En el estrado, las ponentes cuentan con un pequeño letrero que las identifica. Nombre, apellido y cargo. El de Carolina sólo dice Carolina. Sin más datos, pese a que ella es una de las protagonistas indiscutibles del día. Ella es prostituta, aunque prefiere el anglicismo escort por considerar que “tiene más glamour”. Aparece ante el público a cara descubierta, en vivo y en el documental No sigo el guión... presentado por la Comisión Ciudadana Antisida de Álava, Sidálava. A diferencia de otras compañeras de profesión, no esconde su rostro porque en realidad nada tiene que ocultar. Es una trabajadora sexual, una más de las muchas que ejercen este trabajo en la capital alavesa, y reivindica que su actividad esté regularizada. Con sus impuestos, su jubilación y sus prestaciones sanitarias. Un posicionamiento lógico que cada día cuenta con más adhesiones. Ayer, el auditorio del Museo Artium celebró una celebración en favor de la normalización, de la visibilización y del reconocimiento de este sector que, como recuerdan sus integrantes, cumple una función social más.
“Todo el mundo habla de nosotras, pero nadie nos pregunta”, lamentaban ayer las trabajadoras del sexo ante las cámaras, con el rostro fuera de plano. El documental, realizado por Giros CMC a instancias de la Comisión, les lanza todas esas cuestiones que sobrevuelan su oficio y que muchos no se atreven a verbalizar. Ellas responden abiertamente, sin tapujos. Hablan del estigma asociado, de la vergüenza que la sociedad les ha hecho pasar por dedicarse a una profesión cuya dignidad defienden, manifiestan sus ganas de organizarse en sindicatos o en asociaciones para hacer valer sus derechos, y declaran no ser “vulnerables, sino vulneradas”.
El mundo las observa desde cuatro perspectivas. Hay quienes las ven como víctimas y quieren protegerlas; quienes creen que son delincuentes y las persiguen; quienes las consideran una molestia y luchan por sacarlas de las calles; y quienes entienden que son unas trabajadoras más y que, como tales, su situación debe quedar regulada.
Ellas asienten al escuchar este último razonamiento y desgranan los detalles de su día a día. Hablan del dinero rápido, pero nunca fácil. Ninguna llega a acostumbrarse jamás del todo al oficio, pero es lo que hay. Toca pagar las facturas y defienden que su opción laboral ha de ser tan válida como la que más. “No somos malas mujeres ni basura que contamina las calles. Somos personas y queremos trabajar en condiciones dignas”, exige Carolina.