Lo de ayer en Vitoria tuvo que ser como cuando los egipcios festejaron la inauguración de la Gran Pirámide en la meseta de Guiza: una suerte de expectación y alegría, condimentada con los consabidos “ya era hora”, “al fin”, “lo que costó” y “esto sí que sí”. Bueno, vale, a escala local, con plaza de Euskaltzaindia en vez de explanada desértica y estación de autobuses en lugar de monumental homenaje a los dioses, pero en ese plan. La gente acudió en peregrinación, paseó, admiró, foto va, selfie viene, haciendo odiosas comparaciones, recordando la larga espera de veintiún años. Y el trajín, que duró todo el día, fue máximo. Pero de verdad. Había que estar allí para creerlo. Probablemente nunca antes en la ciudad un estreno donde ni se come ni se bebe gratis ni se regala nada ni tiene la maquinaria en funcionamiento había acercado a tantísimo público. Momento histórico. Javier Maroto, el líder bajo cuyo mandato finalmente vio la luz la nueva terminal, enorme y definitiva, estará contento.

“Esto es una maravilla”, resumieron Iñaki Sáez de Urturi y Eulogio Bellido, amigos jubilados y residentes en Gasteiz, tras recorrer la planta baja, donde se ubican los puestos de venta de billetes, las taquillas y la zona de espera, salir a los andenes cubiertos, con acceso a 25 dársenas, y volver a entrar en el edificio para pasar por el bar que no abrirá hasta el verano y subir al primer piso, donde algún día habrá un restaurante. La jornada de puertas abiertas había arrancado a las diez de la mañana con ellos, entre otros tantos abuelos curiosos, y una hora después todavía daban vueltas por la infraestructura. Ambos confesaban que les había sorprendido. No se esperaban un inmueble tan “grande y luminoso, con esta fachada que es toda una cristalera”, ni unas dársenas “tan amplias”. Al fin, Vitoria “se ha modernizado” con una puesta al día que incluye “hasta geotermia para calentar las instalaciones”. Los dos habían llegado a la inauguración con la lección bastante bien aprendida y la habían terminado de completar con los folletos que el Ayuntamiento había colocado a la entrada. Ésos que para el mediodía estaban agotados.

Sí, las mejores previsiones de asistencia fueron pulverizadas “Había ganas ya de verla. Es que Vitoria ha tardado demasiado en tener una estación en condiciones”, reconocían los dos abuelos, sin poder evitar recordar aquella primera terminal de Francia y la que le sustituyó en Los Herrán. Sobre todo, Iñaki. Él fue hasta su jubilación conductor de autobús, así que se comió “los agobios y la falta de espacio de una instalación que nos decían que era provisional y que al final ha aguantado a duras penas 21 años”. Eulogio asintió, dando fe como usuario descontento. “No la utilizaba mucho, pero cuando iba... Aquello en puentes y vacaciones estaba fatal”. Lo de la plaza Euskaltzaindia es, sin embargo, otra cosa. Anima a viajar. “Quiero hacer una ruta por Andalucía y viendo esto entran más ganas”, reconoció. Además, la ubicación le viene de lujo, pues su piso está “justo aquí al lado”, en el mismo Lakua.

También a Olga Ogeta e Isabel Ruiz, madres y amigas, el emplazamiento les queda a un tiro de piedra de casa. “Está allí”, señalaron hacia Txagorritxu, a través de la fachada de cristal. Lo que no tenían tan claro es si ha sido el más acertado para la estación. Se ha hablado mucho del caos que puede generar la entrada y salida de casi 500 autobuses al día, que es la estimación que maneja el Ayuntamiento, en una zona de por sí castigada por el paso preferente de dos ramales del tranvía y la congestión en las horas punta de la rotonda de América Latina. “Ya veremos si con los carriles extra habilitados no hay problemas o si, al cabo de un tiempo, hay que tomar medidas”, alertaron. En cualquier caso, ayer no había nada que pudiera empañar su emoción, tan felices por la novedad como por bajar la edad media de los visitantes en la jornada de puertas abiertas. En la planta inferior, en el primer piso, en los andenes... Se hicieron fotos por todas partes, sonrientes como las que más, para inmortalizar “que por fin Vitoria tiene una estación en condiciones”. Y como ya era hora, al igual que Eulogio, el de la ruta andaluza, quedaron en estrenarla muy pronto. “Ya tenemos la excusa para ir un día a Donostia a pasar el día”, confesaron.

En el área de dársenas, José Luis López y Jaime López de Mendiguren entornaban la mirada como intentando captar la profundidad de la estación. “Ha quedado todo muy amplio”, confirmaban. Y es que lo es. La superficie ocupada mide 26.550 metros cuadrados entre el edificio, la gran plaza pública de acceso a la terminal, la zona de juegos infantiles y el espacio verde. Y debajo, en el subsuelo, todavía hay más: un aparcamiento con 302 plazas para vehículos, 94 para bicis y 13 para motos. “Lo del parking va a ser una gozada para los vecinos de la zona”, subrayaron estos dos jubilados, “ya que por lo que hemos leído en la prensa van a poder estacionar por 35 euros al mes y por ese precio hoy en día ya no tienes casi nada”. También estaban muy satisfechos con los quince minutos gratis de estacionamiento para poder recoger o dejar viajeros. “Viene muy bien. Y con lo raro que es que hoy en día algo no cueste dinero...”, apuntillaron. La obra de la terminal, por ejemplo, ha salido por 15 millones de euros. “O sea, que como para que no quedara bien. Es que debía quedar bien”, advirtieron.

La única pega que ellos todavía ven a la nueva infraestructura es su ubicación. Y no porque esté en las afueras de la ciudad, “porque había que sacar todos estos muertos del centro”, subrayaron, mientras señalaban un autobús, el único estacionado en la terminal -de La Unión con el escudo del Athletic, por cierto-. Lo que les preocupa, especialmente a José Luis, es que genere problemas circulatorios, “sobre todo en el punto de entrada y salida”. A su juicio, el emplazamiento escogido anteriormente, en el parking de Arriaga, “era muchísimo mejor porque evitaba que los vehículos pasaran por América Latina y el bulevar de Euskal Herria, ya que iban y volvían por portal de Foronda”. Pero... “La política es así”. Maroto no quiso continuar con el BAI Center de su predecesor y aprovechó el agujero ya cavado en la plaza de Euskaltzaindia para trasladar allí el nuevo proyecto de terminal. Una decisión que todavía alargó más la provisionalidad de Los Herrán. “Algo que se hizo para un año y lo que ha durado. Como para que no nos guste lo de ahora. No tiene nada que ver”, sentenció.

Y no, no lo tiene. Bien lo sabe Félix Barrio, que al igual que Iñaki Sáez de Urturi fue conductor de autobús y sufrió las carencias del invernadero reintentado como estación. “No tiene comparación. Pero digo más y con conocimiento de causa. Habrá pocas en España como ésta”. ¿Y por qué? Pues, al parecer, por una cuestión absolutamente técnica: la maniobrabilidad. “Tengo 85 años y ya no puedo coger un autobús, pero aquí no tendría ningún problema en manejar uno. El espacio es fantástico”, dijo. La deformación profesional le había llevado a pasar directo a los andenes sin visitar el interior del edificio y no había necesitado más para dictar sentencia. “Elegante, elegante”, añadió. Miguel Ángel Olmedo, amigo que no chófer, asintió. A él también le estaba gustando, aunque en su familia el fin de la provisionalidad de Los Herrán ha caído como un jarro de agua fría. “Mi sobrino fue el gerente de las dos anteriores”, confesó, “así que ha estado muy nervioso porque no sabía qué iba a ser de él”. Y aún cruza dedos, al parecer, porque aunque el PP ratificó el despido de los cinco trabajadores de la anterior terminal, Bildu se comprometió a buscarles una solución. Y con las elecciones en camino, no hay que perder la fe. Tampoco lo hicieron los que creyeron que la provisionalidad de Los Herrán acabaría teniendo fin.