Pasado el trago de los tres chavales, el trío de amigas, ataviadas con los colores de la moda deportiva al uso, recuperó el resuello y la compostura y trataba de avanzar hacia la imagen del santo, ayer florida e inmortalizada por mil flashes. Mientras caminaban sorteando a la concurrencia, las últimas notas de la txaranga de la cuadrilla Basatiak, ayer perfectamente uniformados y preparados para pasar revista, se difuminaban desde El Prado, donde los blusas calmaban su sed. Blusones, abarcas, txapelas y fajines iniciaban su jornada. Eran poco después de las 12.00 horas.
La jornada transcurrió para ellos como hacía años que no se lograba. A ello contribuyeron unas condiciones meteorológicas -ni una gota de lluvia y unas temperaturas agradables- que respetaron a la capital alavesa y a sus habitantes. Estos, ansiosos de fiesta y de tradición, coparon las calles con destino hacia las campas y la basílica. De hecho, desde las 10.00 horas, desde la Avenida Gasteiz, en El Prado, a través de la avenida de San Prudencio o por José María Cagigal, riadas de gente se desplazaban hacia las inmediaciones de Armentia, ayer convertidas en un gran zoco en el que poder comprar, refrescarse, comer y escuchar las reivindicaciones de distintos grupos sociales y políticos, que para eso está la presente precampaña electoral.
Dadas las condiciones, blusas, neskas y caseras compartieron espacio con los amantes de la ropa deportiva o con los que se toman el día con una solemnidad sólo entendida a golpe de corbata. El caso es que unos y otros abarrotaron las campas y los puestos, en los que, como de costumbre, se podía encontrar de todo, desde calcetines con grosores de varios centímetros, hasta artesanía de madera labrada al mínimo detalle sin olvidar los stands gastronómicos, con los mejores panes, caracoles ya cocidos y embotados, pasteles vascos, quesos y rosquillas de azúcar, que ayer estaban a precios asequibles de entre tres y cuatro euros la bolsa. Por supuesto, las barras con talos, pintxos y sidras no faltaron. Y se agradeció, ya que los alaveses coparon los chiringuitos con hambre y sed de semanas.
Sea como fuere, fiesta y tradición compartieron espacios. Mientras la Vitoria institucional respetaba los rigores de misas, aurreskus y procesiones variadas, la ciudad de a pie se entretenía en familia y entre amigos en una jornada marcada siempre en rojo en el calendario. Pese a la concurrencia, las sentadillas a pie de césped para dar buena cuenta de la comida transportada en mochilas se reservaron para los más valientes, ya que el suelo aún estaba húmedo por las tormentas de la víspera.