Llámame Abdul, Muhammad o Hasan. Resido en Álava, la provincia vasca con más inmigrantes. El último informe de Ikuspegi dice que somos 28.325, el 8,8% de su población. En Bizkaia y Gipuzkoa, el colectivo foráneo no alcanza el 7%. No es la única singularidad de este territorio en el que vivo. En los otros herrialdes, abundan los latinoamericanos. Aquí, aunque por no mucha diferencia, somos mayoría las personas procedentes del Magreb: 5.150 marroquíes y 2.610 argelinos. El 28,9% del total de extranjeros. Dicen los expertos que esa diferencia responde a las necesidades laborales existentes en cada zona. Parece que los nichos de trabajo determinaron decisivamente los flujos migratorios en la última década. Y el que a nosotros nos movió fue la agricultura. El sector donde, por desgracia, más se ha notado la huella del paro conforme ha ido avanzando la crisis. Hablo en masculino casi todo el rato porque en nuestro grupo hay más hombres que mujeres. Al parecer, la tradicional masculinización de las tareas de campo explica la falta de equilibrio entre sexos. En el caso de europeos y sudamericanos, la cosa es bien distinta.

El 82% de los extranjeros residentes en esta provincia vive en Vitoria. Sin embargo, por las peculiaridades que antes he explicado, nosotros los del Magreb y nuestros compañeros del resto del continente negro estamos más distribuidos. En Rioja Alavesa, la presencia de población de origen africano es superior al 40%. Seguramente estén pensando que somos un montón, aunque en realidad puede que en número estemos a la par con los latinos. A ver si me explico. Muchos de ellos se han ido nacionalizando españoles, por lo que es más difícil llevar las cuentas. Ese factor, sumado a las demandas laborales de este lugar y la vuelta de inmigrantes a sus países de origen por la crisis, explican que, desde 2010, Marruecos se haya convertido en la nacionalidad más numerosa de este territorio. Hasta entonces, había sido Colombia. También en Gipuzkoa el ranking lo lidera Marruecos, aunque en menor proporción y seguida muy de cerca por los rumanos, el colectivo con más presencia en Bizkaia. Cada uno busca su sitio.

Al principio de mi presentación como el perfil tipo de extranjero en Álava, he aludido a la maldita situación económica. Es inevitable. A todos nos afecta. El patrón migratorio de la población foránea se ha alterado claramente en Euskadi a consecuencia de la irrupción de la crisis. Entre 2002 y 2008, se registró un tremendo crecimiento. Entre 2008 y 2012, bajó la intensidad. Y desde entonces se ha producido un importante descenso. De hecho, el número de personas que ha emigrado desde Euskadi a otros países ha sido superior al de quienes llegaron de fuera. La gente de aquí busca más allá de sus fronteras las oportunidades que en su tierra no encuentra. Por eso mismo, y aunque nosotros venimos de lugares sin esperanza, se está empezando a equiparar la población extranjera que arriba en la CAV con la que se marcha. Sobre todo en Álava, el territorio donde más llamativo ha sido el cambio de tendencia en los últimos tiempos. En lo que a mí me toca, la llegada de inmigrantes desde el exterior tocó techo en 2007 con 4.462 personas, en 2011 decreció hasta las 3.195 entradas y en 2012 bajó a 1.917. El descenso se ha notado en todas las nacionalidades, muy especialmente en las europeas, aunque no tanto en las africanas. En definitiva: es cierto que la ola ha perdido fuerza, pero resultaría exagerado hablar de una emigración masiva de extranjeros a sus países de origen. Esa percepción social a la que tanto bombo se le ha dado, quién sabe por qué razón, no es acertada.

Hablemos del motivo que nos hizo venir aquí. El trabajo. En Álava, estamos afiliados a la Seguridad Social 10.368 extranjeros, de los que un 61,2% de son hombres y el resto mujeres. El porcentaje femenino es inferior al de otros territorios históricos. Según dicen los expertos, los sectores que nos tienden la mano contratan a varones en mayor proporción por la naturaleza de esos trabajos o sus condicionamientos sociales. Además, los empleos cubiertos por ellas suelen caracterizarse por su informalidad. Es el caso del servicio doméstico. Aunque se han hecho esfuerzos por parte de la Administración para regularlo, muchas siguen invisibilizadas. Por regímenes de actividad, el 64,5% de nuestros afiliados lo está por el General, el 11,4% por el agrario -muy por encima del resto de territorios-, el 13,2% son empleados del hogar y el 10,9%, autónomos. La crisis, eso sí, nos ha hecho bastante pupa. De 2002 a 2008 hubo un destacada aumento de contratos a personas inmigrantes. En 2009 bajó notablemente, en algo más de 19.000 en toda la CAV. Y así siguió la curva, cuesta abajo, hasta que llegó 2012 y se registró un leve pero esperanzador repunte que aún sigue.

El tiempo dirá si era una fluctuación pasajera o si realmente estamos saliendo del túnel. Por desgracia, este impasse de vacas flacas no sólo ha hecho daño a nuestras economías. Parece que también ha empeorado la percepción existente sobre nuestra presencia aquí. En los años previos a la crisis, gran parte de la sociedad vasca nos veía como un elemento funcional para el desarrollo de la economía, primando una visión eminentemente utilitarista. Ahora, ese discurso aparece matizado. Por primera vez en la historia del barómetro de Ikuspegi, son más las personas que creen que no necesitan inmigrantes para que trabajen en determinados nichos de mercado. Es una tendencia lógica, dada la alta tasa de paro, pero preocupante, porque alimenta las posiciones reactivas y debilita las tolerantes. Todavía nos aceptan, según las encuestas, pero a regañadientes. De hecho, cada vez más, la población autóctona tiene claro que debemos ser los extranjeros quienes hagamos el mayor esfuerzo para el logro de la integración y la convivencia, adaptándonos a todas sus costumbres y tradiciones. Esa visión es especialmente potente en Álava por la alta presencia de ciudadanos procedentes del Magreb. Los que más estereotipos negativos solemos generar.

El principal es ése que dice que pagamos menos impuestos de lo que luego recibimos y que nos beneficiamos excesivamente del sistema de protección social. En el caso de la renta de garantía de ingresos, el barómetro de Ikuspegi cifra en 8.337 las personas perceptoras de la RGI. De ésas, 4.055 son extranjeras. Casi la mitad. De éstas, el 41,3% procede del Magreb, el 25,3% de Latinoamérica y el 14,3% del África subsahariana. Si se tiene en cuenta el peso de las diferentes nacionalidades en el padrón, la realidad es que en el caso del Magreb los ciudadanos beneficiarios estamos sobrerrepresentados. En cualquier caso, Ikuspegi afirma que existen importantes estudios que rebaten la visión parasitaria que tanta gente tiene de nosotros. Puede que nuestra mayor vulnerabilidad nos haga más dependientes, sobre todo en estos tiempos de crisis, pero eso no significa que nuestra supeditación a las ayudas sea premeditadamente buscada.

En cualquier caso, quienes nos acogieron nos prefieren con un puesto de trabajo. Aunque la mayoría de ciudadanos dice no compartir el estereotipo que vincula inmigración con delincuencia, a la hora de la verdad se siente más segura si estamos ocupados. Dicho de otra forma, quien tiene un empleo no está en la calle, hace lo que debe y no comete fechorías. Por eso, las vacas flacas han comprometido tanto nuestra imagen. Y los discursos discriminatorios alimentados desde las instituciones no han ayudado a lavarla. Llámame Abdul, Muhammad o Hasan. Soy el inmigrante tipo de Álava. Y aunque te digan que sí, no llevo zapatillas de Prada.

Tensión. El 82% de los extranjeros residentes en esta provincia vive en Vitoria. En Rioja Alavesa, la presencia de población de origen africano es superior al 40%. Desde 2010, Marruecos se ha convertido en la nacionalidad más numerosa dentro de los inmigrantes alaveses. Hasta entonces, había sido Colombia. También en Gipuzkoa el ranking lo lidera Marruecos, aunque en menor proporción y seguida muy de cerca por los rumanos, el colectivo con más presencia en Bizkaia.