la oferta de empleo en el Infojobs de la época marcaba unos requisitos bien claros para aquellos que optaran al cargo de diputado general de Álava. Los aspirantes debían “ser hombres honrados, buenos e idóneos, sin parcialidad y sin afición alguna”, además de desembolsar como aval “la cantidad de 50.000 maravedís” y “mirar siempre por el bien común” de la Hermandad de Álava, la institución que allá por 1463 sentó las bases de la provincia.

Heredera de las autoridades provinciales del medievo en forma de condes, señores de la cofradía y merinos mayores, la figura del diputado general nace como tal, como bien narra José Ramón Díaz de Durana en su estudio Nacimiento y Consolidación de las Juntas Generales de Álava, “a consecuencia de la incorporación de la Hermandad General de Álava a la Santa Hermandad del reino de Castilla, creada por los Reyes Católicos en 1476”, un órgano fundado para imponer el orden y acabar con malhechores y ladrones que poblaban las principales rutas del reino y al que la Hermandad alavesa se adhirió.

La ordenanza de la Hermandad obligaba entonces a que en cada provincia se nombrara a un juez ejecutor que controlara todo el territorio. Un hombre que, como subraya Antonio Bombín en su obra Las Juntas Generales en la Edad Moderna, “era al mismo tiempo el diputado por la provincia en las reuniones generales de la Santa Hermandad” y que posteriormente “tomaría también el nombre de diputado general cuando los Reyes Católicos suprimieron los cargos remunerados de la institución y, entre ellos, el juez ejecutor”. El 12 de octubre de 1498 Álava pidió a los Reyes Católicos poder mantener el cargo oficial de diputado, que ya existía previamente en la hermandad alavesa, y estos decidieron conceder su deseo.

En total, desde el nombramiento del primero de la edad moderna, Lope López de Ayala, hasta el actual, Ramiro González, Álava ha contado en estos más de quinientos años con 161 diputados generales, incluyendo los llamados “presidentes de la Diputación” tras la abolición foral de 1877 a 1977. La lista es larga y, salvo contadas y honrosas excepciones, muchos son más conocidos hoy en día por dar su nombre a varias calles que por sus logros.

Tanto López de Ayala primero como su teniente de diputado general y sucesor después, Diego Martínez de Álava, ostentaron el cargo de forma vitalicia. López de Ayala dijo que ya había tenido suficiente en 1501, cuando contaba con “90 ó 95 años”, apunta el historiador José Luis Orella Unzué en Las instituciones políticas alavesas a través de sus actas, mientras Martínez de Álava se mantuvo hasta el 16 de noviembre de 1533, fecha de su fallecimiento.

El segundo diputado general murió, por cierto, con las botas puestas, según recuerda María Camino Urdiain, historiadora y documentalista de las Juntas Generales, en su estudio Origen del cargo de diputado general, donde explica que la muerte de Martínez de Álava se produjo en su propia casa, convertida ad hoc en salón plenario de las Juntas Ordinarias de San Martín “por su delicado estado de salud”. Su óbito causó de hecho el primer gran conflicto relacionado con el cargo, pues los representantes de Vitoria y los de la provincia no se ponían de acuerdo sobre quién, cómo y cuándo se debía designar a un nuevo diputado general. Tampoco en la duración del mandato.

Así las cosas, Vitoria nombró de forma transitoria a Martín Martínez de Ysunza, mientras la provincia hizo lo propio con el hermano del fallecido Martínez de Álava -su hijo y su yerno también se postularon al cargo- y la Corona real se unió a la fiesta postulando a Martín Martínez de Bermeo, que acabaría siendo nombrado oficialmente como tercer diputado general alavés después de un proceso de elección que ni el de Artur Mas y las CUP.

Para designar al elegido se convocó una Junta General el 6 de julio de 1535 en la que Vitoria contó con tres electores y la provincia con otros tres. Obviamente, los seis no se pusieron de acuerdo en la primera ronda porque, qué sorpresa, “tres nombraban a un candidato y los otros tres a otro”, así que para decantar la balanza se puso sobre la mesa un sistema mucho más adecuado que la democracia: la suerte. O como se denominaba en la época, una elección “por encantaramiento”, llamada así porque el método consistía en meter dos bolas en un cántaro “cada una con el nombre de uno de los dos candidatos”.

La elegida para ejercer de mano inocente fue, ironía del destino, “una muchacha del alcaide de la cárcel”, pues el acto se celebró en una sala del Ayuntamiento de Vitoria, que por aquellos días compartía edificio con la cárcel de la ciudad, quizás para que el camino de los políticos de la época al presidio les resultara más corto y ameno.

La joven extrajo la bola de Martínez de Bermeo, que se mantuvo como diputado general hasta 1537, cuando fue sustituido por Luis de Isunza, ya con una normativa acordada entre todos según la cual la duración del cargo sería en adelante por tres años, una condición que se mantuvo en vigor hasta el siglo XIX. También se establecía que el diputado general debía ser “necesariamente un vecino de Vitoria”, y que el proceso sería idéntico siempre, con seis electores con capacidad de decisión y la bolsa con las bolas como segunda opción en caso de empate.

Desde entonces, las “atribuciones y funciones” principales del diputado general pasaron a ser, como apunta Camino Urdiain en su estudio, y entre otras, “representar al Rey en el territorio”, “tener atribuciones judiciales en causas civiles y criminales, dictando sentencias sólo apelables ante el Rey”, “ejercer de jefe de las tropas que se reclutaban en Álava cuando el Rey las demandaba” y “controlar a la gente de guerra que pasaba o se alojaba en el territorio”.

Un simple vistazo a la lista de nombres que han ostentado el cargo de diputado general en la edad moderna evidencia, como destaca el profesor de la Universidad del País Vasco Antonio Bombín, cómo “desde el punto de vista social”, los diputados generales fueron siempre, al fin y al cabo, miembros de la clase alta de Vitoria, especialmente “del sector mercantil o el nobiliario”. “Los Mendoza, Aguirre, Velasco, Verástegui, Álava, Landázuri, Sarriá... Se repiten con frecuencia y nos hablan de la elevación social del sector de donde son extraídos los diputados generales”, expresa el autor. Una procedencia que “interesaba a los grupos más modestos de comerciantes o maestros de oficio de Vitoria”, que “con su gran influencia podían imponerse los criterios e intereses de la ciudad, más atentos al comercio y a la industria, sobre los de las restantes hermandades locales, netamente agrarios”.