El clásico timo de la estampita es tan sencillo como efectivo. Aunque se conoce desde hace mucho tiempo y su metodología ha sido explicada al detalle hasta en películas, todavía sigue funcionando a día de hoy. De hecho, una vecina de Vitoria de 71 años ha sido víctima esta misma semana de una variante de este antiguo engaño. Basta con una puesta en escena convincente, una zona al aire libre poco transitada, un par de actores con oficio y un atisbo de avaricia en la víctima para que el truco funcione con total precisión. La paternidad del sistema clásico, cuyos orígenes se remontan a la España de 1910, se le atribuye a Julián Delgado. Este visionario del latrocinio se ayudaba de una persona afectada de una supuesta deficiencia psíquica quien, a su vez, portaba un sobre lleno de billetes a los que parecía no dar importancia y que parecía confundir con estampitas.
El portador de esta fortuna, que se dedicaba a mostrar públicamente con gran insistencia, entablaba conversación con algún ciudadano y al poco tiempo aparecía un listo que proponía a la víctima estafar al presuntamente menos listo de los tres. Alentado por el instigador del timo, el ciudadano ofrecía una cantidad de dinero por sus estampitas y cuando todo el mundo desaparecía se daba cuenta de que en el sobre que le habían dado no había dinero, sino recortes de periódico sin valor. Para muchos, la mejor y más clara explicación de la estafa la protagonizaron Tony Leblanc y Mariano Ozores en la película Los Tramposos allá por 1959.
Tal y como informaron ayer fuentes de la Policía Local de Vitoria, la víctima de este fraude revisitado fue una mujer de 71 años, vecina de Vitoria, quien cayó en la trampa tendida por dos desconocidos que le engatusaron hasta quitarle 3.000 euros y “algunas joyas de oro”. Los hechos tuvieron lugar el pasado miércoles en el barrio gasteiztarra de El Pilar.
Los responsables de la Guardia Urbana relataron que la puesta en escena de los timadores tuvo lugar alrededor de las 11.00 horas en una calle de esta zona de la capital alavesa. Una mujer fue abordada por un hombre, con fuerte acento extremeño, que acompañaba a una joven. Ésta, como mandan los cánones, portaba un sobre con una gran cantidad de dinero que debía ser entregado en una residencia de jóvenes en situación de exclusión social. La atribulada joven explicó que le habían intentado robar el dinero cuando viajaba en el autobús y se mostraba muy apurada por el destino de los billetes. Afirmaba desconfiar de todo el mundo y decía que rompería los billetes si no podía entregarlos a sus destinatarios.
Ante las perspectivas que ofrecía esta situación, la víctima llegó a un acuerdo con el varón: los dos pondrían dinero de sus propios bolsillos como garantía para que la joven confiara en ellos. Ella les entregaría el dinero que portaba y ellos se comprometerían a llevarlo hasta su destino. Una vez cumplido el objetivo de poner los billetes a buen recaudo, ambos recuperarían lo invertido. En teoría, nada podía fallar.
Como garantía, la señora entregó a los dos desconocidos 3.000 euros en metálico y algunas joyas de su propiedad. A cambio, recibió el paquete que contenía el dinero de la joven. El hombre, tras entregar su parte del dinero como garantía, abandonó el lugar para acompañar a la joven hasta una parada de autobús. Le dijo a la mujer que regresaría más tarde para cumplir el compromiso de transportar el dinero. En cuanto se encontró a solas, la mujer aprovechó para mirar en el interior del paquete y comprobó que sólo contenía recortes de periódico.