agurain - Caravana de vehículos para acceder al municipio de Agurain en la mañana de ayer y, poco después, pelea encarnizada entre los conductores por localizar una plaza donde estacionar el coche, tanto dentro del casco urbano como en la periferia. Una catarata de actividad conducía hasta la feria ganadera alavesa por excelencia, el evento decano del territorio o, como cantaba la voz eterna del speaker que siempre relata pormenorizadamente los detalles de la jornada, “hau da gure azoka, Aguraingo Azoka”.

Efectivamente, la feria de todos los alaveses hizo honor, una edición más, a su infalible poder de convocatoria e inundó, literalmente, de ambiente el municipio. Los más ordenados comenzaron el itinerario por el mercadillo ubicado en la entrada principal de la localidad para, acto seguido, completar la revista de novedades en maquinaria agrícola. Segadoras, cosechadoras, trilladoras y tractores del tamaño de un inmueble pequeño. Vehículos de aspecto tradicional mezclados con otros con pinta de coche deportivo inflado a esteroides y dotados de nombres tan sugerentes como Warrior. Resultaba casi imposible resistirse a la tentación de palmotear, con aire de total suficiencia, una de las enormes ruedas y mirar las cabinas como si se evaluaran artefactos de este calibre todos los días. Eso, y tomarles una fotografía con el móvil. Impulsos atávicos.

En otros eventos, los asistentes lucen gorras con bordados que evocan grandes ciudades norteamericanas. En este, el personal lucía con orgullo viseras impresas con nombres comerciales de empresas que lo mismo fabrican una motosierra que un cortacésped. Donde hay clase, sobran los accesorios superfluos.

Pasada la hilera de los tractores y sus múltiples y coloristas accesorios, aparecían las jaulas de las vacas y los terneros. Parada obligatoria para las familias que incluían txikis entre sus miembros y que, invariablemente, reparaban en el mismo grupo de terneros que, medio dormidos y ajenos a la expectación que levantaban, disfrutaban de la soleada mañana descansando sobre sus camas de paja. “Mira esa, qué cara de mala leche tiene”, o “a ese toro le falta un cuerno” formaban parte casi obligada de los comentarios matutinos.

Un momento de relajación tomando algo en el puesto de la Ikastola Lope de Larrea, dedicado a recaudar fondos para financiar el ikas bidaia, y a continuar por la zona de los potros. Los mejores ejemplares competían por ver quién se hacía este año con el distintivo de ganador dentro de las múltiples categorías a concurso. Caballos de Monte del País Vasco y también otros llegados de distintas comunidades autónomas que competían en la categoría de aptitud cárnica. Como bien explicaba el presentador del certamen equino, en su día los animales de tiro fueron sustituidos por los tractores y a partir de entonces su valía se centró en la carne que podían ofrecer. Así las cosas, los jueces valoraban aspectos tales como la apariencia, los labios, las crines y el lomo, pero también la anchura de los cuartos traseros, que es donde se concentra la mayor cantidad de carne en estos animales. De la mano de sus criadores, las potras paseaban dando vueltas frente a público y miembros del jurado mientras los segundos iban descartando ejemplares y los que permanecían en liza iban despertando comentarios de admiración entre los presentes. “Mira esa qué bonita, qué elegante es y qué culo tiene”. Palabras que en otro contexto hubieran resultado políticamente incorrectas, pero que ayer, en un marco excepcional como el de Agurain, cobraban todo su sentido.