donde la cultura toma su esencia más pura, las distintas formas de ver la vida se mezclan y donde el pueblo construye su propia identidad es el escenario perfecto para cultivar y sembrar un idioma. En un pequeño rincón del distrito madrileño de Carabanchel, uno de los barrios obreros más emblemáticos de la capital del Estado, cada viernes se dan cita cerca de una veintena de personas ávidas de profundizar en una de las lenguas más antiguas y misteriosas del mundo: el euskera. A cientos de kilómetros de su tierra original, en la que en muchas ocasiones queda relegado por la falta de atino de los diferentes gobiernos, el euskera resurge con fuerza gracias a la voluntad popular y al interés de aquellos que, aunque no tienen vínculo alguno con Euskal Herria, deciden interesarse por el idioma.
En un edificio a medio remodelar y que antaño pertenecía al consorcio de transportes de la Comunidad de Madrid se instala la Universidad Popular de Carabanchel, o el Eko, como le llaman coloquialmente, ya que era el antiguo economato de los transportistas. Entre la variedad de actividades que se impulsan desde este centro okupa, totalmente gratuitas y populares, destacan los talleres de idiomas, entre los que el de euskera lidera la lista de demanda. Cuando hace cerca de 4 años Iosu Solera decidió ponerlo en marcha no se imaginaba una aceptación tan alta, que incluso llega a desbordarle en ocasiones. Este tomellosero de nacimiento, que prácticamente se considera madrileño, comenzó su idilio con el euskera hace menos de una década en un viaje a Gipuzkoa. Desde entonces su único propósito ha sido aprender más y más y trasladar ese conocimiento al resto del mundo para intentar así cambiar la visión que se tiene de este idioma fuera de Navarra, la CAV y aledaños.
Son las siete de la tarde y ya cae la noche. La penumbra empieza a apoderarse del interior del aula. Hay que esperar a que se encienda el alumbrado público para poder puentear la corriente y que el Eko quede así iluminado. Mientras tanto, la veintena de alumnos reorganiza el espacio, colocando pupitres y sillas de tal forma que puedan ver la pizarra en la que Solera, minutos más tarde, escribirá algunas de las normas básicas del euskera. Hay muchas caras nuevas y es día de presentaciones, de tomar contacto poco a poco y refrescar algunos conceptos que permitan avanzar en el idioma.
Movidos por la curiosidad, el amor o la afición, y llegados desde Cantabria, La Rioja o Madrid pero con un único objetivo que vertebra esa amalgama: aprender, comprender y llegar a hablar euskera. Isabel, una de las más veteranas, reconoce que, aunque lleva dos años asistiendo a clase, “nunca llegará a comunicarse con alguien en euskera”. “A mí lo que me gusta es la semántica, saber idiomas, pero soy nula a la hora de soltarme a hablar”, explica al resto de compañeros mientras ordena los apuntes y rebusca entre ellos las hojas con los ejercicios que el irakasle les había mandado la semana anterior. En cambio, Jose, que se acerca por primera vez al idioma, se muestra más optimista. Este joven licenciado en Turismo ve en el euskera una oportunidad laboral, una forma de conocer una nueva lengua que le permita desarrollar su profesión. Animado por su amigo Dani, un riojano que tuvo su primer acercamiento al euskera durante la carrera, en la Universidad Complutense de Madrid, observa con atención las anotaciones que Iosu Solera realiza en la pizarra.
Mientras los alumnos van corrigiendo los ejercicios la oscuridad vuelve a apoderarse del recinto. “No os preocupéis, a veces suele pasar, pero tenemos que tener paciencia y ya volverá la luz. No tenemos más remedio que aguantar y esperar a reengancharnos a las farolas”, explica Solera a los novatos, que comentan la anécdota entre risas. El buen ambiente y el dinamismo son claves a la hora de aprender un idioma como el euskera, tal y como reconoce el manchego. “Es una lengua que no se parece a lo que estamos acostumbrados y por eso hay que intentar hacerlo más ameno. Está claro que hay que ser perseverantes y aprender de memoria cosas básicas como el Nor-Nori-Nork, las declinaciones y cómo se conjuga cada cosa, pero también hay que ayudar a hacerse con el idioma”, añade el profesor mientras prepara unos altavoces a los que enchufa un USB repleto de canciones en euskera.
“Conocer la cultura vasca es tan importante como aprender la gramática. Las tradiciones y sobre todo la música ayudan a familiarizarte con él. Por eso siempre me gusta poner alguna canción en euskera. Se hace oído y conoces una parte esencial de la sociedad”, relata Solera, quien confiesa que las clases no terminan una vez que abandonan el Eko. “Cuando viajo a Euskal Herria me gusta traer cosas típicas, como txakoli, chistorra? Luego nos juntamos todos para comer y probar esos productos. Además, cuando termina la clase solemos acercarnos a una cervecería cercana, donde ya nos conocen, y nos ponen txakoli”, explica.
La corriente eléctrica vuelve y el tomellosero coge de nuevo la tiza. Se acerca a la pizarra dispuesto a seguir con su explicación. “A ver, ¿por dónde íbamos? Ah sí, el río va deprisa. Hemos dicho que se escribe así? Ibaia azkar dabil”.