El verano y el fin de las clases han llegado, como todos los años, seguidos de una estampa habitual por estas fechas: los parques, las plazas, los mercados del barrio, se llenan de abuelas y abuelos acompañados por peques de distintas edades. Son sus nietas y nietos, de quienes sus progenitores no pueden hacerse cargo, porque trabajan fuera de casa y no tienen tres meses de vacaciones.

Nietflix para el verano

Las dificultades frecuentes de conciliar trabajo y familia acaban abocando a nuestros mayores a asumir el cuidado de nuestros menores. Es a estas amonas y a estos aitonas a quienes quiero rendir homenaje hoy en este alambique, con el que me despido temporalmente de usted, hasta septiembre.

Síndrome del abuelo esclavo

El homenaje parte del reconocimiento de su gran labor, sin la cual simplemente muchas amas y aitas no podrían/ podríamos salir adelante.

El problema es cuando las jornadas en las que las amamas y aitites tienen que cuidar a nuestras hijas e hijos son maratonianas, como durante las vacaciones escolares. A su cansancio, estrés y ansiedad, se le ha llamado síndrome del abuelo esclavo.

Las cifras de quienes pueden sufrirlo son altas. Según un estudio de la Fundación Edad y Vida en 2021, el 27% de los abuelos encuestados se encargaba del cuidado de sus nietos más de 10 horas a la semana. La Sociedad Española de Geriatría y Gerontología llegó a calcular en 6 horas diarias el tiempo dedicado por los abuelos y abuelas a este cuidado.

La amona cocina mejor

Es verdad que, como contraprestación, nuestras hijas e hijos quieren a sus amonas y aitonas de una forma tan única que cuesta describirla. En ese intento de descripción, el programa televisivo El Intermedio publicaba el pasado 3 de mayo un vídeo divertidísimo, todavía disponible en Youtube, en el que la periodista Thais Villas preguntaba a distintas niñas y niños sobre su relación con sus abuelos y abuelas. Las respuestas se las puede imaginar usted. Había cuasi-unanimidad a la hora de comentar que la abuela cocina mejor que los padres. También comentaban que preferían más estar en casa de los aitites, que en su propia casa, faltaría más.

De que esa devoción no se pasa con la edad da muestra otro ejemplo, esta vez de una joven universitaria llamada Agustina Wetzel. Este mismo mes colgaba en su cuenta de Twitter un vídeo emotivo, grabado en el momento exacto en el que le mostraba a su abuelo el tatuaje que ella se acababa de hacer con el nombre del abuelo. Ya van más de 150.000 personas en la red social que han expresado que les encanta y sigue viralizándose.

Beneficios para los txikis y aitites

Detrás de estas expresiones públicas de cariño, se encuentra una relación abuelos-nietos que se ha demostrado ser muy beneficiosa para los txikis educativamente. También es beneficiosa para los abuelos y abuelas, porque les ayuda a combatir la soledad, a sentirse útiles y, de paso, a mantenerse en forma física, al tener que correr al pilla-pilla o detrás de la pelota.

La asignatura pendiente es avanzar hacia un patrón de veranos en el que los abuelos y abuelas no se desfonden. Hay que seguir explorando medidas laborales de conciliación trabajo-familia como, por ejemplo, ampliar estas medidas de conciliación a los abuelos cuidadores laboralmente activos.

Otra cosa es que, además de reclamar medidas institucionales, las madres y los padres también tenemos un margen de mejora a la hora de mimar a los abuelos y a las abuelas.

No pasa nada por que les malcríen

Una forma de mimarles es dejar que malcríen a nuestros hijos (hasta cierto punto, claro). No seamos tan estrictos. Esa complicidad que generan con nuestros hijos al “malcriarles” en realidad es un regalo, también para los aitas.

Así que, si notamos que, en un momento concreto, el abuelo actúa raro a lo James Bond en el Agente 007, para darle la paga a escondidillas a nuestra hija, lo suyo es que finjamos que no hemos visto nada. Si percibimos que en las manos de nuestro hijo cae disimuladamente una bolsa de chuches, como si la amona fuese una traficante sigilosa de sustancias ilegales, podemos girar discretamente la cabeza, como si no nos estuviéramos dando cuenta. Si nos enteramos de que en casa de los aitites nuestros hijos ven la televisión más de la cuenta, no hace falta montar en cólera; los pilares básicos de la educación de nuestros menores no van a derrumbarse.

Ternura y humor

De la importancia de no censurar los gestos que a veces hacen los aitonas y amonas, da cuenta la novela preciosa de José Luis Sampedro La sonrisa etrusca. Apela a la ternura y el humor como esas pocas cosas que nos pueden salvar de este trajín vital en el que a veces nos hundimos.

Con ternura está ilustrado el libro Abueland, de la autora Joly, que dibuja a las abuelas con capa de superheroínas llevando un puré y un táper (como en la imagen que acompaña este texto).

Con humor, usamos el término Maquiavuelo para referirnos a cómo los abuelos malcrían a nuestros hijos (en alusión al filósofo renacentista Maquiavelo, por el que llamamos “maquiavélico” a lo malvado).

Y con humor también hablamos de Nietflix, en vez de Netflix, para nombrar esas sesiones de vídeos sobre escenas de los nietos, con las que los abuelos, móvil en mano, torturan a otros abuelos incansablemente… y afortunadamente.