vitoria - Josu Santamarina, arqueólogo e investigador doctoral en formación en el centro Micaela Portilla de Gasteiz, forma parte del colectivo que trabaja en la conversión del templo de San Francisco de Asís en un espacio para la memoria y los derechos humanos. La dinámica participativa iniciada esta semana en Zaramaga, Errekaleor y el Casco Viejo tendrá continuidad los días 3, 4 y 5 de febrero con unas jornadas en Montehermoso y el museo Bibat en las que tomarán parte contrastados expertos como el antropólogo y médico forense Paco Etxeberria.
Superadas estas tres jornadas de talleres abiertos en Zaramaga, Errekaleor y el Casco Viejo, ¿cuál es su primera valoración?
-Voy a empezar por una parte un poco autocrítica. Ha habido participación, la verdad que ha estado bien, porque habrán pasado entre 35 o 40 personas en grupitos pequeños. Y eso ha facilitado mucho el trabajo de debate. Pero sí nos hubiera gustado que hubiese participado más gente. Aquí entran varias cosas, como que a menudo se considera que estos procesos deben estar en manos de los técnicos y hasta de los políticos y hay mucha humildad en la gente, que se cuestiona si tiene algo que aportar algo. Claro que sí, porque éste es un proyecto participativo. En resumen, ha sido una buena forma de medir la temperatura y de señalar algunos aspectos generales.
¿Qué podría destacar?
-Hemos dividido los temas en tres bloques: Los contenidos, los espacios y la gestión del futuro centro, y en la parte de contenidos siempre se nos iba un poco el tiempo. Algunas de las preguntas clave en todo este proceso son cómo comprender las memorias del 3 de marzo, cómo situarlas o qué es lo que queremos que se represente en el presente y en el futuro. Aquí hay un aspecto intergeneracional muy importante, porque si bien están todas esas personas que han vivido y recuerdan de primera mano el 3 de marzo, luego estamos quienes no lo hemos vivido o lo hemos vivido de otra forma. Para mí y para mucha otra gente joven, el 3 de marzo no es el día en que nos tocó estar en la iglesia y en el barrio, sino las movilizaciones que ha habido en todos estos años, el querer convertirlo en un día de conmemoración y reivindicación. También nos interesaba ver la gestión de las memorias que se hace en distintos espacios, y aquí hay que recordar que el proyecto de Errekaleor Bizirik surge a raíz de una ocupación de la iglesia de San Francisco. Hablamos además de un barrio que tiene sus propios referentes de memoria, como el propio Romualdo Barroso -uno de los cinco obreros asesinados el 3 de marzo de 1976-, que era de Errekaleor.
Dentro de este intercambio de ideas, ¿hay algo en lo que haya coincidido una mayoría sobre lo que debería ser el futuro centro?
-Una cosa en la que todo el mundo ha coincidido es que la base fundamental de la memoria del 3 de marzo es la del movimiento obrero, la de las luchas obreras, pero entendiéndola en un sentido complejo y plural. Se plantea también un espacio para las memorias feministas, que si bien durante décadas han estado bastante más silenciadas, ahora sí hay una conciencia cada vez mayor de que tienen que ser un elemento central. Y en tercer lugar, un espacio de la memoria inmigrante y precaria. Actualmente, la cara del sujeto precario es una cara inmigrante, pero es que hace 40 años también lo era, porque Vitoria en 1976 era una ciudad de inmigrantes. Antes trabajaban en Forjas Alavesas y ahora en Glovo, pero las causas aún son las mismas.
Han analizado también las características de otros espacios de memoria de todo el mundo. ¿Hay alguno que les inspire más?
-Hay varios. Si bien sería el primer centro de estas características en el Estado, no sería el primero en el mundo. Y hemos visto cosas destacables. Nos gustó de un centro de Derry (Irlanda) -el Free Derry Museum- que son los propios protagonistas quienes lo gestionan. No hay un organismo estatal, sino que lo hacen las propias comunidades locales. Y también hemos detectado advertencias de qué cosas no ser pueden hacer. Por ejemplo, en Robben Island (Sudáfrica), que es donde estuvo preso Nelson Mandela y más opositores políticos al apartheid, una cosa muy chula es que lo enseñan expresos políticos. Y eso es tremendo. El problema es que hace poco esos mismos presos políticos se han puesto en huelga porque no se cumplen sus condiciones laborales mínimas. Y esto es una gran lección para no replicarlo aquí. No puede ser que un centro de memoria de la clase obrera lo gestione, por ejemplo, una empresa cultural subcontratada que tenga a chavales que curren un montón de horas y no cobren ni el salario mínimo.
Esta dinámica seguirá los días 3, 4 y 5 de febrero con tres jornadas que van a permitir seguir ahondando en este futuro centro. ¿Qué se puede avanzar?
-El día 3 (lunes) se va a hacer en Montehermoso y los días 4 y 5 en el Bibat. Las jornadas se van a dividir otra vez en los mismos tres bloques, memorias (contenidos), colectivos (gestión) y espacios (recursos formales). Aunque no está todo confirmado, sí que tenemos los cabezas de cartel. Y esto es exclusiva. Para el día de memorias, hemos conseguido que venga Paco Etxeberria, que es una persona conocidísima, respetadísima y con una gran trayectoria que va hablar junto con otras tres o cuatro personas y nos puede aportar una muy buena visión. El segundo día va a venir Iratxe Momoitio, que es la directora de la fundación del Museo de la paz de Gernika, otro centro pionero y un referente a nivel internacional, que además funciona de la mano de un movimiento social y de las instituciones. Y el tercer día, el de los espacios, teniendo en cuenta que la iglesia de San Francisco es una obra de Luis Peña Ganchegui, vendrá el Archivo Peña Ganchegui, que son Rocío Peña, hija del arquitecto, y Mario Sangalli, profesor de la UPV/EHU. Junto a ellos habrá también más gente muy potente que va a tocar muchas disciplinas.
Concluida esta doble fase, Memoria Gara elaborará un documento final con su propuesta para el futuro memorial. ¿Cuándo estará listo?
-Para otoño va a estar. Porque además, una parte de la financiación que tenemos para poder llevarlo a cabo la hemos conseguido desde el Gobierno Vasco. Será un manual con una serie de ideas, algo para presentar a la gente, un punto de partida, y también algo con lo que apretar un poquito a la Administración.
¿Qué predisposición se han encontrado hasta ahora?
-En general muy positiva. Se está viendo que es una cosa que debe hacerse, porque la iglesia del 3 de marzo es un recuerdo muy vivo, muy plural y muy combatiente, que en Gasteiz casi sustituye al 1 de mayo. Nos hemos reunido tanto con Jonan Fernández como con Aintzane Ezenarro, siendo conscientes de que ahora hay un instituto público de la memoria, que es Gogora, y el tema es ver qué enfoque se le da. Definirlo es complicado, porque al margen de esas memorias que se interseccionan con la lucha obrera, hay otros aspectos más complejos como la represión policial, los abusos, los excesos, el terrorismo de Estado... Está también la parte judicial... No hablamos de la memoria de unos hechos y ya está, sino de la memoria de unos hechos que nunca han sido procesados ni juzgados. Y eso tiene que estar presente. Lo que no tendría sentido sería hacer un centro muy moderno y muy chulo pero en el que la gente no se vea representada.
Parece que al obispado sigue sin convencerle la cesión completa del espacio. ¿Confía en que cambie de idea?
-Creo que sí. Porque van a ver que es un proyecto necesario y útil. Uno de los problemas que ponía es el de la propia gestión, pero por nuestra parte ya se dijo que por qué no invitar, de hecho, al propio obispado a participar también de ella. Por otro lado, el espacio está cedido a la fundación San Francisco de Asís, que tiene una exposición de belenes permanente. No hay nada en contra de los belenes, por supuesto. ¿Pero es ése el espacio necesario para esa exposición? Teniendo en cuenta que es un espacio con una memoria represiva reciente, que ha modelado la identidad de una ciudad y de un territorio, y que es un proceso básico para comprender los últimos 40 años de políticas y de evolución social, ¿tiene que ser justo ahí donde haya una exposición permanente de belenes? Yo creo que no. Y no sólo yo. ¿Por qué no se le puede dar un uso social y abierto a una iglesia que ya no funciona como parroquia? De hecho ya actualmente se usa una esquinita por parte de Martxoak 3.
Le suena a excusa.
-Suena a excusa y suena a obstáculo, pero no hay obstáculo que no se pueda salvar y creo que van a ver que es un proyecto interesante. Siendo conscientes de que tenemos que ser también un agente facilitador y de que necesitamos a las instituciones públicas.
¿Cuál es el problema entonces?
-Con el obispado siempre ha estado la sospecha de la politización, pero esto es inevitable. Porque de hecho estamos hablando de políticas de memoria y de memorias de la política. Creo que no hay que tenerle miedo a eso, sino que hay que buscar unos términos medios. Con el obispado siempre hemos tratado la idea de que la iglesia de base estuvo de lado de los obreros hace 40 años, con lo cual sería poco menos que contradictorio que hoy en día no lo estuviese.