bernat Lizaso ejerce de socorrista en Aquamendi. Daniel González es oficial de control del frontón de Los Astrónomos. Garazi Suinaga trabaja como socorrista en Mendizorroza, y Daniel García también es socorrista, pero en Hegoalde. Todos visten camisetas rojas y durante esta semana han secundado la huelga del sector de actividades deportivas de Álava que mantuvo cerradas durante días las piscinas de Mendizorroza y Gamarra, vacíos de socorristas los puestos de los pantanos, sin cursos a los centros cívicos y paralizados los frontones y rocódromos públicos. Un conflicto resuelto a base de diálogo, pero que ha hecho mella en la opinión pública y que ha centrado el foco de atención sobre la complicada realidad de estos trabajadores, muchos de los cuales pasan serios aprietos para llegar a final de mes.
Bernat explica que las peculiaridades del sector han permitido que los problemas se hayan ido enquistando y prolongando en el tiempo durante años. Hasta que todo estalló. “Hay mucha gente joven que aún no se ha independizado, así que no tienen una necesidad económica tan grande como la de los compañeros que tienen que pagar la comida, el alquiler, las facturas, y que tienen gente que depende de ellos. Con un sueldo tan bajo como el de los que cobraban menos de siete euros la hora se veían muy afectados”, expone. La parte positiva de su trabajo es que se desarolla “de cara al público y con compañeros muy animados, por lo que se hace muy ameno”. Precisamente por ello, reconoce, “hemos aguantado todos estos años”.
Él lleva tres años como encargado de velar por la seguridad de los bañistas en Aquamendi, en las piscinas de Mendizorroza. Trabaja los veranos y se saca un dinero, pero explica que “cuando te llama el jefe y te dice durante el año que tienes que ir a algún sitio, vas”. Al preguntarle por lo que sucedería si no acudiera, su respuesta resulta elocuente. “No pasa nada. Pero mejor que vayas”.
“Habíamos llegado a un punto crítico. El convenio se había alargado y los cancheros eran los que andaban más encima del asunto, porque eran los que peor estaban. Cuando nos dijeron que lo iban a firmar decidimos que teníamos que espabilar, unirnos todos y aprovechar el momento. Hicimos una reunión, fuimos hablando, los compañeros se fueron animando y vimos que los problemas eran los mismos para todos. Los fines eran los mismos. Esa ha sido la clave para que nos uniéramos tan rápido”, repasa.
Ofrece un dato: la edad de la plantilla va desde los 18 hasta los 63 años. Un grupo heterogéneo que, pese a todo, ha respondido como un solo hombre. Y no olvida a los usuarios. “Les hemos pedido perdón un millón de veces porque sabemos que es una molestia no poder disfrutar de las piscinas de verano, de los frontones, de las instalaciones que pagan. Y por eso hemos llevado a cabo actividades para ellos durante la huelga. Aunque han sido mínimas, con ellas queríamos transmitirles que nos preocupan y nos interesan”.
Daniel es vigilante. Lleva 12 años al pie del cañón. Como veterano “con algo de experiencia”, conoce bien el modo en que se gestó el origen del conflicto vivido en Álava durante esta última semana. “Antes de la crisis estábamos mal, pero nos llevaba una federación y teníamos unas condiciones diferentes. Todo era más llevadero. Cuando llegó la crisis nos callamos un poco, pero la hemos sufrido mucho”, rememora.
Trabaja a jornada completa y aunque debería vivir de ello, asegura que, con las condiciones que había antes del acuerdo, “no era posible”. “Sólo de esto no se podía vivir”, afirma. “Estoy trabajando en dos sitios. Aquí a jornada completa y en otro sitio metiendo horas. Todo legal y con contrato, pero tener que estar trabajando en dos puestos para llegar a final de mes no es justo. No me parece bien que una persona trabaje 40 horas semanales y no pueda vivir dignamente”, lamenta.
A modo de resumen, señala que “el problema es que el convenio llevaba caducado mucho tiempo y que no ha habido subidas en años”. Indica que “hemos estado aguantando, pero habíamos perdido poder económico hasta llegar al límite”. “Los que estábamos mal -apostilla- no pudimos más”. “A nosotros nos pagan los ciudadanos de Vitoria y no creemos justo que se nos explote para que una empresa privada se lleve los beneficios”, concluye.
El de 2017 es el tercer año en el que Garazi trabaja como socorrista en Aquamendi. A la hora de explicar los motivos que le llevaron a secundar las movilizaciones de esta semana señala que “muchos de los socorristas que trabajamos en verano hemos decidido involucrarnos pensando en la totalidad del sector”. “Personalmente no necesitaba hacer una huelga, pero veo a mi compañero que está cobrando una miseria y me solidarizo con él”, agrega.
La participación de los socorristas en los paros y la subsiguiente clausura de las piscinas han sido claves en el devenir de la huelga y, por lo tanto, en su resolución. “La unidad ha sido fundamental, pero nosotros también teníamos peticiones porque llevábamos 8 años con el sueldo congelado. La vida iba subiendo y nuestros salarios se iban quedando atrás”, detalla. Pensando en sus compañeros del grupo 4, el que menos dinero percibía, sostiene que “con 6,22 euros brutos por hora, que se quedan en 5,7 netos, no se puede vivir”. “Todos trabajamos en el mismo sector -asume- y debemos apoyarnos”.
Daniel es socorrista, pero durante todo el año y en un centro cívico. Empezó como muchos otros, trabajando únicamente en verano, pero ha acabado siendo su modo de vida. “El problema llega cuando, después de nueve años sin mejoras salariales ni actualizaciones del IPC, te das cuenta de que te estás empobreciendo mientras trabajas”. Asegura, sin embargo, que no todo es cuestión de elevar los sueldos. “Las condiciones laborales habían ido a peor. Por ejemplo, se nos impuso un calendario de temperaturas que hacía que trabajásemos en función del tiempo que haga. Si hace malo, no vas a trabajar y no cobras”, ilustra. En la misma línea, indica que deben estar pendientes del teléfono móvil, “como si fuera una guardia”, para saber si los responsables requieren de sus servicios. “No puedes hacer ningún tipo de plan. Has de estar disponible y tienes que estar supeditado al clima de Vitoria, con lo que lo mismo trabajas 15 días que un mes. Y, a diferencia de otros trabajos en los que se contemplan esas guardias, aquí no se remuneraban”, manifiesta.