Es fácil imaginar que en tiempos prehistóricos, nuestros ancestros tuvieron que pelear con los animales carnívoros con los que compartieron territorio, como los leones, hienas y osos de las cavernas. Pero damos por hecho que, en Álava, todas estas fieras se extinguieron tras las glaciaciones. Efectivamente así ocurrió, pero esto no significa que en algunos momentos de la historia, algunas de estas bestias hayan vuelto a acechar entre la espesura de los montes alaveses.

Durante la Edad Media, los reyes de Navarra, bajo cuyo señorío se encontraban los territorios vascos, disfrutaron del privilegio de poder cazar por todas sus tierras y de hacerlo de cualquier forma que pudieron imaginar. Uno de los métodos más sorprendentes consistía en la utilización de fieras exóticas, como los leopardos y guepardos, tigres y leones, traídos de lejanas tierras y que guardaban y exhibían en sus propios castillo. Así queda constancia, por ejemplo, en el palacio real de Olite, donde existía un recinto conocido como la leonera, ya que es allí donde se encontraban las jaulas en las que se guardaban estos animales.

También está documentado que el rey Carlos II el Malo hizo fabricar unas plataformas especiales para poder transportar estas fieras, puesto que en sus cacerías llevaba los animales amaestrados sobre estas plataformas que se cargaban sobre caballos. Una vez que los perros de los monteros localizaban las piezas, los soltaban y dejaban que el instinto les hiciera abalanzarse sobre el ciervo, el jabalí o el corzo de turno, y dándole muerte de un certero mordisco en la garganta.

A pesar del adiestramiento fue inevitable que si se daba la ocasión, escaparan, creando entre los lugareños la lógica alarma y obligando a su persecución. En un artículo titulado La caza en Navarra en los tiempos pasados, que se publicó en la revista Euskara de 1881, se cuenta que “Según una vaga tradición, un rey de Navarra, que se cree que debió ser Sancho el Fuerte, o uno de los Teobaldos, peleó también con un león, al que dio muerte”, aunque seguramente la persecución y caza de aquel felino sería realizada por sus súbditos, apropiándose después, el rey del mérito. Al margen de las fieras exóticas, cuyas cacerías no dejan de ser anecdóticas, en nuestras tierras se han perseguido a otro tipo de tigres, habituales en tiempos pretéritos, pero, por desgracia, desaparecidos en la actualidad.

En 1826, el doctor don Sebastián de Miñano escribió en su Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal lo siguiente: “Se crían en el Gorbea, con grande abundancia, robles, hayas bravas y tocornos, sus cercados son espesísimos, y se encuentran en ellos corzos y venados, muchos jabalíes y demasiados lobos; se han visto también de cuando en cuando algunos pequeños tigres y otras fieras no comunes en el país”.

Seguramente la referencia que hace a esos pequeños tigres, o tigueres, como se les llamaba en Álava por aquel entonces, en realidad sea una mención a los linces o a gatos monteses que en su momento poblaron los montes de nuestra provincia, y de los que hay suficientes pruebas documentales como para no dudar de su existencia. Por aquel entonces, se les consideraba animales maléficos, y no era extraño que se organizaran cacerías, algunas promovidas por las propias autoridades, para acabar con ellos. Así, en 1606 se pagaron dos ducados por la captura de un katamotz, que era un tipo de lince mucho más grande que el actual lince ibérico. Por poner otros ejemplos, se sabe que en Gopegi se cazó otro en 1776, cuatro más en Baranbio entre 1763 y 1781 y en Zuia un ejemplar en 1758. El último ejemplar del que se tiene constancia en Álava, fue abatido en 1801.

Sin duda, estas cacerías fueron la causa de su extinción, puesto que las ordenanzas de diversas localidades ofrecían suculentas recompensas, ya que, se les consideraba animales incluso más dañinos que los lobos, promoviéndose con estos incentivos su persecución. Sea como sea, en Álava ya es imposible ver en libertad a ningún gran felino, debiendo de conformarnos con los restos que los paleontólogos han ido encontrando en sus excavaciones por todo el territorio histórico, y quizá, con poder ver alguno de los últimos ejemplares capturados, que fueron disecados torpemente y peor conservados, pero que aún es posible localizar en ciertos caseríos vascos.

Es precisamente en esos pueblos, próximos a las estribaciones del Gorbea, donde perduran tradiciones orales referentes a bestias de gran tamaño escondidas en los bosques. Nadie pondrá en duda de que se trata de exageraciones propias de los cuentos y usadas para asustar a los niños, pero en la próxima ocasión en la que cualquiera de los lectores se encuentre paseando esos lugares, le propongo que dedique un momento a imaginar que, hace muchísimos años, quizá sí hubiera un tigre escondido entre los árboles que le rodeen.correo@juliocorral.net