laguardia - Laguardia muestra, a simple vista, un impresionante recorrido desde su muralla y sus cinco puertas a la iglesia de Santa María o la de San Juan, la Torre Abacial, la plaza y sus calles. Y todo ese patrimonio puede ser visitado paseando, sin riesgos de vehículos, por una completa trama urbana sin riesgo por el tráfico, excepto cuando a media mañana un tractor pequeño engancha los contenedores de basuras como si fuera un tren y los saca fuera de la villa, al punto limpio en la carretera a Elciego.

Y es que por intramuros, por el interior de la villa, no pueden circular vehículos por dos razones. La primera, por lo angosto de muchas de sus calles. Y, sobre todo, porque a las riquezas históricas y arquitectónicas que se ven en el exterior se suma un impresionante complejo de calados, que se extienden por todo el subsuelo de Laguardia. En su día la inmensa mayoría de ellos estuvieron comunicados, al menos por ventanucos que garantizaban la ventilación de esas cuevas excavadas bajo las casas y, en otras muchas, se pueden ver las paredes que se han levantado para tapiar el acceso a otros calados vecinos.

Por los estudios que se han realizado bajo las calles de la localidad, hay documentados unos 234 calados, ya que en su día casi todos los edificios contaban con su propia cueva, en la que no necesariamente se elaboraba vino, sino que era el medio de conservación de alimentos y del vino, los granos y otros productos.

Los hay de todos los tamaños y formas, porque tampoco coinciden exactamente con los planos de las actuales edificaciones y la gran mayoría tienen una antigüedad de entre 200 y 400 años, aunque los hay mucho más antiguos. Otras guardan viejas leyendas, como los que tienen salida fuera de la muralla, sobre los que se afirma que eran las vías de entrada y salida discretas en tiempos de ataques.

En la actualidad solo un pequeño puñado de ellos puede ser visitado. Se trata de los dos únicos en los que todavía hay una cierta actividad relacionada con el vino. La bodega El Fabulista, en la plaza de San Juan, que aún recibe uvas y elabora y cría vino; la bodega Casa Primicia, que estuvo en funcionamiento hasta casi terminar el siglo XX, y donde todavía se cría vino: la bodega Carlos San Pedro, donde también se envejece el vino que elaboran, o la bodega Mayor de Migueloa, destinada a visitas. A esos calados se suman el enorme complejo que une el palacio de Samaniego, antiguo domicilio del conocido fabulista de Laguardia, y el museo de la Sociedad de Amigos de Laguardia. Un calado que, en su día, estuvo unido a la bodega El Fabulista, aunque hoy tiene tapiado el acceso. Asimismo, en la Casa Garcetas, sede de la Oficina de Turismo y de las actividades culturales de la villa, hay otra llamativa cueva, aunque solo se abre a las visitas en escasos acontecimientos, entre ellos, hoy domingo, coincidiendo con la Marcha por la Ruta del Vino y del Bacalao.

El propietario actual de la bodega El Fabulista es la familia Santamaría. En el siglo XIX los Samaniego marcharon a vivir a Madrid y entonces fue cuando adquirieron la bodega la familia Santamaría, aunque no se perdió la saga, ya que un descendiente de Samaniego sigue trabajando en el lugar. En esta bodega, la única que mantiene su actividad vitivinícola, aunque a un tamaño muy reducido, aún se sigue elaborando con el método de maceración carbónica, que es como técnicamente se llama el método tradicional. Ése era el procedimiento mayoritario hasta finales del siglo XIX, pero con la llegada de los franceses de Burdeos, a raíz de la filoxera, la maceración carbónica se fue reduciendo, aunque hoy en día sigue viva en bodegas familiares y tradicionales de Rioja Alavesa y en la Sonsierra riojana. El calado, a siete metros de profundidad, es del siglo XV y cuenta con tres cuevas paralelas y unidas entre si en las que se producen, en una, la elaboración de los vinos en los depósitos de hormigón y piedra; en otra, la crianza, y en la tercera las catas y las visitas teatralizadas que suelen organizar todos los años.

Justo encima del calado se cuenta con dos lagares abiertos, aunque separados por una pared, con capacidad para 22.000 kilos de uva cada uno, en los que se depositan en vendimias todo lo que es el racimo de uva, tanto el raspón como el grano. En estos lagos fermenta la uva entre 8 y 12 días aproximadamente y una vez al día durante ese tiempo realizan el remontado para poder extraer el máximo color y facilitar la fermentación de manera correcta. Finalmente se elaboran unas 40.000 botellas al año.

La visita, guiada por Rakel Blanco, es un viaje al interior de Laguardia, pero también a la historia de esta localidad, una explicación que sirve para entender la estructura actual, exterior y del subsuelo de esta villa. Relata que en el año 908 el rey Sancho Abarca decidió aprovechar esta colina y la buena visibilidad que hay del entorno para construir un castillo, una fortaleza, ante los continuos asedios vividos en La Hoya. En el siglo X esta tierra era fronteriza entre el reino de Navarra y el de León, con el Condado de Castilla, que estaba en medio, hasta que Castilla se convirtió en reino. También hacía frontera con los califatos árabes que abarcaban el tercio sur de la península ibérica. Ante tantos riesgos, el rey navarro, en su empeño por proteger la frontera de su reino, aprovechó la situación estratégica que tenía el cerro para construir un castillo. De ahí también el nombre la guarda del reino de Navarra, ya que el nombre exacto de Laguardia es La Guardia de la Sonsierra

Al ser tierra fronteriza, los habitantes, de la primera fortaleza y posteriormente villa, que se fueron asentando alrededor de la fortaleza, temerosos de las guerras entre uno y otro reino, empezaron a excavar galerías subterráneas en el interior de la colina para que les sirvieran como defensas, pero también como despensas en caso de llegar a un asedio, o tener la posibilidad de poder salir al exterior de la colina a través de las galerías.

Con el paso de los siglos la villa de Laguardia fue ocupando toda la colina y con ello fueron creciendo sus subterráneos. Sobre todo, a partir de los siglos XV y XVI, cuando Laguardia perdió el carácter fronterizo. Entonces los subterráneos se fueron agrandando y se convirtieron progresivamente en bodegas, de tal manera que hoy en día hay en Laguardia unas 234 cuevas subterráneas.

La actividad más antigua Otro de los calados habilitados para las visitas es la bodega Casa Primicia, la originaria, ya que la nueva está en el exterior de las murallas. Este calado tiene un insólito honor y es el de estar considerado como la bodega más antigua del planeta con actividad ininterrumpida, aunque en la actualidad solo crían algunas partidas de vino. Según los arqueólogos que elaboraron el informe previo de la rehabilitación del edificio se sabe que es del siglo XI, por lo que cuenta con mil años de antigüedad. El suelo original es del siglo XI, igual que la piedra, gracias a la cual se ha mantenido el edificio hasta el día de hoy, porque los que se hacían de adobe o de madera, que era lo más usual en aquella época, se derrumbaron o se quemaron en algunos incendios que hubo y se han tenido que restaurar. Por eso solo se han quedado los que eran de piedra.

Sobre su historia, fue un palacete privado de dos plantas. Por las dimensiones que tiene y por haberse hecho precisamente de piedra, que no era el material más usual, porque era más complicado de localizar y de transportar, debió pertenecer a una familia adinerada y fue pasando de generación en generación hasta que la iglesia se hizo cargo del edificio en el siglo XV, aunque se desconoce si fue por compra o por donación. En aquella época era muy habitual donarlo a la iglesia para salvar las almas, como cuenta su gerente, Iker Madrid. Muchas familias donaban bienes y no se sabe si lo recibió de esa manera.

Lo que sí es cierto es que la iglesia, una vez que se hizo cargo del edificio, también lo destinó a la recaudación de los impuestos medievales, que eran los diezmos y primicias. Sin embargo, en este caso, los arqueólogos estuvieron buscando un silo o tratando de encontrar algún trozo de cereal o algún grano, y todo lo que localizaron en este edificio está relacionado con el mundo de la uva y del vino. Todo hace pensar que, en Laguardia, debía haber una segunda Casa Primicia, donde sí se recaudaban los diezmos y primicias en forma de granos, de centeno u otros cereales, fruta o incluso olivas. Pero en este edificio única y exclusivamente se recaudaba en uvas. Lo que sí se hizo, por parte de la iglesia, fue una ampliación del edificio, ya que era un palacete desde el principio, para reconvertirlo en bodega. En esa ampliación se hizo la reforma de la puerta y una ampliación hacia el sur para construir unos lagos de piedra, que son los que se mantienen a día de hoy y los que se van a ver en las visitas guiadas. Son cuatro lagos de piedra donde se estuvo elaborando vino desde el siglo XV hasta la década de los 80, que es cuando de alguna manera la familia dejó de elaborar vinos aquí y construyó una bodega moderna.

Otro espacio que se puede visitar es la bodega Carlos San Pedro, en la calle Páganos. Según explican, el calado tiene una antigüedad de unos 600 años, y su uso como bodega se remonta a cerca de 250 años, aunque la familia tiene una larga trayectoria de alrededor de 500 años como vitivinicultores.

Al igual que el resto de bodegas de la villa, está excavada a unos ocho metros de profundidad y en un lugar que ofrece unas capacidades muy buenas para la crianza del vino: una temperatura permanente todo el año de 13 grados centígrados y una humedad también constante del 85%. Sus cuevas se reparten en cuatro estancias donde están, respectivamente, los depósitos, botelleros y la zona de barricas. Otro vecino, Miguel Ángel Rubio, también continúa elaborando vino en su calado de la calle Mayor, aunque reconoce en cada campaña “que ésta será la última”, ya que las uvas las tiene que trasladar en comportones y en carretilla por las estrechas calles. Eso fue lo que pensaron también las dos cooperativas que había dentro de las murallas y que hace 40 años decidieron trasladarse a lo que son hoy Bodegas El Collado vendiendo los antiguos calados.

A esta relación se suma el calado que tiene uno de los hoteles con más encanto de la comarca, Mayor de Migueloa, en la calle Mayor. En este espacio, además de las visitas para clientes o quien lo solicite, también se ofrecen cursos de introducción a la cata o catas específicas.