Cada madre debería tener 2,1 hijos para que la población, migraciones aparte, se mantuviera: un retoño por cada uno de los dos progenitores y una décima extra para compensar las mujeres que quedan desparejadas. En los países desarrollados, hace tiempo que el índice de fecundidad es sensiblemente inferior a estos 2,1 hijos por madre, la denominada tasa de reemplazo. En la actualidad, en Euskadi nacen aproximadamente 1,3 hijos por mujer fértil, al igual que en el Estado, según un informe de la Fundación Renacimiento Demográfico. Este informe, aprobado recientemente para una ponencia del Senado, busca soluciones para combatir la despoblación de las zonas rurales de España. La medida más resaltada, que tanto subrayan las elites políticas, es el aumento de natalidad.
Sin embargo, muchos demógrafos tienen una opinión distinta a los políticos. Los expertos ven viable una sociedad con una media de edad alta donde nazcan pocos hijos. Las claves que sustentan un estado de bienestar así son dos: la inmigración y la productividad cada vez mayor de los trabajadores.
La Fundación Renacimiento Demográfico considera que en España hay un déficit de 250.000 nacimientos respecto a los necesarios para garantizar la sostenibilidad de la población. El director de la fundación, Alejandro Macarrón, denomina “invierno demográfico” a la situación de pirámide poblacional invertida. Esto es, aquélla en la que el grueso de población son personas de edad avanzada, y en la que hay menos jóvenes debido al descenso progresivo de natalidad.
Pero los demógrafos no lo llaman “invierno”, sino “transición demográfica”. Manuel González Portilla, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), explica que es un proceso completamente normal en cualquier sociedad postindustrial. “La tasa de mortalidad ha bajado mucho y ha habido un alargamiento de la esperanza de vida que en los próximos años se extenderá todavía más por los avances biomédicos. El descenso de la fecundidad no es más que un proceso de autocontrol poblacional en esta nueva situación”.
En Euskadi, el crecimiento natural, es decir, la diferencia entre nacimientos y defunciones, es ligeramente negativo. En 2014 hubo en tierra vasca 795 fallecidos más que los que nacieron. Pero este dato no es extraño en países que han realizado la transición demográfica. Ésta se ha dado en la mayoría de estados del mundo, exceptuando muchas zonas de África y algunos países de Asia y América.
Para el experto de la UPV/EHU, el problema de los políticos es que son incapaces de ver el conjunto de los valores demográficos. “Los dirigentes lo resumen todo a crecimiento o decrecimiento poblacional, como si el segundo nos condenase a la autodestrucción”. Según Portilla, la mayor autodestrucción es la de un planeta Tierra que “está preparado para soportar una presión demográfica de 4.000 ó 5.000 millones de humanos y está ahora en siete mil”.
En el informe aprobado en el Senado, Macarrón destaca el descenso poblacional y el envejecimiento de las regiones rurales. En el Estado hay 25 provincias que entre 1994 y 2013 tuvieron más defunciones que nacimientos. El estudio plantea el aumento de natalidad para paliar el envejecimiento, pero obvia que un mayor número de nacimientos no tiene por qué reducir la tendencia emigratoria de las zonas rurales. Josu Hernando, compañero del grupo de investigación de González Portilla, apunta que “el mundo rural no tiene futuro”. Con el desarrollo tecnológico, no hace falta tanta mano de obra, por lo que “más natalidad sólo acarrearía más emigración a entornos urbanos”. La tasa de fecundidad es más baja en provincias rurales que en otras urbanas como Álava por dos motivos: una población envejecida cuyos jóvenes -en edad fértil- marchan a ciudades a trabajar, y una “renta per cápita agraria muy por debajo de la renta urbana”, dice Hernando, en la que un hijo supone más pobreza familiar.
En contraste, el territorio histórico de Álava ha recibido mucha inmigración las últimas décadas, síntoma de tener una economía pujante. Además, tiene la segunda media de edad más baja del Estado -cerca de 44 años en 2014-. Según el informe de Macarrón, hay un 25% más de españoles residentes en la provincia vasca que de alaveses de nacimiento en ella, el segundo mayor incremento sólo por detrás de Tarragona. A esto se le añade la inmigración extranacional, que tanta desconfianza infunda en una parte de los alaveses -un 27,1% de ellos considera que la inmigración está entre los tres problemas principales de Euskadi, frente al 18,7% de la media de las tres provincias, según el último barómetro social de la Universidad de Deusto- pero que los demógrafos consideran como beneficioso.
De hecho, la inmigración rejuvenece la población y aumenta la natalidad, como pasaba en Euskadi hasta 2009, antes de que la crisis y la falta de trabajo redujesen el número de inmigrantes y dificultase la constitución de familias. Así, se cortó un aumento progresivo de natalidad que se iba produciendo en la CAV desde 1995, cuando la tasa de fecundidad era sólo de 0,91 hijos por mujer en edad fértil. Portilla insta a ser flexibles con los inmigrantes. “En gastos sociales es una ventaja. Se recibe una persona criada y formada, lista para trabajar y tener hijos, y que no requiere inversiones por parte del Estado. Además, suelen ser más productivos que los nativos al estar sobrecualificados para lo que sus puestos de trabajo requieren”.
El problema, para el catedrático, es que el discurso a favor de la inmigración es “difícil de vender en la perspectiva de estado-nación actual, en la que la inmigración es sólo la extranjera y la intranacional no se considera como tal”. Su compañero Hernando subraya que en esta cuestión ideológica hay criterios racistas. “Sólo queremos un tipo de inmigración. Con estas tasas de fecundidad, en unas décadas la población blanca mundial pasaría de un 25% a un 8%”.
La Fundación Renacimiento Demográfico alerta de que el declive demográfico es una amenaza para la economía. Aportan argumentos como que al envejecer y menguar la población, se frenaría el crecimiento de las empresas, se desvalorizarían las casas y otros negocios que dependen de la demografía, y habría menos emprendedores. Hernando cree que esta alarma demográfica “es para tapar otros problemas, como la redistribución de la riqueza”. Las empresas temen que la sociedad de consumo disminuya y los políticos temen que las pensiones aumenten. A menor población, el Estado tiene menos gente a la que cobrar impuestos, por lo que los dirigentes asocian el descenso poblacional con menor recaudación y reducción de presupuesto.
En Álava había en mayo unos 146.000 trabajadores afiliados a la Seguridad Social por 70.000 pensionistas, prácticamente dos activos por cada pensionista. El discurso político es que, con este ratio, el Estado de bienestar será insostenible. González Portilla, sin embargo, opina que el sistema es viable siempre que los trabajadores estén formados y cualificados, ya que la productividad de la labor crece.
electorado envejecido Una población envejecida sí que trae un problema inevitable en las democracias actuales, y no es de tipo económico sino político. En 2013 en Álava, las personas de más de 60 años o más ocupaban el 25% de la población total y el 30% del electorado. Estas cifras irán en aumento durante las próximas décadas con la tasa de fecundidad actual. Suponiendo que en Euskadi se mantiene la tasa de 1,3 y teniendo en cuenta que 2,1 es la tasa de reemplazo poblacional, significa que en cada generación hay un tercio de personas menos que en la anterior.
En el sistema electoral actual, una persona es un voto. González Portilla apunta que “es una tendencia natural que las personas mayores sean más conservadoras, incluso reaccionarias”. Para el demógrafo, esto podría suponer “la ruina del sistema”. Se generarían tensiones entre mayores y jóvenes, porque los segundos son parte más activa de la sociedad pero inferiores en número. ¿La solución para Portilla? “Refundar el sistema mediante un pacto intergeneracional. Los jóvenes son pocos, serán todavía menos y tenemos que mimarlos”.
Años. Es la media de edad de la población alavesa, la más jóven del País Vasco. Los vizcaínos son año y medio más viejos que los alaveses, y los guipuzcoanos casi nueve meses mayores.