En la acertada premisa de que la Historia la escriben los vencedores, el uso del género masculino no es casual, ni una mera concesión a la economía del lenguaje. Es el reflejo de que el papel desempeñado por las mujeres, sin distinción entre vencedoras o vencidas, ha sido tradicionalmente desdeñado, cuando no deliberadamente ocultado.

Sobre la biografía de María Martina Ibaibarriaga Elorriaga puso el foco, en 1883, su nieto, Ricardo Blanco Asenjo. En un suplemento del periódico madrileño El Imparcial, dio forma a un relato épico en el que la línea que separa la realidad de la ficción resultaba algo difusa. Como imagino que ocurre, si me permiten el apunte, con tantas otras figuras heroicas a las que se han dedicado crónicas y hasta cantares.

La escasez de fuentes documentales sólidas dificulta, en no pocos casos, el saludable ejercicio de contrastar la información. Pero, con la prudencia que tal contexto exige, la figura de la guerrillera conocida como la Martina bien merece una incursión.

Nacida en Bérriz en 1788, se trasladó junto a su familia a Bilbao, donde su padre, según la oficiosa biografía, regentaba una botica ubicada en las Siete Calles.

En agosto de 1808, las tropas francesas accedieron a la villa, no sin antes tener que enfrentarse a un improvisado y combativo ejército civil, una resistencia tan desigual en número, táctica militar y recursos armamentísticos como obstinada en la defensa de su territorio.

Entre las víctimas del habitual catálogo de tropelías, saqueos y asesinatos se contaron, según la más extendida de las versiones, el padre y el hermano de Martina. Ante aquellos dos cadáveres, la joven juró venganza, y, vestida con los ropajes de su fallecido hermano, se unió a las filas del líder guerrillero Belard, alias el Manco.

Si bien, a lo largo de la historia, numerosas mujeres han elegido (es un decir) pagar el peaje de tener que vestir y vivir como hombres para burlar las limitaciones impuestas a su sexo, no parece que ese fuera el caso de Martina. Dado que no era la única mujer guerrillera, la elección de prendas masculinas debió de responder a la mera funcionalidad. Y si es cierto que figuró como Manuel Martínez en los registros del ejército regular, en el que, avanzada la contienda, acabarían integrándose los guerrilleros, es probable que fuera por cuestiones relativas a la intendencia o, quizá, por encontrarse en busca y captura tras cruzar la frontera que separa al partisano del bandido.

La partida de medio centenar de guerrilleros que la Martina llegó a tener bajo su mando hostigaba y saqueaba a franceses y colaboracionistas; si esto no era posible, afanaban víveres y suministros allí donde los encontraran, incluso si las víctimas del pillaje eran los propios lugareños.

Ocho de sus hombres fueron fusilados por bandolerismo pero, al parecer, el normalmente inclemente líder guerrillero Espoz y Mina facilitó el indulto de Martina porque estaba embarazada; aunque nada más se sabe de aquel bebé.

Reintegrada en la División Iberia, fuerza guerrillera de Francisco de Longa, siguió combatiendo hasta el final del conflicto; incluida la decisiva Batalla de Vitoria, en la que habría luchado con tal arrojo y eficacia, que, cuenta la leyenda, el futuro duque de Wellington quiso conocer en persona a aquel "bizarro coronel" que, para su sorpresa, resultó ser una mujer.

Antes de disfrutar de la tranquila vida familiar junto al teniente Félix Asenjo, a quien tuvo bajo su mando y cuya vida, dicen, llegó a salvar, hubo de hacer frente a un nuevo juicio por bandidaje. No solo salió absuelta, sino que Fernando VII le otorgó el título honorario de capitán y una pensión vitalicia.

Murió en 1849, en la localidad burgalesa de Oña, cuyos archivos recogen que allí "se enterró a María Martina Ibaibarriaga, viuda, teniente coronel de los ejércitos".