nanclares de la oca - Los campos de concentración no sólo son parte de la dramática historia de la II Guerra Mundial. La dictadura franquista los desarrolló y, cuando interesó, el régimen trató de borrar su memoria, aunque, poco a poco, se van atisbando sus historias y sus silencios. Uno de ellos fue el de Nanclares de la Oca, que la asociación cultural Geltoki trata de rescatar del olvido con actividades como la desarrollada el pasado domingo por la mañana. Se trató de un recorrido “por el paisaje disciplinario de este municipio”, dentro de la actividad denominada Piedras y presos. Un paseo arqueológico por el campo de concentración de Nanclares de la Oca. La iniciativa contó con un guía de excepción: el arqueólogo de la UPV Josu Santamarina. En palabras de Iñaki Lauzurika, presidente de Geltoki Elkartea, “para defender y sentir como propio un territorio, para amarlo, primero hay que conocer su patrimonio y su historia. No todos los que vivimos aquí conocemos mucho de la historia reciente de los pueblos y ése es uno de los objetivos de nuestra asociación”, señaló.

Según contaron, y según se pudo ver en el transcurso del paseo, principalmente a través de fotografías de la época y de testimonios que han llegado hasta nuestros días, entre 1940 y 1947, este centro penitenciario recibió el inequívoco nombre de campo de concentración. Su construcción fue llevada a cabo por los propios presos, traídos aquí desde el saturado campo de concentración de Miranda de Ebro. En un principio, su alojamiento era un precario campamento en la aldea de Garabo, compuesto por tiendas de campaña y un par de barracones. Era diciembre de 1940.

El emplazamiento elegido para la construcción del centro era conocido como Montecillo de Garabo y era de propiedad pública. De acuerdo con las investigaciones realizadas, el Estado no pidió permiso alguno a las autoridades municipales y la ocupación de este entorno, en plena dictadura de Franco, fue ilegal hasta pasadas varias décadas. Además, como indica la palabra Montecillo, esta zona delimitada por un meandro del Zadorra tenía un promontorio rocoso, que fue vaciado con picos y con el sudor de los miles de presos. De esta cantera surgió la piedra para construir numerosos lugares de Vitoria, como el barrio Martín Ballesteros de Armentia o algunos edificios de la calle Ramiro de Maeztu, posibilitando que empresas constructoras de la época ganaran grandes sumas de dinero con esta mano de obra barata.

Muchos de los presos eran brigadistas internacionales que voluntariamente habían llegado a España para combatir con la República y contra el fascismo. Había alemanes, polacos, checos, franceses y italianos. Además de ser presos de Franco, muchos de ellos, con las conquistas de Hitler en Europa, no podían volver a casa porque allí les esperaba la muerte.

Diseños nazis El diseño del campo de concentración de Nanclares contó con el apoyo técnico de militares nazis, de tal forma que se tomaron modelos de campos de concentración de Alemania, como el de Buchenwald (1937) y Sachsenhausen (1936). Los barracones fueron dispuestos formando un gran trapecio, siempre bajo la atenta mirada, que todavía hoy guarda la zona, de una gran torre de vigilancia. Se construyeron ocho barracones con capacidad para 200 presos cada uno, el hogar de miles de indeseables, como se les llamaba en la época. Indeseables que eran encuadrados bajo una estricta disciplina militar: uniforme gris para el verano y marrón para el invierno. La Policía Armada se encargaba de su custodia y de sus castigos.

Algunos de estos datos fueron aportados el domingo pasado por Juanjo Monago, autor del único monográfico que existe hasta el día de hoy sobre este lugar: El campo de concentración de Nanclares de la Oca (1940-1947), editado por el Departamento de Justicia del Gobierno Vasco hace 20 años, en 1998. Este libro sigue siendo el referente de obligada consulta sobre la historia del sitio, si bien se encuentra descatalogado en las librerías.

Cuando la Europa hitleriana estaba siendo derrotada por los aliados, en 1945, muchos nazis comenzaron su huida hacia Sudamérica. El régimen que mejor los acogió era aquél que les debía su existencia gracias a la ayuda prestada en la guerra. De esta forma, los presos brigadistas, de izquierdas y exiliados desde hacía una década, tuvieron que compartir espacio con nazis que habitaban el campo a la espera de regularizar su situación con el consulado. Un grupo de periodistas de la Associated Press visitó Nanclares una semana después de la rendición de la Alemania nazi (mayo de 1945) y se hizo eco de esta tragicómica paradoja de “convivencia” de fascistas y antifascistas. Además, denunciaron la durísima vida en el campo, que se cobraba casi una veintena de vidas cada año (por desnutrición, tuberculosis, neumonías, etc.). Sin embargo, la prensa alavesa de la época tildó aquel reportaje extranjero de “difamación contra España”.

La dictadura también desarrolló una dura legislación contra la “peligrosidad social”. En 1954, se introdujo la homosexualidad como categoría criminal dentro de la Ley de Vagos y Maleantes. A partir de entonces, la prisión de Nanclares fue uno de los más importantes centros de internamiento de homosexuales de la España de Franco. Estos eran eximidos de trabajar picando piedra en las canteras, pero, a cambio, recibían motes femeninos, como en el caso del preso Juan Soto, conocido como La Catalina o Katy. Además, su labor era trabajar en las casas de los guardias del centro, haciendo las veces de sirvientes. La legislación de represión contra homosexuales no fue abolida en España hasta 1979, cuatro años después de la muerte de Franco y con la Constitución ya en vigor.

En cuanto al paisaje construido del campo de concentración, los barracones fueron los mismos que diseñaron los técnicos nazis hasta finales de la década de 1970, cuando se inició una reforma integral. La prisión fue reinaugurada en 1984, con un ordenamiento en módulos, más moderno, pero con la zona principal de vigilancia todavía conservada del campo original. La piedra trabajada por los presos sigue siendo la que conforma los muros del acceso a la prisión.

Pero el campo de concentración, del que ahora no quedan más que algunos humildes restos arqueológicos, bajo el peso de la prisión actual, no fue el único lugar visitado el pasado domingo. Una parada necesaria fue la que tuvo lugar en el colegio de los Hermanos Menesianos, al otro lado del Zadorra. Este complejo arquitectónico tuvo su origen en el balneario-casino Bolen, a finales del siglo XIX. Sin embargo, aquella lujosa casa de aguas tuvo que cerrar sus puertas y fue entonces cuando los Hermanos Menesianos la adquirieron en 1914. Éstos instalaron un gran colegio que, durante la Guerra Civil, sirvió de campamento para la Legión Cóndor alemana y los Flechas Negras italianos. Todavía hoy se conserva un mural fascista italiano, con un dibujo del Vaticano y la efigie de Mussolini.

Los Menesianos tuvo funciones auxiliares para el campo de concentración de Nanclares. Unos pilares de cemento en medio del río Zadorra hablan de aquel puente tendido entre el centro represivo y el colegio.

Alianzas. Dadas las políticas de alianzas que salvaguardaron la vigencia del franquismo en sus primeros años, el campo de concentración de Nanclares de la Oca contó con diseños y ayuda nazis para su construcción, desarrollo y mantenimiento.

Otros edificios. El edificio de los Hermanos Menesianos fue en su momento sede de los militares italianos y alemanes que participaron en los bombardeos perpetrados sobre población civil, como los de Gernika o Durango, durante la Guerra Civil.