencia y coopera desde hace veinte con Setem.

“Nuestra apuesta –señala Javier a DIARIO NOTICIAS DE ÁLAVA– se concentra en defender la economía, la vida campesina en Medellín, en su zona rural y en los municipios del valle de Aburrá, con cuatro millones de habitantes pero una ruralidad bastante vital que está en riesgo ante el crecimiento urbano e industrial”.

Con Setem y Sustraiak

Los tres activistas han venido a Álava en el marco del proyecto Nuevas Iniciativas Transformadoras, desarrollado con la Diputación, y que pretende “crear una comunidad de aprendizaje con Setem y con la cooperativa Sustraiak”, explica Claudia.

A lo largo de los últimos días han visitado Salinas de Añana, han contactado en Zalduondo con productores y técnicos, y en Ozaeta han tratado el tema de autonomía económica de las mujeres. El viernes visitaron una finca en Aranda de Duero en la que se está realizando la transición hacia la agroecología y el sábado asistieron a la feria Bionekaraba.

De las experiencias compartidas han sacado varias conclusiones. “Ha sido muy placentero poder ver los contrastes, aquí se habla de tractores y grandes regadoras, allí se trabaja con una mochila. Aquí llueve 800 milímetros, para nosotros llover son 2.900 al año. A nosotros las temperaturas no nos bajan, aquí sí; ha sido un intercambio muy especial”, afirma Claudia. A Yudy le ha sorprendido ver “campos tan secos en comparación con Colombia, donde todo es verde, y las grandes hectáreas que se ven acá”, y Javier cree que “hay diferencias profundas, pero también similitudes en la manera en cómo la gente campesina se aproxima a esta experiencia”.

¿Y cuál es exactamente la situación en Medellín de la transición agroecológica? “Después de años de lucha hemos logrado que se constituya un distrito rural como una figura de ordenamiento territorial que busca defender la territorialidad, la economía, la forma de vida y producción, pero desde una perspectiva agroecológica”, explica Javier. Así, se han unido conocimientos ancestrales y actuales de las ciencias agronómicas para “construir soberanía alimentaria desde la propia finca, lo que implica la asociación entre las familias campesinas a través de organizaciones”.

Las familias ponen en marcha pequeños cultivos agroecológicos experimentales. Hacen ensayos, diversifican, se alejan de lo convencional, y mediante el ensayo y el error “aprenden qué es lo que hay que hacer, y sus vecinos y vecinas se dan cuenta de que ello. Ya deja de estar uno contra el mundo”, explica Claudia.

Esas familias unidas, añade, producen mediante un planeamiento común de siembras, de acuerdo a la demanda de la tienda de comercio justo Coliflor de Medellín, la ventana de comercialización de los productos y el punto de contacto con la red de consumidores y consumidoras responsables. “La corporación acompaña a este circuito en todas las etapas, a las familias con la producción agroecológica, en la tienda con la comercialización y a la red de consumidores con la apuesta por el consumo responsable”, afirma.

Además, Penca de Sábila mantiene una Escuela de Agroecología y organiza charlas y visitas particulares a las fincas de los productores, que dejan como fondo común un 5% de lo que comercializan en la tienda, un dinero que se destina el año siguiente a fortalecer los proyectos.

La prueba del éxito de la red es que durante los tiempos más duros de la pandemia “se pudo mantener toda la base de consumidores, siguieron presentes a pesar de todas las limitaciones que había para acceder a los productos”, afirma Claudia, quien explica que la tienda Coliflor lleva abierta y a pleno rendimiento desde 2003.

Pelea en las instituciones

Poco a poco, además, se va logrando que las instituciones apoyen la iniciativa. “En 2014 se logró que en el plan de ordenamiento del territorio de la municipalidad de Medellín el distrito rural se instituyera como una figura de ordenamiento, y ahora insistimos en que ese distrito se desarrolle, en que tenga un presupuesto adecuado, que incentive la producción agropecuaria mediante medidas fiscales o con recursos de apoyo directo a las familias”, apunta Javier. El objetivo de futuro es replicar esta experiencia en todo el valle de Aburrá, “construir una biorregión rural campesina con un enfoque de soberanía alimentaria, desde una perspectiva agroecológica que solucione muchas cosas no resueltas en la ruralidad colombiana, como la propiedad sobre la tierra, en general para las familias y en particular para las mujeres”, asegura.

Efectivamente, la cuestión del empoderamiento femenino es clave en el trabajo de Penca de Sábila, en un contexto creciente de violencia de género. Yudy se encarga de la formación de las mujeres, que han conseguido importantes logros. Por ejemplo, el Proyecto Pecuario con Mujeres, que nació en 2006. “Son 51 mujeres, e Iratxe (Arteagoitia, de Setem) nos ha hecho caer en la cuenta de una cifra muy pertinente. En el año 2020 las mujeres de este proyecto comercializaron en la tienda Coliflor 65.000 euros. Son 108 euros al mes por mujer por cuarenta horas laborales, porque cuidar los pollos y gallinas supone más o menos una hora al día. En Colombia eso significa medio salario mínimo por cuarenta horas de trabajo”, asegura orgullosa.

En ese sentido, Javier explica que aunque se trabaje en el empoderamiento y la autonomía de la mujer de forma genérica, “es más sencillo valorar la producción de pollos que los cambios subjetivos”. Así, “la autonomía económica y política, la capacidad de incidir, de participar directamente en todas estas estrategias, es todo un aprendizaje”, y al final “son cambios que se notan, cuando ellas articuladas en estas redes logran sus propósitos”.

Obstáculos en el camino

En todo caso, hay todavía muchos obstáculos que superar para extender este proyecto a todo Aburrá. Por ejemplo, la tenencia segura de la tierra, que da acceso a financiación bancaria; la inercia que empuja a seguir con los usos convencionales, y la falta de relevo generacional, un problema bien conocido en el campo alavés. Para fomentarlo, la Escuela de Agroecología de Penca de Sábila mantiene un programa de formación a jóvenes rurales de ascendencia campesina, que carecen de tierras y se forman en una huerta escuela.

Además, en Colombia la gran mayoría de campesinos carece de pensiones, el acceso a la salud pasa por viajar a la ciudad, y no hay subsidios por pérdida de cosechas.

Por eso, señala Javier, es importante el apoyo institucional. “La gente se tiene que juntar, el productor aislado no puede hacerlo solo, tanto en la producción como en la comercialización, y eso debe estar ligado a políticas públicas e incentivos reales desde los ayuntamientos y diputaciones”, concluye.