¿Que los políticos se sumen al carro de la sostenibilidad es bueno o malo para la causa?
A mí me parece que es bueno, ningún alcalde se atrevería a dar marcha atrás en materia verde, por eso es bueno que haya un consenso político y que esté quien esté se siga la línea que marca el CEA, aunque es evidente que el riesgo existe. Al CEA lo pueden dejar sin pasta...
Ya lo han dejado.
Sí, ha habido un recorte presupuestario importante, y ya se descabezó con el PSE... existe un riesgo cierto de que un momento dado venga alguien y lo desmantele, pero de momento hay consenso.
¿Le gusta cómo está quedando la Avenida?
La filosofía es buena, pero el resto de grupos no lo ven, y creo que cuando inicias un proyecto de esta envergadura hay que conseguir consenso para que el que venga dentro de dos años, si es otro distinto, siga en esa línea.
¿Cómo era la Vitoria en la que Andrés Illana creció?
La bicicleta era para los pobres, la gente con trabajo quería un coche a toda costa. En general se vivía bien, era una sociedad de barrio, algo que se ha perdido mucho.
Por aquel entonces se fumaba en el ascensor, se iba en coche a por el pan, se cambiaba el aceite en los caminos rurales, los niños torturaban a los gatos, y la basura incluso se tiraba al río. Parece que hace un siglo, ¿no?
Lo de ir a por el pan en coche todavía se hace, por ejemplo todo el mundo lleva a los niños en coche. Nosotros íbamos andando porque teníamos el colegio a 200 metros de casa. Yo vivía en la Avenida de Olárizu e iba a San Ignacio y nuestros padres nos veían desde la ventana. El tema del tabaco a mí me viene muy bien, yo nunca he fumado y antes cuando salía por la noches llegaba a casa oliendo fatal. Recuerdo también que, cuando Olarizu era un bosque impenetrable, los chavales iban con la carabina a matar pájaros o ranas, y eso ya no se ve. Ahora para cambiar el aceite del coche te tienes que esconder porque la propia gente te llama la atención. Antes dejábamos la basura en la calle y nadie se preguntaba dónde iba.
Una vez le confesó a este redactor que de críos sus amigos se dedicaban a tirar piedras a las ratas en Olarizu. ¿Se ha echado a perder esa vida asilvestrada que convertía la infancia en una aventura?
Sí, sí, desde luego. Hacíamos la caza de la rata, en lugar de subirnos a una mesa asustados íbamos a por ella con palos. Éramos un poco salvajes, en casa no había consolas y sólo teníamos dos canales de televisión, así que allí no pintábamos nada, estábamos todo el rato en la calle. Se hacían barbaridades, éramos depredadores, pero había también cierta ligazón con la Naturaleza. Recuerdo que una vez cogimos un cachorro, le hicimos una caseta y lo teníamos allá, no era de nadie, era del barrio. Ahora voy a casa de mis padres en verano, a la seis de la tarde, me asomo a la ventana y no hay nadie.