Esta norma que durante la recta final de la dictadura reemplazó a la vieja Ley de vagos y maleantes trataba de mantener bajo control a todos los elementos considerados “antisociales” por el régimen, desde las personas que practicaran la mendicidad o el proxenetismo hasta aquellas que se salieran de la norma heterosexual, y fue utilizada de forma sistemática para reprimir a la población homosexual y trans junto a la de escándalo público. Sejo Carrascosa (Madrid, 1959) vivió en primera persona la eliminación de los artículos de la ley referidos a los actos homosexuales en 1979, un primer gran logro para el movimiento LGTBI de la época, que sin embargo siguió sufriendo durante años la persecución y el acoso, entre otros agentes, de la Policía. “Siempre las personas transgénero, transexuales o travestis eran el cebo perfecto. Bastaba con llevar un fular, unos pendientes o ir un poco pintada para que te metieran la Ley de escándalo público”, rememora el activista, que se instaló en Gasteiz el día de Nochevieja de 1994, curiosamente pocos meses antes de que la Ley de peligrosidad fuese por fin derogada por completo. Pese a los avances conseguidos, Carrascosa, integrante en la actualidad del colectivo Lumagorri HAT, no olvida la “fuerza” que todavía hoy acumulan sectores “muy reaccionarios” de la sociedad y critica que la legislación que persigue los delitos de odio se esté aplicando “mal y al revés”.
¿Cómo recuerda aquellos días?
-Yo ya en aquella época estaba de activista en Madrid, en una organización que se llamaba Frente de liberación homosexual de Castilla. Por aquel entonces no existía Madrid como entidad, era una provincia (ríe). Y por supuesto, una de las grandes reivindicaciones del movimiento era la derogación de esta ley, que permitía que las personas homosexuales pudiéramos ser detenidas y encarceladas en cualquier momento totalmente a discreción de la policía y los chivatos. Todo esto hay que situarlo en el contexto de la transición, que tenía una efervescencia política salvaje. En aquella eclosión de libertades que hasta entonces habían estado reprimidas, surgieron diferentes movimientos no sólo para lograr la democracia, la libertad o la amnistía, sino también grupos feministas y también los gays. Había muchas luchas e incluso se creó una Coordinadora de marginación social, donde se organizaron los sectores más vulnerables de la sociedad contra los que precisamente esta ley iba habitualmente. Y por eso era una prioridad que se aboliera.
¿Cómo solía actuar la Policía contra la población homosexual?
-A veces se ponían cebos para coger a las personas que iban a lugares donde había encuentros homosexuales. Y sobre todo se metían con cualquier homosexual afeminado, principalmente travestis o personas que por su vestimenta o sus ademanes fuesen consideradas homosexuales.
Para la historia reciente más oscura quedan los campos de trabajo donde eran internadas.
-Sí. Era una ley bastante cruel, porque tuvimos prisiones que eran verdaderos campos de concentración. Parecidas a los campos de trabajo que la Cuba castrista también tenía para los homosexuales, que trataban de reeducar mediante el trabajo. El trato que daban allí era totalmente cruel y salvaje. La más conocida fue la de Tefía, en Canarias. También hubo otra en Badajoz y creo recordar que en Málaga. Era muy curioso porque a una mandaban a los activos y a otra a los pasivos. Ignoro cómo consideraría el juez esto, si hacían exámenes anales o vete a saber tú qué aberración. Aparte, durante la dictadura, había ciertos psiquiatras del régimen como Vallejo-Nájera que lo que intentaban era curar la homosexualidad experimentando no sólo con electroshock, sino también con las lobotomías.
Álava también tuvo en Nanclares su particular cárcel para gays.
-Aquí en Nanclares también hubo homosexuales, pero sí se sabe que la cuestión fue un poco más paternalista. Los presos tenían nombres femeninos y se dedicaban un poco a hacer el servicio doméstico de los funcionarios de la prisión. No era de las peores cárceles, pero se construyó siguiendo el diseño de los campos de concentración nazis y también hubo nazis presos. Aunque supongo que vivirían bien y nos les faltaría mucho rancho. Digamos que no era tan dura dentro de lo que supone estar recluido. Y a saber luego lo que te tocaría dentro.
¿Existe alguna estimación sobre cuántas personas del colectivo pudieron llegar a estar allí?
-No. Hay mucha gente que está intentando estudiar el tema, pero el acceso a los archivos policiales es complicado. No sé sabe cuánta gente pudo estar ahí y tampoco por qué, porque muchas veces esta ley se aplicaba por proxenetismo, por drogas, por ser transeúnte...
¿Vivió alguna detención o algún encarcelamiento cercano?
-Yo era muy joven entonces, pero en el grupo que estábamos en Madrid sí había mucha gente mayor que había tenido algún tipo de problema. Esto muchas veces pasaba sólo por tres días en la comisaría o una paliza y en otras ocasiones iba a más. Dependía mucho de la clase que tuvieras. Yo conocí un par de casos, como el de un señor adinerado de Bilbao, constructor, que cayó alguna vez pero después podía tirar de la familia para quedar libre después de hacer unas llamadas. Yo no viví en ningún momento una actuación de la policía en esta época porque estaban a otra vaina, me refiero a finales de los 70. Chueca ya existía, también los bares de ambiente y los sitios de encuentro... Estaban a otras cosas.
A pesar de todo, la persecución al colectivo siguió.
-Claro, a partir de 1979 ya no podían detenerte por homosexual, pero sí por escándalo público. Y esto era un concepto moral también totalmente a discreción de la Policía o los jueces. Podía ser por morrearte en la calle, pero más que nada era, por supuesto, para la gente con pluma o travestis. Siempre las personas transgénero, transexuales o travestis eran el cebo perfecto. Bastaba con llevar un fular, unos pendientes o ir un poco pintada para que te metieran lo de escándalo público.
¿Y cómo afectaba la ley a las mujeres de la época?
-Normalmente no se les aplicaba. Por entonces, nunca se pensaba que dos mujeres pudiesen tener una sexualidad, no cabía esa visión. Entonces, digamos que las mujeres podían pasar mucho más desapercibidas, porque eran casi invisibles. Si dos mujeres vivían solas y juntas, podían ser familia, primas o no eran más que formas de vida de resistencia. Pero también es cierto que se aplicaba más, por supuesto, a aquéllas que jugasen más con el género, a las que fuesen más varoniles. Y con dureza también, aunque se podía aceptar un poquito más que una mujer fuera masculina a que un hombre fuera femenino. Así que era más difícil que a ellas se les aplicara. Por suerte.
¿Qué efecto tuvo la derogación definitiva de la ley en 1979?
-Una vez que se derogó, los espacios de encuentro gays ya estaban más o menos normalizados, había bares y tal, y el movimiento decayó bastante. Todas las reivindicaciones que había en torno a la libertad sexual, que tenían que ver más con mayo del 68, empezaron a olvidarse. Había un movimiento importante, que estaba aglutinado en la Coordinadora estatal de frentes de liberación homosexual, y era curioso porque estaba organizado territorialmente, en Euskal Herria, en Cataluña, en Valencia, en Galicia... Estaba bien organizado, pero una vez derogada la ley y conseguido lo más prioritario, muchos grupos desaparecieron o se quedaron en plan testimonial. Hubo una bajada muy grande del activismo y la militancia, no porque no hubiera cosas por las que luchar.
Usted llegó a Gasteiz unos años después, a las puertas de 1995. ¿Cómo fue la adaptación a una ciudad pequeña que siempre se ha dicho ‘de curas y militares’?
-Bien. Yo venía de una ciudad grande y Vitoria tenía ya sus bares y sus cosas. Y en esos espacios había ya cierta comunidad, aunque todavía muy consumista, en el sentido de que se iba a los bares y se hacían fiestas pero había bastante invisibilidad de la gente todavía. Yo recuerdo las primeras manifestaciones de aquí en el Orgullo y verdaderamente eran un poco patéticas. Éramos cuatro los que salíamos a la calle a dar la cara, aunque luego a la fiesta vinieran 100. En aquella época yo llegué a contabilizar tres o cuatro bares de ambiente. Era un ambiente mixto, en el que todavía no había muchas mujeres, pero que sí te permitía hacer cierto recorrido. Había un sector empresarial muy interesado en ese target, los gays y la noche. Ahora la situación ha cambiado mucho, hay un cambio muy grande. Ya no tenemos tantos bares de ambiente, pero alucino mucho con toda la gente joven que sale todos los 28-J. Ha sido un proceso lento, de dar la cara durante años, pero en cuanto a visibilidad se ha logrado mucho.
Las leyes han avanzado, pero da la impresión de que el machismo y una de sus múltiples caras, la LGTBI-fobia, se está rearmando y ha sacado los ‘tanques’ a la calle. ¿Lo comparte?
-Es cierto, esto es como todo. Hay sectores todavía muy reaccionarios en la sociedad que tienen su fuerza y que siguen incidiendo en que la homosexualidad es una enfermedad que tiene cura. Entonces no nos engañemos, no se puede bajar la guardia. La reacción está ahí, como pendiente. Y no lo digo sólo por el caso de VOX, sino por otros sectores como la iglesia evangelista, con toda la influencia que tiene en Sudamérica, y también la católica. Aquí tenemos una legislación contra los delitos de odio y me parece bien, pero que la Iglesia esté financiada por el mismo gobierno a través del concordato con el Vaticano y que se le permita lanzar mensajes de odio es una contradicción muy grande. Pero es normal que se produjese este rearme y que fuese a cargo de los sectores más tradicionalistas.
¿La legislación contra los delitos de odio a la que se refería está funcionando como se esperaba?
-La legislación de los delitos de odio se supone que era para proteger a los colectivos más vulnerables, pero en realidad se está aplicando mal y al revés, contra quienes cuestionan a la Policía, a la monarquía o a la propia Iglesia. No creo que sean los más vulnerables de la sociedad. Me parecen interesantes este tipo de legislaciones, pero lo que hay que hacer es una implementación verdadera. Lo mismo pasa con la educación, que es una de nuestras grandes reivindicaciones de siempre, pero que choca con una pared muy grande, como es la educación concertada. No creemos que las escuelas religiosas puedan dar verdaderamente una educación de diversidad sexual.
Parece claro que en pleno 2019 queda todavía mucho camino por andar para el colectivo.
-Sí. Como decía antes, veo mucha gente joven implicada, pero echo de menos mucha otra gente con diversidad funcional, con otros orígenes culturales y étnicos que verdaderamente no sé qué problemáticas tendrán, aunque me las imagino, y que están un poco abandonadas en su desarrollo personal y sexual desde la Administración. Es importante utilizar miradas interseccionales para que, cuando hablamos de toda la sociedad, no sólo lo hagamos sobre esa parte bonita, la que vemos.