Hay quienes suelen recordarnos que toda lotería es el impuesto voluntario de los que no saben de matemáticas, que la mejor forma de no perder es no jugar, que para qué dejarse los cuartos si al final siempre gana la banca. Pero llega la Navidad y las probabilidades, los prejuicios y las certezas quedan esfumados por la ilusión de una costumbre inevitable. El sorteo de la Navidad se ha convertido en una de esas tradiciones con las que toca cumplir, como el atracón de uvas el último día del año, capaz de resistir a todos los contratiempos de la historia. Superó guerras, afrontó cambios políticos y ahora aguanta los envites de la crisis. Quien más, quien menos compra algún que otro décimo o alguna participación, aunque la mayoría de la gente no gaste tanto dinero, ni de lejos, como en los buenos tiempos. Unos cuantos añaden a la costumbre la esperanza de llevarse un pellizco. Otros sólo lo hacen por si le toca al de al lado, que en la vida real rara vez se da la solidaridad lacrimógena del anuncio de televisión. Así que en Vitoria, la mayoría de administraciones encargadas de repartir suerte no se queja demasiado. Tras unos años de bajón, las ventas se han estabilizado e incluso han crecido en establecimientos muy céntricos o famosos por haber repartido premios fuertes en ediciones anteriores u otros juegos.

Que se agoten o no los números destinados para Álava es una interrogante difícil de responder por ahora. Justo acaba de comenzar el mes fuerte de ventas. No obstante, en esta ocasión Loterías y Apuestas del Estado ha puesto menos dinero en juego para nuestro territorio. Mientras que el año pasado se le consignaron 17,66 millones de euros, para éste han sido 17,11. Una cifra calculada en función de las anteriores ventas, lo que evidencia que, aunque se siga esperando con ganas a los niños de San Ildefonso y sus bombos, el dispendio no es el de antaño. Charo Oraá lleva ya 32 años despachando suerte, catorce de ellos en la administración número 16 de Vitoria, en la calle Prado, así que sabe de lo que habla cuando hace balance de las vacas flacas. “Nuestra ubicación nos ayuda, porque vienen turistas, pero la crisis se ha notado. Al que le van a echar de la empresa o el que lleva un año sin trabajo no está pensando en la lotería de Navidad porque bastante tiene con su dramón. Los demás juegan a otro ritmo, aunque es cierto que comprar compran, porque este sorteo es ya una tradición y siempre hay una esperanza. ”, explica.

En los viejos tiempos, había quienes llegaban a su administración a por veinte décimos “y se llevaban las diez terminaciones”. Hoy, es raro que alguien se lleve más de una decena. “Y, en este caso, hay que distinguir entre personas mayores y jóvenes. Las primeras compran más para repartir entre los hijos, porque están pensando siempre en echarles una mano, mientras que los jóvenes se suelen conformar con el número de la empresa o de la cuadrilla”, matiza Charo, una de esas profesionales que sueña con dar algún día la campanada. “Pedreas siempre caen, pero algo importante nunca hemos repartido. Y es algo que me haría una ilusión terrible. El día 22 de diciembre lo vivimos con muchos nervios siempre. Y cuando veo que van saliendo los premios y que se van a otras ciudades, me da muchísima pena y pido que quiten la televisión o la radio. Me alegro por la gente a la que le toca, pero como lotera me gustaría ser yo quien lo diera. Por eso, cuando algún compañero mío ha tenido esa oportunidad, le he llamado para felicitarle”.

Hace poco, por ejemplo, le pegó un telefonazo a Federico Belátegui, responsable de la administración ubicada en el número 1 de la calle Francia, al enterarse de que había dado un premio de 60.000 en el sorteo ordinario de la Lotería Nacional del 14 de noviembre. “Es un hombre con suerte”, dice Charo. Y él mismo lo reconoce. Su principal orgullo es el Gordo que despachó en el año 2006, gracias al cual “las ventas subieron y han podido mantenerse a pesar de la crisis”. Su local es un trajín constante de clientes, animados por el reclamo de los galardones previos, como si la diosa fortuna tuviera favoritos a los que recompensar temporalmente. “Así que entre quienes vienen por este revulsivo, la gente del barrio y la que está de paso por esta arteria, no nos podemos quejar”, apuntilla. Si tuviera una queja, y es la de todos los loteros, es que muchos gasteiztarras tienden aún a jugarse los cuartos fuera en vez de en casa. “Dicen que los alaveses somos de los que menos gastamos en lotería, pero no es tanto eso sino que compramos por ahí cuando nos vamos de viaje. Y si en vez de volvernos cargados con décimos de Benidorm, Madrid o Salou compramos en las administraciones de Vitoria, los loteros también tendremos más dinero que gastar en la ciudad y todos nos acabaremos beneficiando”, aconseja.

No es raro que un jubilado llegue a la administración, la suya o la de otros compañeros del gremio, con décimos guardados en la cartera de otros lugares y se queje de que aquí no toca nunca. “Claro, si los coge fuera, ¿qué va a suceder? Es la ley de las probabilidades”, apuntilla Mentxu Moreno desde la administración número 4 de la calle Dato. “Y si no, llegamos los de Bilbao y nos llevamos el Gordo”, bromea un cliente, entrando en la conversación, tras solicitar varios décimos. Ella sonríe. Ojalá sea cierto. Está deseando. La lotería de Navidad siempre ha sido esquiva con su rincón. Al menos, eso sí, el ritmo de ventas está siendo óptimo. “Desde que los décimos salieron al mercado a finales de junio, se han ido despachando décimos. De julio a septiembre, he repartido sobre todo a turistas. Y los locales han empezado a venir en noviembre. Es el mes fuerte junto con diciembre”, explica esta trabajadora, convencida además de que este año puede acabar un poco mejor que el anterior, que fue el primero desde el inicio de la crisis en que no bajaron las transacciones. “A diferencia de las buenas épocas, la gente gasta menos, pero está comprando más gente, también en el resto del ejercicio, personas que ves que no saben mucho de juegos y se agarran a esa ilusión”, asegura.

Eventos populares como Ardoaraba, que arranca esta misma semana, también podrán ayudar a espolear el ambiente lotero. “Si hay más movimiento en la calle y más alegría, se vende más, y eso siempre es de agradecer”, admite Alejandro Tobalina, responsable de la administración que vendió los dos décimos agraciados con 6.000 euros en el sorteo del año pasado. Un quinto premio que le alegró durante un tiempo, el más importante de todos los que había dado desde que hacía cuatro décadas empezó con las quinielas en su Casa del Puro de la calle Florida. Ahora, el que luce en la puerta es otro. El número 30.961 de la Primitiva del 9 de agosto, un segundo galardón de cinco aciertos más complementario que lleva expuesto desde entonces como reclamo para incitar a los paseantes, aunque ni con ésas la campaña está siendo tan buena como a él le gustaría. A diferencia de otros compañeros, este profesional asegura que “mucho se tiene que animar la cosa para llegar al nivel de 2013, porque octubre y noviembre han sido algo flojos”. No obstante, como les pasa a quienes juegan, también él lo último que pierde es la esperanza. “Al final, todo el mundo compra algo, aunque sea un décimo. Es la tradición”. Y eso que, como él siempre dice, “éste es el sorteo peor repartido, donde muy pocos se llevan mucho y la gran mayoría nada”.