los agricultores y ganaderos alaveses miran cada vez más al suelo y menos al cielo. Lo que les llega desde arriba no pueden controlarlo. Lo que les llega de abajo al menos lo ven venir. Las instituciones cercanas, poco implicadas, les cosen a promesas de las que ya no se fían, mientras las que quedan más lejos, en una ciudad de Bélgica, legislan a base de números y no de personas, obviando lo local sistemáticamente.

La nueva Política Agraria Común de la Unión Europea (PAC) se otea en el horizonte montada a lomos de un concepto, el greening, con el que Bruselas pretende inyectar el 30% de los fondos europeos hasta 2020, unos 252.000 millones de euros en total, a los profesionales del continente que apliquen medidas de agricultura sostenible beneficiosas para el clima y el medio ambiente. La PAC, de reciente implantación, maleable e indescifrable todavía en muchos aspectos, aterriza en uno de los momentos de mayor incertidumbre para el sector en Álava, que a los problemas y dudas del agro en general suma “cuatro años perdidos para el sector primario del territorio por la inacción de la Diputación Foral de Álava”, en palabras del presidente de la Unión Agroganadera de Álava (UAGA), José Antonio Gorbea.

El futuro del sector está sembrado de toneladas de dudas. Las explotaciones más veteranas tienen dificultades para encontrar relevo, más o menos las mismas que los emprendedores se topan para lanzar sus proyectos agroganaderos, muchos centrados en la producción ecológica, que suena a panacea, pero la realidad no parece regarla con la intensidad necesaria para que crezcan fuertes raíces. Los cultivos clásicos, intrínsecos a la provincia, pierden potencial, y los nuevos no acaban de encontrar hueco en las tierras. El panorama no es especialmente alentador, según explican desde la UAGA.

“En Álava vivimos en una duda constante. No sabemos qué va a pasar con algunas explotaciones o cultivos. Tenemos un problema enorme a la hora de hacer nuevas incorporaciones, pues o alguien hereda una explotación de sus padres o sus tíos o empezar de cero ahora mismo es imposible en Álava”, apunta José Antonio Gorbea. Sin un banco de tierras establecido ni una política institucional de apoyo para que personas que quieren lanzarse al mundo del agro sin venir de él puedan acceder a una superficie sin morir en el intento, o al menos “tengan una entrada suave en el sector”, lanzarse a la piscina agrícola es un salto al vacío, sobre todo en Euskadi, donde el Foro Rural Mundial, cuya sede se encuentra en la granja modelo de Arkaute, cifraba el pasado año en “más del 90%” el número de explotaciones agrícolas familiares.

Si los jóvenes no toman el relevo, el futuro agrícola y ganadero del territorio debería pasar por apuestas externas “que no necesiten amplias extensiones de tierra para sacar adelante su idea”, inciden en la UAGA. En Álava, según datos del Eustat de diciembre de 2014, el tamaño medio de las explotaciones creció el año pasado un 14,4%. La superficie total aumentó un 1,5%, pero el número de explotaciones bajó un 11,3% y eso trajo consigo que el número de hectáreas media por explotación se situé ahora en 35,9 hectáreas. Falta relevo, por lo que los propietarios acumulan más tierras.

“Está surgiendo gente nueva con proyectos centrados en pollos, huevos... Explotaciones con venta directa que no implica tener una superficie amplia de terreno”, subraya Gorbea. Pero, si a una inversión inicial “brutal”, le sumas que “recibir ayudas conlleva la obligación de estar diez o quince años dentro del sector” y que “los expedientes y el papeleo administrativo se alarga muchísimo en el tiempo”, al final “la gente que entra sin ser algo vocacional” acaba tirando la toalla. Por eso, cuando la nueva ministra de Agricultura, Isabel García Tejerina, decía hace un par de meses que su objetivo es “conseguir 15.000 nuevos jóvenes agricultores entre 2015 y 2020”, a muchos profesionales no le salían las cuentas.

patata y judía verde Con una masa crítica de agricultores y ganaderos cuyas explotaciones penden de un hilo por la ausencia de relevo, las incógnitas que se ciernen sobre los cultivos que primarán en Álava dentro de unos años no son más sencillas de despejar. La agricultura ecológica “irá a más, pero el problema, si no hacen nada para remediarlo, seguirá siendo su venta y comercialización”, principalmente por las certificaciones -y con ellas la burocracia- que requieren. En Álava los últimos datos del Consejo de Agricultura y Alimentación Ecológica de Euskadi (Eneek), cifran en 118 explotaciones las dedicadas a la agricultura ecológica, 90 de ellas a productos vegetales, por lo que, pese a su relativo auge, continúan siendo residuales entre las más de cien mil hectáreas agrícolas del territorio.

A día de hoy, en cuanto a los cultivos la pregunta es si a corto o medio plazo Álava contemplará la desaparición por completo de clásicos como la patata, que como bien apunta Gorbea, “en los últimos diez años ha pasado de diez mil hectáreas a poco más de mil”. El presidente de la UAGA no cree que la patata “vaya a desaparecer, pero será un cultivo residual porque necesita mucho trabajo y da poco dinero”. El cereal y la remolacha “se seguirá sembrando, pero no sólo trigo, cebada y avena, cada vez veremos más girasol, colza o amapola sustituyendo a los tradicionales”, explicaba a este periódico José Luis Ortiz de Elguea, agricultor alavés de Ilarraza.

Desde la UAGA trabajan, aún sin el éxito esperado, por implementar “más cultivos de regadío, como la judía verde que en su tiempo se sembraba y ahora no se está impulsando”. “Sería una opción alternativa muy buena para Álava, pero implica crear una infraestructura de congelados y conservas de huerta, y en cuanto a infraestructuras Álava está totalmente muerta, también a nivel ganadero”, concluye Gorbea. Y es que, si Álava no siembra, nunca tendrá frutos que recoger.