En Semana Santa afloran una buena cantidad de dogmas de fe y otros tantos económicos. Entre los segundos está el que afirma que el turismo es motor de crecimiento. Por eso los esfuerzos promocionales de nuestras instituciones han sido tan considerables a lo largo de los últimos años. Se trataba de dar a conocer tres ingredientes que en general venden muy bien, el cultural, el gastronómico y el verde, aprovechando que el sector servicios, el que indudablemente puede sacar más chispas a los potenciales viajeros en beneficio de todos, representa un nada despreciable 12% del PIB alavés. Que se esté consiguiendo convertir ese recurso en un elemento tractor para el territorio es, no obstante, otra cuestión. En este periodo festivo que acaba de pasar, la mayoría de hoteles y casas rurales asegura que su ocupación ha sido superior que en ejercicios anteriores, del 75% en general, pero no mejor que antes de la crisis. Y eso que el Ayuntamiento gasteiztarra ha presumido de marcar cifras récord en su oficina de atención al recibir 4.964 visitantes, alrededor de 200 más que en 2014.

Parece contradictorio, pero todo encaja. Si el sector hotelero no registró números históricos y sí la oficina de atención al turismo sólo pudo ser porque ese tímido pero innegable incremento de viajeros ha tenido que ver con gente de paso. Además, está el asunto del clima, que fue excepcionalmente fantástico, propicio para animarse a salir de casa a última hora. Y por todo ello, quienes viven del turismo o se benefician especialmente de él no terminan de echar campanas al vuelo. El primer gran periodo festivo del año ha dado oxígeno a los alojamientos, quizá más que en ejercicios pasados en la mayoría de casos, pero de enero a marzo las cosas estuvieron para muchos de ellos tan flojas o peor que en pasadas temporadas. Por eso, más allá de estrategias institucionales, prefieren pensar a corto plazo. Y lo que toca ahora, pasada la Semana Santa, es cruzar los dedos para lograr un buen puente de mayo. Porque desde Madrid se sigue hablando de brotes verdes, sí, pero igualmente es cierto que ya casi la mitad de los desempleados no cobra prestación. De confiar, así pues, hay que hacerlo en los que lograron mantener su empleo y parecen disipar el miedo a gastar que provocó el tsunami de la crisis.

Entre los profesionales más optimistas del gremio, dentro de las circunstancias, está Miguel Ángel Jofre, director del Silken Ciudad de Vitoria. Al fin ha podido calificar una Semana Santa de “interesante” tras el “irregular” de los últimos años. Los tres días fuertes, jueves, viernes y sábado, el hotel estuvo lleno, el resto de jornadas la ocupación ha oscilado entre el 50% y el 60%, “pero es que tampoco se puede esperar mucho más”, y la estancia de los turistas fue algo más larga que otras veces, con una media de 1,8 noches. “Yo creo que estamos volviendo a los índices que teníamos antes de la crisis o al principio de la crisis, allá por 2007 o 2008”, subraya. Además, tras siete ejercicios en los que se vio obligado a bajar los precios un 20%, ahora ha podido incrementarlos levemente sin que esa decisión haya inclinado hacia abajo la curva de huéspedes. “Por tanto, nos encontramos con dos variables que nos invitan a pensar que podríamos estar en el punto de inflexión”, afirma. Su convicción se extiende, porque tiene que ser así, a la próxima llegada de fechas señaladas. Para el puente de mayo ya están reservadas la mitad de las plazas, para el Azkena Rock Festival tiene colgado el cartel de completo desde el mes de enero y ya empieza a sonar el teléfono a cuenta del jazz.

“Podemos ser optimistas, pero con mucha precaución, poco a poco. Hay que esperar a ver si la tendencia se confirma o no”, señala Jofre. En ese momento de ver venir está también su colega Gema Guillerna, capitana del NH Canciller Ayala. Su hotel no logró el lleno total en Semana Santa, aunque aun así considera que “la cosa ha ido bien”. La ocupación rondó en los días estrella entre el 85% y 95%, en los demás osciló en torno al 50% y las estancias fueron algo más largas, hasta dos noches en muchos casos. “Hemos tenido turismo predominantemente familiar, que viene con visitas organizadas, que sabe lo que se va a encontrar, que tiene planificado ir a Rioja Alavesa y a Salinas de Añana, y que por eso se queda algo más de tiempo. Y eso es un buen síntoma”, subraya la profesional. A su juicio, ese incremento del perfil de visitante preparado y que no está solo de paso es el que merece la pena y tiene mucho que ver con las campañas promocionales realizadas. “Se ha hecho un gran esfuerzo en dar a conocer nuestra ciudad y nuestra tierra, que era la gran desconocida. Hemos abierto la puerta. Y los visitantes que nos conocen se marchan contentos. Y eso es bueno, porque además de nosotros mismos ellos son los mejores embajadores”, subraya.

Veremos qué pasa, no obstante, el resto del año. Guillerna reconoce que los primeros meses fueron muy flojos y que Semana Santa es “un buen termómetro” pero que en él influye mucho la meteorología. Y eso que quien viene a Euskadi sabe que puede encontrarse agua y frío. “Pero sí, aun así el tiempo es un factor a tener en cuenta, muy especialmente para nosotros”, apostilla Cristina González de San Román. Ella es la propietaria de Aitonaren Etxea, una casa rural enclavada en Urturi, en Montaña Alavesa, que consiguió ocupar sus seis habitaciones dobles en las cuatro noches fuertes de Semana Santa y que ya ha colgado el cartel de completo para el puente de mayo. Grandes alegrías tras casi cuatro meses sin apenas trabajo. “De Navidad a marzo ha sido un periodo muy triste”, reconoce. A su juicio, la climatología de la que hablaba, tan rebeldemente invernal esta vez, ha jugado un papel clave. No obstante, ha habido y hay otros factores que no se lo ponen nunca demasiado fácil. Uno es la crisis, si bien “da la sensación de que estamos aburridos de hablar del tema y nos vamos relajando”. Otro, la falta de publicidad que recibe esta comarca pese a su singular belleza abarrotada de verde, lo que le obliga a moverse lo indecible en el mundo físico y virtual para dar a conocer su alojamiento. “Parece que, a ojos de las instituciones, nuestra tierra es sólo Vitoria, Rioja Alavesa y Salinas”, lamenta.

Precisamente cerca de esta zona se sitúa Herranetxe, agroturismo que a lo largo de doce años regentó Txaro Mardones y que desde hace cuatro lleva su hijo. Eso sí, como una fuente de ingresos extra en su caso, un añadido al trabajo de campo. “Se sitúa en el extremo de Bóveda, rozando ya las orillas de Burgos, lo que hace más difícil que alguien llegue hasta allí. Así que si funciona bien, estupendo. Si no, al menos no tenemos el agobio de otras compañeros que dependen exclusivamente del turismo rural”, explica la madre. Y sí, en su caso está funcionando bien. “El año 2013 fue horrible, pero 2014 recuperó y lo que llevamos de 2015 aún parece que irá mejor”, afirma. Ella considera que “la gente le está perdiendo el miedo a la crisis”, pero al mismo tiempo duda de que el turismo pueda convertirse en un recurso realmente significativo para la economía alavesa. Al igual que su casa, lo ve “como un complemento”. “Álava tiene cosas que ver. Aquí notamos la atracción del parque de Valderejo y en los últimos años el Valle Salado ha sido un boom. Pero Álava da de sí lo que da de sí”, sentencia.