La entrada del Gran Hotel Lakua es un enjambre rosa. Todas las abejas reina que entran salen al cabo de un rato cargadas de bolsas. Son las participantes de la VII Carrera de la Mujer, esa iniciativa que nació con el objetivo de recaudar dinero para la lucha contra el cáncer de mama y que se ha convertido en el encuentro femenino, con y sin zapatillas deportivas, más multitudinario de cuantos se celebran a lo largo de la geografía española. Sobre todo, este año. Los 5.000 dorsales que se habían preparado para la marcha vitoriana, mil más que en las ediciones anteriores, ya se han agotado. Las corredoras que llevan años acudiendo a la cita reconocen estar enganchadas. Las que se estrenan no pueden disimular su ilusión. La sensibilización es máxima. Y las ganas de disfrutar zumban por todas partes. Se nota en el punto de recogida de los dorsales. Mayores y jóvenes comparten alborozadas conversaciones sobre la táctica del gran día, capaces de dibujar una sonrisa sobre una enfermedad que en Álava afecta a 200 de ellas.

"Nosotras lo hemos vivido muy de cerca. Una tía y una prima fallecieron. Eran otros tiempos. Y una amiga también lo sufrió pero, por suerte, lo superó", cuenta Elvira Ordóñez, en compañía de su hermana Gusti y su cuñada Paquita Villén. Las tres son veteranas con solera de la Carrera de la Mujer. Han participado en todas sus ediciones. "Siempre por la causa", apostillan. Tal vez por eso, porque son ya muchos años construyendo la marea rosa, no dudan en hacer pública su reivindicación: que se destine más porcentaje de la cuota de inscripción a la Asociación Española contra el Cáncer. No entienden cómo "apenas un euro de los diez que pagamos cada una" acaba en manos del colectivo. Aunque son conscientes de la cantidad de recursos que moviliza la organización de esta gran marcha, creen que se podría reservar "algo más". De ahí que hayan llegado a plantearse no participar y dar el dinero directamente al motivo que les hace salir a sudar los cinco kilómetros.

Zuriñe García piensa igual. Y no es de las que se queda de brazos cruzados. Hace unos días envió un correo electrónico a la organización para animarle a aumentar el porcentaje de la recaudación para la Asociación Española contra el Cáncer. "Prefiero eso a que me den todas estas cosas", dice la joven, señalando la enorme bolsa rosa. Dentro están la camiseta y el dorsal, pero también leche, cereales, una cerveza sin alcohol, una manzana, una muestra de protección solar, una pulsera y una muñequera, productos todos de las muchas empresas patrocinadoras de la marcha. La sugerencia, en cualquier caso, no le ha disuadido de participar por quinta vez en la carrera. El ambiente que se cimenta ese día es tan fantástico que resulta difícil no caer en la tentación de repetir un año tras otro. "Somos mujeres, debemos apoyarnos. Y además nos lo pasamos muy bien", apostilla su prima y pareja inseparable en todas estas ediciones, Ainhoa de la Fuente.

Este dúo es de los que, más que probar sus fuerzas, hace bulto. "La verdad es que no entrenamos. Justo corremos en el momento de la foto, que dicen que queda bien, aunque por el camino, cuando vemos que nos adelanta una señora mayor, nos picamos. Ya veremos este año, porque viene con nosotras mi hijo de tres años", confiesa Zuriñe, a carcajadas. Si hay una actividad donde lo importante es participar ésa es la Carrera de la Mujer. A ser posible, con el buen humor del que hacen gala tanto estas dos primas como otras muchas participantes. Mari Mar Gilete y Raquel Prieto, amigas de toda la vida, divertidas hasta llorar de risa, son otro buen ejemplo. "Es nuestra primera vez y puede que la última. Lo mismo me tiene que asistir la DYA", bromea la segunda. Seguramente no será para tanto. Ella va a todas partes en bicicleta y su compañera arrastra ya seis meses de gimnasio. "Y también salgo a correr. Bueno, corro cinco minutos, ando cinco...", confiesa, incapaz de detener el cachondeo. Es evidente que este domingo disfrutarán como enanas, sin olvidar el objetivo de fondo de la marcha. "En total vamos cinco. Lo importante es participar, pasarlo bien, contarnos las cuitas en los marianitos posteriores... Y contribuir a una buena causa. Gracias a Dios, en nuestro entorno no ha habido cáncer, pero siempre sabes de la conocida de la conocida que... Parece que siempre está al acecho", comentan ambas.

Un grupo de jóvenes madres comprueba la mercancía antes de dejar el hotel. Laura Afonso, Mónica Corcuera y Raquel Arce hablan agitadamente. Es su primera vez. "Ella nos ha arrastrado, literalmente", confiesan, apuntando hacia Edurne Junguitu. La señalada sonríe. Las convenció en uno de los muchos encuentros a la salida de la ikastola de los hijos y sabe que, cuando prueben, repetirán. "Éste será mi tercer año. En su momento me apunté con una amiga que tenía cáncer. Lo superó y seguimos acudiendo, enganchadas totalmente. Y ahora les he animado a ellas", explica la joven. Algunas dudan de poder cubrir toda la ruta corriendo, aunque al menos llegarán a la cita de mañana más en forma que si no hubieran decidido apuntarse. Dos de ellas han salido a correr las dos últimas semanas. Y las otras dos durante el último mes. "A ver qué pasa", suspira Mónica, incapaz de despedirse de DNA sin plantear una propuesta. Que la marcha se abra a los hombres. "¿Por qué no pueden participar ellos? A fin de cuentas, esto es una lucha de todos y todas", apuntilla la amatxu.

Su postura es compartida por otras muchas mujeres, aunque también las hay que se sienten muy cómodas en una cita de chicas y otras que no se han planteado esa posibilidad. "Además de contribuir a la causa, yo lo que quiero es probarme", confiesa Lide Larrañaga. Hace unos años era ciclista, pero al colgar el manillar aquel fondo se fue perdiendo y, ahora que ha empezado a correr, "las patas duelen". La treintañera sonríe ante su primera vez. Hasta ahora había acudido a la marcha como mochilera, "para guardar las cosas de la que participaba", y tiene ganas de dejarse llevar por el tsunami rosa en compañía de otras cinco amigas. "Además, ya que he empezado a coger algo de ritmo, espero que me pique para seguir saliendo a correr", afirma. Son cinco kilómetros relativamente fáciles, más que la a veces empinada cuesta que supone la lucha contra el cáncer de mama. A Lide no le ha tocado vivirlo en primera persona, "pero sí en amigas de mi madre y en madres de amigas mías". Y sabe que todo esfuerzo por impulsar la investigación merece la pena.