La tarde de 2 de abril de 1870, el cadáver de una prostituta de 39 años apareció en las inmediaciones de Vitoria junto al río Errekatxiki. Conocida como La Riojana, esa mujer, de baja estatura, un poco entrada en carnes y que no debía tener muy buen gusto a la hora de vestir, se había visto obligada a recurrir a la prostitución tras quedar sin recursos cuando su esposo ingresó en prisión. Nadie lo podía imaginar en aquel momento, pero se trataba de la primera víctima de Juan Díaz de Garayo, al que, a día de hoy, conocemos como El Sacamantecas. En su cuello aun eran visibles los hematomas causados por las manos de su agresor cuando la estranguló hasta dejarla inconsciente, y en la espalda, las marcas de la rodilla con la que la inmovilizó mientras la ahogaba en el riachuelo al que la había arrastrado.

Pero lo que causó más consternación fue encontrar sobre el cadáver las evidencias de que su asesino, tras desnudarla, se había masturbado hasta eyacular sobre ella.

Se llamaba Melitona Segura y González de Betolaza, y su nombre, junto al del resto de las víctimas de Juan Díaz de Garayo, han sido olvidados durante casi siglo y medio. Nadie se había preocupado en intentar identificarlas, relegando a estas mujeres al papel de meros datos estadísticos.

Es incomprensible que en pleno siglo XXI, se conozca el nombre del asesino, y se ignore el de las víctimas, condenándolas a un inmerecido anonimato. Todas ellas tenían familia, amigos, proyectos? Pero sobre todo, tenían una vida que se vio truncada cuando en su camino se cruzó el Sacamantecas.

Éste y otros muchos datos, han sido publicados en la novela Locos que no lo parecen. En este libro (que tras el éxito de su lanzamiento inicial, acaba de ser reeditado por la editorial Guante Blanco), no solamente se relata la verdadera historia del asesino en serie, sino que también se desmienten multitud de leyendas, y que, en ocasiones, comienzan en el mismo momento en que dieron inicio los asesinatos. Sirva de ejemplo el artículo publicado en El Anunciador Vitoriano del 3 de diciembre de 1879: Desde hace diez años, los asesinatos se multiplican en la provincia de Vitoria, con caracteres de periodicidad y señales de una ferocidad lúbrica, que no dejan duda alguna acerca de la identidad de la mano que los lleva a cabo. Las víctimas son siempre mujeres y todos sus cadáveres aparecen desnudos, en el campo, con el vientre horriblemente abierto y arrancados algunos órganos interiores.

Las aldeanas tiemblan a la idea de tener que ir solas, por caminos solitarios, y mientras pueden, se reúnen algunas y marchan en bandas. Dícese que un personaje fantástico anda errante por los campos y que tiene la misión de castigar a las mujeres infieles y a las jóvenes extraviadas. Se le ha divisado una tarde, caminando a través de los campos, con una carrera más rápida que la del viento que sopla en las cimas de las montañas cántabras; sus cabellos flotan sobre sus espaldas, como los de una mujer, sus ojos brillan como dos puntos fosforescentes, y dejan detrás de si como una corriente de azufre. Se llama el Sacamantecas, Arrancahígados o Arrancagrasas a este personaje fabuloso, al cual se atribuye un poder prodigioso. Se cree, al ver que las víctimas todas ofrecen la misma clase de heridas, que estos crímenes repetidos tienen por objeto el quitarles el hígado y las partes grasas, a fin de preparar yo no sé qué medicamentos y que clase de pomadas, para curar enfermedades especiales.

Estas descripciones fantásticas y exageradas se han ido entremezclando con la verdad, haciendo que la figura de Juan Díaz de Garayo, esté más próxima a la de un personaje de cuento que a la de un cruel asesino. Una de las fuentes de información que se han utilizado para escribir el libro Locos que no lo parecen, ha sido un folletín, de apenas sesenta páginas, que escribió Ricardo Becerro de Bengoa, y que se titulaba El Sacamantecas. Su retrato y sus crímenes. No se puede obviar que el autor era un reconocido publicista que supo explotar la parte más sensacionalista, hasta el punto de hacer coincidir su publicación con la ejecución del criminal. En su época fue criticado por lo escandaloso de su relato, que se llegó a tildar de pornográfico por la férrea sociedad victoriana, pero, visto en la distancia, es evidente que muchas cuestiones se omitieron y otras se exageraron.

A partir de ese momento, los cuentos y tradiciones populares se fueron añadiendo a la leyenda del Sacamantecas, y cualquier invención, por absurda que parezca, se acababa incluyendo en los relatos que pasaban de boca en boca. Una de esas cuestiones que se habían dado como auténticas, arranca de una licencia literaria de Pío Baroja, que en su novela La familia de Errotacho afirma que el verdugo que ejecutó al Sacamantecas fue el famoso Gregorio Mayoral. Sin embargo, esto no se sostiene históricamente, pues en 1881, cuando se ejecutó la sentencia de muerte, Mayoral aun no trabajaba como ejecutor, ya que era menor de edad.

También se dice que la detención se produjo a raíz de los gritos de una niña que, cuando vio a Garayo, empezó a decir: “Qué hombre tan feo. Parece el Sacamantecas”, siendo inmediatamente detenido por un alguacil que la escuchó. Solo hay que consultar los expedientes judiciales para descubrir lo absurdo de esta versión tan popular en muchos relatos.

La verdad supera a la ficción Sin embargo, se han omitido las inclinaciones necrófilas de Garayo. He de insistir en que se trataba de tendencias necrófilas (prácticas sexuales con cadáveres o relacionadas con la muerte), y no necrófagas (alimentarse de carne humana), pues tampoco es extraño encontrar a quienes aseguran que se comió partes de las entrañas de las mujeres a las que asesinó. Y es que, aunque parezca un tópico, en esta ocasión, la verdad supera con creces a la ficción. Verdad que podéis descubrir en la novela Locos que no lo parecen, que hoy sale a la venta en todas las librerías.