Dice llamarse José Luis Agirre Ortiz de Guzmán y afirma que es cura párroco de Ribera Alta en una circunscripción de veinte pequeños pueblos de la zona. Fue mi compañero de localidad en el Tendido 1, bajo la generosa presidencia de otro clérigo que ayer tuvo la manita de los triunfos dispuesta, rápida y ligera, pero que todo sea como dice Luis Verastegi para levantar la moral de una plaza que ayer llenó en su mitad el aforo, mejorando la entrada del día anterior y demostrando la vigencia del tirón de Pablo Hermoso de Mendoza que con sus rutilantes caballos creó expectativa de éxito y entretenimiento a partir del cuarto de la tarde que le sirvió para cortar dos orejas y salir a hombros de los capitalistas.
El cura párroco de Ribera Alta es aficionado cabal a la tauromaquia, a la que considera patrimonio cultural de su pueblo, que es Vitoria Gasteiz, en cuyo casco medieval nació, creció y se hizo seminarista para acabar de sacerdote itinerante por distintos pueblos de Araba. Y aprendió de pequeño la cercanía y presencia de toros y toreros en las festividades de la Virgen Blanca y entendió que los toros formaban parte de una forma de ser y entender la fiesta, la lucha, la vida.
Y durante todo el festejo alternamos cuestiones de fe, iglesia y caridad, con asuntos del rejoneo, como capas de caballos artistas, atléticos sin olimpiada en una tarde que recordaran los jóvenes rejoneadores Manuel y Lea, que sintieron la emoción de salir a hombros de una plaza de toros con desangelada Puerta Grande.
La tarde tuvo dos partes bien diferenciadas; los tres primeros de la ganadería de Luis Terrón con escasas posibilidades de éxito y los tres últimos favorecedores de triunfo grande por la entrega, empeño, habilidad y acierto con los rejones de los tres rejoneadores, Pablo, Manuel y Lea que construyó una faena variada, técnicamente casi perfecta y conexión grande con los tendidos.
Mientras el pater me preguntaba asuntos del ganado para toreo a caballo, Manuel Manzanares era capaz de brillar a la altura de Pablo, maestro y mentor, y demostrar que necesita anunciarse en ferias importantes del planeta de los toros por su decir torero.
La apoteósica segunda parte la inició Pablo con el cuarto de la serie templando la embestida del burel con lances excepcionales marca de la casa que decidieron a la Presidencia la concesión de dos orejas. Un crío de Arriola, de nombre Mikel, hijo de Carmelo, corrió veloz hasta la barrera cuando el caballero comenzó a dar la vuelta de honor y le gritó que le echase una de las orejas cortadas y Pablo se la mandó volando y el chaval la recogió, la envolvió en un plástico y la guardó para enseñar a sus amigos del pueblo y contarles que el más grande rejoneador de la historia de este arte torero le había regalado un trofeo de honor. Ayer el cura Agirre y el joven Mikel fueron felices en una plaza de toros con los alados hijos de Alá y dos caballeros y una dama, magistrales en el arte del toreo a caballo.