atauri - Nacido en Antoñana, Felipe Marquínez trabajó más de 20 años en la mina de Asfaltos de Atauri, hasta que con 46 buscó un mejor acomodo en la entonces Seguridad Social en Vitoria, aunque siempre ha permanecido atento al acontecer de la mina. No en vano, tras su jubilación, hoy tiene 86 años, ha vuelto a Antoñana junto a su mujer, “porque aquí nos encontramos mucho mejor y cuidamos de nuestros huertos”.
Comenzó a trabajar con 11 años, pero fue con 16 cuando entró en la mina de Asfaltos de Atauri, en la fábrica de panes, que es como se llaman las losetas de asfalto listas para su envío a los clientes. No había cumplido los 25 cuando la dirección le propuso ser el encargado de la fábrica y, aunque alegó algunos temores porque había trabajadores mayores que él, terminó aceptando.
Mantiene frescos sus recuerdos de cómo se vivía entonces. “El mineral se sacaba en unas carretillas y luego en una carreta con bueyes, que lo llevaban hasta el muelle de carga. Allí entraban en la zona de fabricación, con máquinas que trituraban el material y se llevaba a las distintas fases de fabricación: para hacer los panes o las emulsiones”, que era la forma de enviarlo a los clientes.
“Eran tiempos duros y la mina era prácticamente el único recurso de la zona para mantener a los habitantes. Yo, al principio, iba en bicicleta desde Antoñana y, después, tuve una pequeña moto y, al final, un coche de segunda mano. Fue cuando me hicieron encargado y, aunque tenía derecho a vivienda, electricidad y agua en el edificio que había en la mina, preferí seguir viviendo en Antoñana, en mi casa”. Cuenta la suerte que tuvo por estar de encargado, porque quienes estaban en la fábrica o en la mina “no se podían poner una camisa blanca, porque inmediatamente se volvía negra, porque el polvo del asfalto se pegaba a la piel para siempre”.
Recuerda también los malos momentos, los accidentes. Los que no vivió, pero permanecían en el recuerdo y en los comentarios de los compañeros, como la muerte de dos mineros tras la explosión de un barreno en la mina y el hundimiento de una galería. O el día en que cedió el techo de uralita sobre el que se había subido un compañero y vivió su dramático fallecimiento al caer justo al lado de una caldera de emulsionado de asfalto golpeándose en la cabeza. O el día que un torno capturó la ropa de otro y lo arrastró con fatales consecuencias? Hoy, recopila con nostalgia esos recuerdos y al hacerlo trae a la memoria a los pocos compañeros que aún viven en Antoñana, en Maeztu, y poco más, porque la empresa acumula ya muchos años sin actividad. - Pablo José Pérez