La vida les echó un pulso y ganaron. “Hemos negociado con el de arriba y aquí seguimos”, dice el gasteiztarra Javier Balza de Vallejo, trasplantado de los dos pulmones. Junto a él, otros dos compañeros, Miguel Angel Fernández y Ramón Molina que han conseguido una vida prestada gracias a dos nuevos corazones, quieren dar la cara y contar su historia para animar a la donación y para que ese 10% de negativas que todavía se producen se conviertan primero en un 9%, luego en un 8%... hasta lograr que ni un solo órgano se pierda.
Y como trasplantados veteranos se han empeñado en llevar la contraria al cirujano Pedro Cavadas, quien afirma categórico que “todos los trasplantes, con suficiente tiempo, fracasan”. “Es una verdad incómoda de la trasplantología. A los veinte años, aproximadamente el 100% de los órganos trasplantados se han perdido”. Pero Balza de Vallejo, Fernández y Molina desdicen con hechos sus palabras. “No hay una ciencia exacta que fije cuánto va a durar el órgano. La estadística siempre va por detrás de los acontecimientos. Cuando yo llevaba tres años trasplantado me encontré con uno que llevaba ocho y me dijo que ésa era la media. Yo no sé donde está el límite de mi órgano. Pero es bueno estar limpio y no ponerse trabas”, explica Balza de Vallejo que se define como un enfermo con calidad de vida.
Ramón, con más de 23 años disfrutando de su motor de repuesto, está cargado de razones. “Con los años que llevamos trasplantados, nuestros casos demuestran que se ganan muchos años de vida. Un conocido decía estoy trabajando con un chico trasplantado de corazón, y el padre apostillaba; pero ésos se mueren rápido. Particularmente yo, que voy a hacer setenta años, ya si me tengo que morir me muero de viejo porque empiezo a entrar en la media”. “A mí me trasplantaron con 46 años y me he ido poniendo metas para ir ganando tiempo al tiempo. Primero quería durar hasta que mi hija pequeña tuviese 18 años. Ahora lo que quiero es ver a los nietos hacer la comunión y me imagino que luego pediré que pueda verles casarse”, declara Ramón Molina, de Durango.
27 años con otro motor
“La prueba es que el lector dirá fíjate el tiempo que llevan viviendo así estos tres chalados y lo que les queda”, bromea Miguel Ángel Fernández con su corazón extra desde que tenía veinte años. “Yo no he tenido un problema con mi corazón en mi vida. Quizá porque fue fruto del último trasplante que realizó el doctor Diego Figuera y, a la vista está, que lo hizo muy bien. Era joven, un caso delicado... pero aquí sigo después de 27 años y pico”, relata Fernández. “Me tocó, como le podría haber pasado a cualquier otro, y de ser una persona absolutamente sana pasé a notar que no podía subir las cuestas, a encontrarme muy mal y a estar condenado a un trasplante en el lapso de pocos meses”, comenta este santurtziarra.
Los tres reconocen que hay más casos de trasplantes de este tipo en varones. “Hay muchos más hombres trasplantados de corazón que mujeres porque nosotros somos más susceptibles de que nos lo partáis”, dice irónico Miguel Ángel. Bromas aparte, son conscientes de que ellos sufren más dolencias cardiovasculares y presentan una mayor incidencia de problemas cardiacos.
Tanto Molina como Fernández fueron operados en Puerta de Hierro. En aquella época sólo les daban a elegir Madrid o Barcelona para realizar la intervención. “La técnica en sí no era mayor problema. Pero lo que permitió el boom de los trasplantes fue la medicación inmunosupresora que evitó el rechazo, el mayor handicap”, acotan. Entonces, sacan de sus bolsillos unas pastillas enormes de las que saben ya no podrán prescindir el resto de sus días.
“Somos personas inmunosuprimidas. La medicación nos mantiene el cuerpo en alerta para que no reciba virus. Los médicos deben ser capaces de encontrar el equilibrio entre bajarnos la defensas lo suficiente para que el cuerpo no rechace el órgano y tenerlas suficientemente altas para no ser susceptibles a cualquier bicho que pase por el camino”, explica Miguel Ángel Fernández que tiene un trancazo serio.
Medicación de por vida
“La medicación es desagradable. Hay que tomarla cada doce horas aunque cada uno toma dosis diferentes y son medicaciones a la carta”, anota Balza de Vallejo, operado de los dos pulmones en 2001. “Si hubiera sido en 1991 no lo cuento. Mi postoperatorio fue terrible”, remata. “Si empiezas a pensar en la medicación te asfixias porque nos estamos envenenando. Pero lo que está claro que la calidad de tu vida está en función de cómo seas capaz de vivirla”, sentencia con optimismo.
Al principio, Fernández se metía su medicina en pipeta mezclada con zumo de naranja, leche o batido de chocolate. “Me decían que necesitaba algo así para que no se quedara pegada a las paredes del estómago, pero acabé del Cacaolat hasta las narices”, recuerda.
Para Fernández o Molina el nombre de Christiaan Barnard no significa cualquier cosa. El primer trasplante de corazón de humano a humano fue realizado por el equipo del profesor Barnard en el Hospital Groote Schuur en Sudáfrica en diciembre de 1967. El paciente era Louis Washkansky de Ciudad del Cabo, el cual vivió 18 días antes de morir de neumonía. El donante fue Denise Darvall, quien se encontraba en muerte cerebral tras un accidente de coche. Los cien primeros transplantados fallecieron. En los años setenta el panorama mejoró pero hubo que esperar hasta los años ochenta, en concreto a la aparición de la ciclosporina, para que los transplantes fueran seguros.
El padre del trasplante
“Yo tuve la fortuna de coincidir dos veces con Barnard, en un campeonato del mundo en Manchester en 1995, y en otra ocasión en Canadá. Estaba como un pincel”, dice Fernández que competía en los campeonatos para trasplantados y ha viajado por todo el mundo. Ramón Molina, otro activista de los trasplantes que ha hecho la Ruta de la Plata y el Camino de Santiago, también coincidió con el doctor en Oviedo, pero ya no era el gran divo de la medicina de otras épocas. “Le dimos la mano, pero no era ni su sombra”, declara.
Si hay algo que planea sobre sus existencias cada vez que se levantan, es la memoria de su donante. “Estoy agradecidísimo porque todos los días soy consciente de que sigo vivo gracias a la donación de alguien que anónima y desinteresadamente fue lo suficientemente generoso para ceder un órgano que salvase una vida”, dice Balza de Vallejo, quien afirma que actualmente hay en España 5.000 personas a la espera de algún órgano.
“Yo tuve la suerte de recibir el corazón de un joven de mi misma edad, 20 años. Trasplantar un corazón es complejo, tiene que tener unas medidas parecidas a las tuyas. Además yo soy 0 positivo, un grupo sanguíneo de negros -bromea-, y sólo había un diez por ciento de órganos que me valían. Estuve un mes en lista de espera antes de entrar en urgencia 0. Toda Europa estaba pendiente de si había un órgano para mí”. Fernández recuerda aquellos días cómo los peores de su vida.
“Estaba fatal. El peor viaje que yo recuerdo a Madrid fue aquel en el que me enviaron al hospital en una ambulancia medicalizada. Había un tramo de carretera en obras. El viaje duró 8 o 9 horas; fue horrible. A la vuelta, sin embargo, vine sin ningún problema en el coche, con mi gente”, cuenta. Y es que el enfermo renal tiene mejor calidad de vida gracias a la diálisis. “Pero el del corazón y pulmón entra al quirófano en una situación lamentable”, aclaran.
Gratitud a los donantes
Fernández es conocedor de que su órgano se lo debe al fallecimiento de un chico catalán. “Eran otros tiempos. En 1988, los niveles de control eran menores. Yo tenía un gráfico en el hall en el que vi la edad del donante y la procedencia. Murió descerebrado en una pelea. No me hubiera costado nada mirar en una hemeroteca, pero hubiera sido un error.” La obsesión de los tres es lograr más donaciones. “Tenemos que bajar ese 10% de negativas, porque si te duermes en los laureles, la gente se acomoda y por eso hay que salir a la calle”, reivindica Molina. Para Fernández, “mientras haya un compañero que se quede en la mesa de un quirófano sin un órgano será que no hemos hecho lo suficiente”.
“Es una pena que un órgano se pierda por falta de información. Si la persona está bien informada, seguramente diga que sí”, remata Balza de Vallejo, quien destaca la extraordinaria labor de los profesionales de las unidades de extracción. “En concreto en el hospital Santiago, no hay ninguna negativa, porque la gente está preparada e informada”, resuelve. “Además, la donación no salva una vida, salva varias. Corazón, pulmón para uno o para dos, el riñón para dos, tejido, córnea, páncreas...”, enumera.
Para Ramón es cuestión de edad. “La gente joven está más sensibilizada pero los mayores te dicen lo mío no vale para nada... pero para esto no hay edad, le puede tocar a cualquiera y casi cualquiera puede donar porque cada vez hay más donantes mayores de 70 años”, matiza.
La vida laboral es la asignatura pendiente. “Si te jubilan antes del trasplante estás bien, pero si no...”, dice Ramón. A mí me jubilaron cuatro meses antes del trasplante con 46 años y cuatro hijos. Pero en caso contrario, te desesperas pensando qué va a ser de tu vida porque las empresas no quieren tener allí un enfermo”.
Ahora las cosas han cambiado para mal. “Cada uno se tiene que pelear su caso, yo tuve que recurrir a los tribunales porque me querían quitar la jubilación que el hospital me tramitó de oficio”, indica Balza de Vallejo. Fernández, el único en activo ya que trabaja en un centro de rehabilitación, suscribe que es un tema peliagudo. “Hay problemáticas laborales tan distintas como personas”, dice.