Los padres se las contaron a los hijos y éstos a los suyos, y aquéllos a los siguientes. Historias transmitidas de generación en generación, a veces boca a boca, otras por escrito, basadas en acontecimientos remotos que en muchas ocasiones se sitúan de forma imprecisa entre el mito y la realidad, singulares, misteriosas, seductoras, simbólicas, aleccionadoras. Las hay en todas partes. Y nosotros tenemos las nuestras. El etnólogo Joaquín Jiménez las ha recogido en Leyendas, mitos, cuentos, chascarrillos y otras cosas que se cuentan y oyen en Álava para evitar que se pierdan, que siempre existe el riesgo, tal como el las oyó narrar aquí y allá a lo largo de todo el territorio durante el tiempo en el que trabajó para la Diputación como jefe de protocolo, secretario del Consejo de Cultura y jefe del Departamento de Educación y Turismo. Una vida al servicio de la Administración foral en la que mantuvo los oídos abiertos para disparar tinta en cuanto se jubilara.
La de ayer fue una puesta en escena de alfombra roja. Por deferencia y respeto a tantos años de servicio a la institución, el diputado general, Javier de Andrés, se encargó de presentar la obra. Sólo el esfuerzo de Jiménez ya se lo merecía. Etnólogo, folklorista y costumbrista formado de manera autodidacta, este hombre ha recorrido todos y cada uno de los pueblos de Álava para recoger las historias que llenan las páginas de su libro, investigando en los archivos locales, hablando con sus gentes, recopilando datos de costumbres vigentes, perdidas y recuperadas, resucitando algunas de ellas, como las danzas de Salinas de Añana, Labastida, Yécora y Kuartango, los carnavales de Zalduondo y Salcedo o las auroras de distintos rincones del territorio. Espléndidos ejemplos de tesoros orales y escritos de la tradición vasca que nos retrotraen a tiempos de tradiciones sin mácula, religiosas y paganas, de creencias y misterios, de anécdotas profanas, algunos conocidos en gran parte de la provincia, otros tan arrinconados que corrían ya el peligro de desaparecer con las actuales generaciones.
Por suerte, la gente quiere contar. Da igual a qué pueblo acercarse. Basta con preguntar para recibir buenas historias. Algunas, eso sí, se pueden encontrar ya en Internet gracias a los aficionados 2.0, como la leyenda del recluso Temeño que en 1864 se escapó de la cárcel de Gasteiz y, refugiado en los Montes de Vitoria, robaba a los ricos para repartir el botín entre los pobres. O la de la Virgen que se apareció cerca de Bernedo en una encina que florece antes que las demás. O la de la genio de cabellos dorados que vivía en una cueva en Lezao y sacaba harina de un cedazo vacío.