Vitoria. Si hoy en día vender un piso supone una odisea para cualquier propietario, querer desprenderse de tres es una quimera de magnitudes bíblicas. Bien lo sabe José Luis Oyanguren, cuya desesperación después de tres años intentando vender sus pisos, que necesitan ser reformados, le ha llevado incluso a ofrecérselos gratis al Ayuntamiento. La respuesta del Consistorio, a través de la próximamente extinta Ensanche XXI, fue clara: gracias, pero ni regalados. La decisión desborda ironía por los cuatro costados, porque el argumento que esgrimen para rechazarlos es que la rehabilitación de los tres pisos no es viable económicamente. Y no lo es, principalmente, porque el bloque, ubicado en la calle Pintorería 28, fue calificado en su momento por el propio Ayuntamiento como edificio protegido, al contar con una capilla en honor a San Prudencio.

Así, hace ahora seis años el Gobierno municipal reformó por su cuenta y cargo la fachada del edificio, decorada con grabados religiosos, pero se desentendió de las propias viviendas. José Luis se encontró así con que reformar sus tres pisos le obligaría a desembolsar unas cantidades que no puede asumir por su condición de bloques protegidos, pero tampoco puede venderlos por la situación del mercado inmobiliario actual.

"Desde que los puse a la venta hace tres años no he recibido ninguna llamada interesándose por ellos", lamenta. Por eso, cansado de tiras y aflojas con el Ayuntamiento, la sociedad ensanche XXI y la Arich, creada expresamente para la rehabilitación del Casco Viejo, José Luis tomó una drástica decisión: regalarlos al Ayuntamiento. "Hace ya dos años les dije que se los quedaran e hicieran con ellos lo que les diera la gana, y me dijeron que lo estudiarían y se votaría en Ensanche XXI. Vinieron a hacer un estudio de los pisos, pero el tiempo pasaba y no recibía ninguna respuesta", recuerda ahora este propietario.

De repente, más de un año después de su propuesta, José Luis recibe una carta de Ensanche XXI con una respuesta de dos líneas. "Su propuesta no ha sido aceptada", se limitaban a apuntar, sin más explicaciones. Fue el síndico, Martin Gartziandia, al que había acudido en su momento para pedirle ayuda, el que le tuvo que trasladar los motivos que habían llevado al Ayuntamiento a no querer los tres pisos ni como un regalo en forma de casi 250 metros cuadrados en total. Rehabilitarlos no es viable económicamente, por mucho que exista un plan de rehabilitación integral del Casco Viejo en el que se insta a los propietarios a reformar sus bloques para que queden bien bonitos y aseados.

"Estamos hablando de un caso paradigmático. Un reflejo fiel de lo que está ocurriendo en demasiados inmuebles del Casco Viejo. Deberíamos plantearnos que, si queremos preservar el patrimonio del Casco Histórico no podemos cargar todos los costes a propietarios que no tienen capacidad para hacerles frente, y más si hablamos de edificios protegidos como este caso", argumenta el defensor vecinal gasteiztarra. Y es que son situaciones como las que le ha tocado vivir a José Luis Oyanguren las que llevan a todo el mundo a hablar -con razón- de la desorganización y la falta de coherencia de las instituciones cuando un ciudadano se presenta con un problema.

Mil vueltas "Empecé hablando con Gonzalo Arroita cuando estaba al frente de la Arich. Luego se fue y pasé tratar este tema con Fernando Aranegui, luego con Fernando Aránguiz en Ensanche XXI, luego con Aranegui otra vez, luego con la arquitecta que estaba al cargo del estudio, luego con el síndico anterior, Javier Otaola, con el actual, Martin Gartzaindia, luego con la secretaria de Ensanche XXI...", enumera de principio a fin con frustración antes de subrayar que donde nunca le atendieron ni respondieron a sus misivas "fue en el propio Ayuntamiento". Así semana a semana hasta que hace cuatro meses Ensanche XXI se decidió a votar su caso -"siempre me decían que iba ser el siguiente tema sobre la mesa", rememora-, y decidieron que no querían hacerse cargo de tres inmuebles ni siquiera a coste cero.

"Sólo les interesa que los ciudadanos paguemos los impuestos y cumplamos lo que nos piden sin rechistar, como rehabilitar por nuestra cuenta y riesgo pisos que ellos mismos dicen que no son operaciones viables", lamenta finalmente José Luis, mientras el defensor vecinal de la capital alavesa insiste en que las instituciones deben ofrecer alternativas ante situaciones de desesperación como la suya. "Quizás hay que darle una vuelta al plan general de rehabilitación y buscar otra tipología de edificio, porque ahora mismo creo que no es atractivo ofrecer vivienda de 40 0 50 metros cuadrados en el Casco Viejo. Tal vez se podía construir un solo piso juntando dos o tres pequeños, no lo sé", lanza al aire el síndico gasteiztarra.

Al final, la crisis económica y la burbuja inmobiliaria han convertido la posesión de un inmueble en una espada de Damocles para gente que, como José Luis, los ha recibido como herencia y tiene que pagar impuestos como todo el mundo no por uno, sino por tres pisos con los que no puede hacer nada a expensas de una rehabilitación inalcanzable económicamente. "Esto se ha convertido en una carga enorme. Un suplicio. Me bastaba con que el Ayuntamiento se los quedara a cambio de no pagar más impuestos, pero tres años después sigo igual que el primer día", lamenta.

Mientras tanto, a este propietario de la calle Pintorería no le va a quedar más remedio que lanzar sus plegarias a San Prudencio, que ocupa la hornacina en el interior de esta pequeña capilla. Porque, por lo visto, los políticos hacen lo mismo que el patrón de la provincia alavesa cuando José Luis ha acudido en busca de su ayuda: quedarse como una estatua.