La Semana Santa vitoriana ha recuperado tras dos años de pandemia sus actos más multitudinarios, incluidas las procesiones.
Las dos más importantes, las del Jueves y el Viernes Santo, han regresado a unas calles de la ciudad repletas de vecinos y visitantes y han dejado a su paso escenas de emoción, devoción y también curiosidad que ya parecían olvidadas.
Anteayer fue el turno de la procesión del Silencio. Y ayer, Viernes Santo, de la del Santo Entierro -en las imágenes-, que partió desde la iglesia de San Vicente y concluyó en el mismo templo tras recorrer algunas de las principales calles de la ciudad.
Fue, como suele ser habitual, la celebración más austera y silenciosa del año para los católicos, una jornada en la que se recuerda la crucifixión de Cristo y en la que no hay eucaristía.
Una ausencia prolongada
Organizadas por las cofradías penitenciales de la ciudad, La Cruz Enarbolada y el Descendimiento, Nuestra Señora de la Soledad en la Vera-Cruz, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestro Señor con la Cruz a Cuestas, la Santa Espina de Berrosteguieta y el Señor de los Milagros, las procesiones han podido regresar a la capital alavesa por todo lo alto gracias, también, al excelente tiempo que está acompañando estos días.
Sin ir más lejos, la procesión del Silencio no salía a las calles de Gasteiz desde 2018, ya que el último año antes de la pandemia tuvo que ser suspendida debido a la lluvia.
Ayer, antes de la procesión del Santo Entierro, Antonio Carrasco, sacerdote de la Diócesis de Huaraz (Perú), pronunció en la propia iglesia de San Vicente el Sermón de las Siete Palabras acompañado de la coral Manuel Iradier, y ya por la tarde tuvo lugar también en San Vicente el Sermón de la Soledad.
Además, el obispo Juan Carlos Elizalde presidió en la Catedral Nueva el tradicional oficio por la muerte de Cristo.