Gasteiz - ¿Son las redes sociales un fiel reflejo de la sociedad?

-Las redes sociales reflejan a una parte de la sociedad, reproducen no pocas desigualdades existentes en la propia sociedad, y generan otras específicas, y eso hay que saberlo, lo que no impide considerarlas como un instrumento muy útil. En las redes sociales están las personas más activas, las más formadas, las que tienen una capacidad de utilización de esas herramientas, y luego están quienes no tienen la capacidad de moverse en ese universo de la información, es la brecha digital, que no se refiere sólo al que no tiene ordenador en casa. También hay otro tipo de desigualdad que se refiere a los bancos de datos. La idea del uso de algoritmos -herramientas utilizadas para posicionarse en Internet- parte del supuesto de que reflejan los movimientos reales de los internautas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que hay instituciones que producen datos porque su negocio tiene que ver mucho con la propia reputación, y hay individuos corrientes como nosotros que no estamos en esa batalla, y por ello nuestra reputación en las redes sociales está en clara desigualdad con respecto a esas instituciones cuyo objetivo es aparecer bien en los ranking. Por otro lado, unos instrumentos que se presentan como un simple reflejo de lo que hay, no son lo mejor para modificar las asimetrías o desigualdades de la sociedad.

¿No es peligroso exponer tanta información personal como la que se exhibe en Internet?

-Es algo que tiene grandes ventajas. Desde el punto de vista del consumo la identificación que de nosotros tienen empresas como Amazon es muy positiva porque les permite a estas empresas sugerir cosas que efectivamente nos interesan. No creo yo que vayamos a renunciar con demasiada facilidad a todas las comodidades que supone esa huella analizada por los algoritmos. Además, para el tratamiento del terrorismo internacional, del crimen organizado o del tráfico de drogas ha tenido buenos resultados, y hay que tener en cuenta que lo que le interesa a Internet no es lo que nosotros hacemos, pensamos, hablamos o deseamos, sino lo que una persona de nuestras características puede necesitar. Dicho todo lo cual, es cierto también que dejamos un rastro en Internet que evidentemente puede ser utilizado en nuestra contra y toda la legislación en torno a este tema está en pañales.

Por otro lado, asistimos a diario a polémicas suscitadas en las redes porque a veces hay gente que dice lo primero que se le ocurre, como si no le escuchara todo el planeta.

-Efectivamente. Lo bueno y lo malo de estas tecnologías es que permiten una comunicación instantánea, barata, fácil e inmediata. Internet se ha convertido en un gran instrumento de expresión, pero claro, pagamos esa inmediatez con una pérdida de capacidad reflexiva, y luego quien utiliza estas tecnologías muchas veces se arrepiente porque no tiene en cuenta la inmediatez y la viralidad. Y además no tiene en cuenta que es muy difícil de borrar, si no imposible. Eso trae consecuencias personales, pero también colectivas; los rumores, el pánico, el linchamiento, son posibilidades muy abiertas en estas tecnologías.

¿Podremos canalizar, desde el punto de vista de la democracia, el inmenso universo que se nos ha abierto con las redes sociales?

-Cuando se inventó el tranvía hubo unos médicos que lo desaconsejaron porque lo consideraban demasiado veloz y perjudicial para la salud, y eso ahora nos parece ridículo. Tenemos que aprender, hay una generación que enviábamos las cartas con sobre; es lógico que tardemos un tiempo, que suscite miedos infundados, y también un entusiasmo beato que ve en estas tecnologías la solución a todos los problemas. Marx dijo que la introducción del ferrocarril en la India acabaría con el sistema de castas, y hubo también gente muy sesuda que dijo que una vez inventado el avión la guerra entre las naciones sería imposible. Tenemos que abandonar esa tentación de buscar soluciones tecnológicas a problemas políticos.

Lo que sí ha conseguido esta tecnología concreta es que la opinión pública sea espontánea, y no diseñada y promulgada desde ciertos ámbitos.

-La discusión pública ahora mismo ya no está controlada por políticos y periodistas que deciden qué es noticia y que no. Todo este ámbito de expresión está desatado con una lógica autónoma, sin orden ni concierto, sin jerarquía y sin nadie que lo dirija, y eso tiene un gran potencial democratizador. Ha horizontalizado la sociedad, permite la monitorización de la gente sobre los grandes procesos políticos, rompe la diferencia entre expertos y aficionados, permite pensar en una inteligencia distribuida en la sociedad, y ese saber puede ser puesto al servicio de la toma de decisiones. Puede hacer más por detectar los atascos la gente a través de las redes que un concejal celoso dando vueltas con un equipo de operarios.

En este campo tan abierto de las redes sociales, ¿cómo buscamos o regulamos el equilibrio entre la libertad de expresión y el derecho a la intimidad o el honor?

-No se trataría sólo de una regulación jurídica, sino también de una renovación conceptual. Debemos reflexionar sobre qué significa en este nuevo contexto lo privado, lo público, mi consentimiento, la voluntariedad... A veces pensamos en la defensa de la intimidad, pero de la intimidad 1.0, no de la intimidad 3.0. Además, la Red es muy exhibicionista, pero eso es fantástico, nos relacionamos de forma más intensa, más extensiva.

¿Y cómo legislar sobre Internet o las redes sociales, cuando es un fenómeno global?

-Las redes sociales, al igual que el cambio climático o el contagio de desequilibrios financieros, son muy propias de nuestro mundo y burlan completamente las fronteras, y la legislación supranacional ya lo va tratando. Estos fenómenos van a ser lo más interesante en los años venideros, y frente a ello los estados van a ser piezas de museo.