No se puede poner en duda la popularidad de las hogueras de la noche de San Juan en Álava, aunque en los últimos años, los ritos asociados a la noche más corta del año hayan perdido gran parte del trasfondo y significación original, convirtiéndose en simples actos festivos. En cambio, y aunque ya olvidado, en nuestra provincia, y desde tiempos inmemoriales, el solsticio de verano se consideraba una fecha mágica, y por ende, propicia para la realización de muchos rituales. Por poner algún ejemplo, encontramos que, en Apellániz, las mujeres subían en la mañana de San Juan a la fuente de Lacucho con la convicción de que quienes bebieran de sus aguas no sufrirían de dolores de cabeza a lo largo del año.
Otra de las costumbres ligadas a esta fecha era la recogida de flores que, tras ser bendecidas en las iglesias de los pueblos, se dejaban secar para poder realizar, a lo largo del año, infusiones con las que aliviar diversas dolencias. Como muestra cabe señalar que, en las inmediaciones del nacimiento del río Ega, se usaban flores de saúco para bajar la fiebre, en Contrasta solían ser malvas para las calenturas, y, en Peñacerrada, pétalos de rosa que aliviaban la conjuntivitis.
Pero si se sufría de sarna había que esperar a la hora que transcurre entre la medianoche y la una de la madrugada de la noche de San Juan, momento en el que se recogía el rocío que se acumulaba en los trigales. Hay lugares en los que, quienes sufrían dolencias en la piel, se revolcaban desnudos en los sembrados, lo que supuso más de una disputa entre los enfermos y los dueños de los campos, cuyas cosechas aparecían al día siguiente aplastadas.
En varios libros sobre medicina natural y remedios caseros, aparece una referencia a un pueblo de la Montaña Alavesa en el que vivía una familia que se había contagiado de la molesta infección de la piel, por lo que prepararon tres pozos en las inmediaciones de su hogar. Uno para los padres, otro para los hijos y otro más para las hijas. Tras bañarse en ellos en la mañana de San Juan, desaparecieron por completo los pruritos.
Y aunque seguramente este tipo de remedios tengan algún tipo de trasfondo médico, no me resisto a mencionar algunos otros que, desde mi desconocimiento sobre la medicina natural, he de reconocer que me sorprenden. En el actual despoblado de Hereña los muchachos siempre intentaban disimular que estaban acatarrados, pues la forma de sanarlos era golpearles la espalda con ortigas.
En cambio, la preocupación en Arriano era evitar que las gallinas pudieran comerse los dientes de leche de los niños. La creencia era que si se los comían no saldrían los definitivos. Por ese motivo los arrojaban al fuego o sobre el tejado de la casa mientras cantaban diente, dientillo, te tiro al tejadillo, para que salga otro más majillo.
Y ya que hablamos de dentaduras no podemos obviar que en Langarika había una cruz de hierro, junto a la presa del molino, a la que muchos se acercaban para besarla, encaramándose después a la misma para morder los clavos de los que cuelgan unas cadenas, ya que esa era la forma de evitar el terrible dolor de muelas. Dicha cruz se encuentra en la actualidad sobre un pedestal de piedra en el centro del pueblo. Otro remedio, si se sufría algún padecimiento en los ojos, era acudir al frontal del altar de Santa Lucía de Ermua para besar los ojos de la estatua de la santa, tocándose posteriormente los propios.
Para evitar la rabia, el santo más adecuado era San Jorge. En Lagrán aparece entre las anotaciones de las cuentas del concejo una de 1582, justificando el gasto de cuatro reales que se gastaron en llevar todos los perros de dicha jurisdicción a la ermita, hoy en día arruinada, de San Jorge de Azuelo en Navarra, para que allí fueran conjurados. Para terminar, no puedo evitar hacer mención a mi propia experiencia en este sentido. Siendo un jovenzuelo acudí a las fiestas patronales de un pueblo, con tan mala fortuna que aquella misma mañana amanecí con un orzuelo terrible. Tía María, una entrañable anciana que rondaría los cien años, me pidió que me acercara, y con una agilidad que me sorprendió, cazó una mosca al vuelo que posteriormente pasó sobre mi inflamado párpado. Puede que no sea especialmente higiénico pero, para mi sorpresa, pocos minutos después el orzuelo había desaparecido por completo.
Tradiciones de nuestros mayores Estoy convencido de que muchos de los remedios que se han ido olvidando, y a los que tachamos de simples supersticiones, escondían una sabiduría que acabará por perderse junto con el resto de las tradiciones de nuestros mayores. Yo, por si acaso, continuaré cortándome las uñas en días que no tengan r, para evitar de este modo los enojosos padrastros.
Solo me queda advertir a los lectores que en los meses de julio y agosto no se publicarán artículos de esta sección, retomándose la misma en septiembre con nuevas Historias de antaño y de hogaño.