HAY vivencias que el paso del tiempo no puede desgastar. Iñaki Arriola aún recuerda con magnífica nitidez el piso de Izaskun en la calle Cercas Bajas. "Puedo ver el baño, el comedor, el salón... Nos sentábamos en el cuarto de estar, en el suelo, con unas pizarritas. Allí aprendimos a escribir, a sumar, a dividir...". Él fue uno de los doce primeros alumnos de aquel proyecto impulsado por varias familias gasteiztarras para educar a sus hijos en euskera. Lo hicieron en la clandestinidad, porque la lengua vasca no tenía lugar en la oficialidad del momento. Y hubo momentos difíciles, por la falta de reconocimiento y de apoyos institucionales, pero la aventura acabó fructificando. Cincuenta años después, aquel desafío asoma entre las nieblas de Portal de Lasarte convertido en la Ikastola Olabide, un centro educativo referente en Araba que ha sabido crecer fortaleciendo sus osadas raíces.

Andereños, maisus y alumnos echan estos días la vista atrás. Todos hablan con emoción de la primera profesora, una hija de padres guipuzcoanos nacida en la localidad navarra de Arribe que ha cumplido ya 86 otoños en la tranquilidad de una residencia. Ella abrió la puerta al desafío el 4 de diciembre de 1963. "Izaskun era maestra y enfermera, eso se notaba. Y nos hablaba en un euskera muy goxo, así que aunque yo llegué con tres años sin saber nada enseguida aprendí". Iñaki era uno de tantos niños alaveses nacido en una familia castellano-parlante por las circunstancias del momento. "Mi abuelo paterno era de Bizkaia y euskaldun, pero se casó con una alavesica, así que a mi padre ya no le llegó y luego él también se casó con una alavesa, con lo cual...", confiesa. Su aita, no obstante, jamás cejó en el empeño y se apuntó a cursos clandestinos. Por eso, cuando supo que algunos padres estaban organizando un conato de ikastola, no dudó en inscribir al niño. Era una oportunidad arriesgada, pero imperdonable.

Los complicados inicios no desanimaron a los promotores de la idea. A pesar de que la enseñanza en Cercas Bajas no podía tener reconocimiento oficial, a pesar de que el proyecto se cocinaba a escondidas, la demanda de inscripciones fue creciendo. En 1966 eran 34 los escolares incorporados al proyecto y antes de empezar el curso de 1967 había 85 apuntados. Estaba claro que la casa se había quedado pequeña e Izaskun no podía con todos los estudiantes. Tocaba volver a apostar fuerte. Los padres y madres alquilaron una casa en la calle Estíbaliz y contrataron a otra andereño, Garbiñe Etxeberria. A la vuelta de Navidad, se sumaría una más, Ana Oteiza. "Mi madre era de Rioja Alavesa y hablaba castellano. Mi padre era guipuzcoano y en casa usaba el euskera. Así que yo hablaba las dos lenguas, una cosa bastante rara por aquel entonces en Vitoria. Y alguien de la junta directiva, que me conocía, me propuso dar clases. Nunca me arrepentiré de haber dicho que sí", relata. Cuando se pone a recordar, a la tercera docente de Olabide -ahora prejubilada- le sonríe la mirada. "Tenía 22 años, no había llegado a terminar Magisterio porque al fallecer mi padre tuve que dejarla y no tenía mucha experiencia", confiesa, "pero con la ayuda de Izaskun, buena voluntad y la incorporación progresiva de nuevos apoyos fuimos sacando adelante el proyecto".

Ana siempre dio clases a los más pequeños, su fuente de alegrías. "Me quedo con el cariño que te dan, porque cuando se hacen más mayorcitos empiezan los problemas y no te quieren tanto", se ríe. Ella siempre les devolvió ese amor, inculcándoles a la vez la pasión por el euskera. Iñaki llegó a los diez años hablando a la perfección los dos idiomas. Para su desgracia, entonces tuvo que pasar al instituto. Por un año, sólo por uno, se quedó fuera del paso educativo a la EGB y, por tanto, de Olabide. "Y el cambio fue grande, porque todo era en castellano. Recuerdo que se me daban bien las matemáticas, pero las tablas las había aprendido en euskera y como te mandaban hacer las operaciones en alto hacía el ridículo y parecía que no sabía. Además, aunque por las tardes íbamos a la ikastola para mantener el euskera, ya no era lo mismo", lamenta el viejo alumno. Para cuando llegó a la Universidad, sólo le quedaban "recuerdos". Así que, acabada la carrera e inmerso en su nueva profesión, la docencia, decidió reciclar su memoria.

Tras siete años en Bilbao, Iñaki volvió a Vitoria y lo hizo para dar clases en Olabide. Cómo no, de Matemáticas. Si en el instituto le costaba decir los números en castellano, en sus primeras sesiones como maisu en la ikastola lo pasó "francamente mal" para explicarse al contrario. Ahora, es un bilingüe de sobresaliente. "Los erdaldunes que acaban aprendiendo y hablando euskera tienen mucho mérito", reconoce Eneko Uriarte, el actual presidente del Consejo Rector y otro viejo alumno. Él entró en Olabide con la inauguración de las instalaciones de Lasarte, en 1975. Para entonces, no obstante, habían sucedido grandes hitos. En 1968, a raíz del tremendo crecimiento de alumnos, los padres y madres implicados en el proyecto se animaron a legalizar la situación de la ikastola. Con ardides, claro. El 3 de octubre de aquel año, un oficio de la Dirección General de Enseñanza Primaria del entonces denominado Ministerio de Educación y Ciencia reconocía la existencia del Colegio Padre Raimundo Olabide. "Pusieron en la entrada una placa que ponía bien grande Ikastola, pero alguien dio el aviso y se tuvo que retirar. Claro que, como ya se lo olían, sacaron fotos para la posteridad", recuerda, entre risas, Iñaki.

De 1968 a 1972, el centro pasó de 85 a 496 alumnos. Los rectores fueron afrontando la evolución alquilando hasta tres edificios distintos en la avenida de Estíbaliz y acondicionándolos en un tiempo récord. La realidad seguía superando las expectativas de los más optimistas y el proyecto educativo dio un nuevo paso hacia su consolidación definitiva. El 24 de enero de 1973, el Ministerio de Trabajo aprobó la constitución de una cooperativa de enseñanza que, bajo la denominación Padre Raimundo Olabide, agrupó a las 360 familias de las que procedían los estudiantes de la ikastola. Su principal decisión fue la adquisición de 20.000 metros cuadrados de terreno en las proximidades de Lasarte para la construcción de un edificio, el primero de los que componen las actuales instalaciones del centro. Eneko y otros cientos de alumnos lo estrenaron el 19 de abril de 1975. Otro día para archivar en la memoria. Una nueva etapa llena de anécdotas. "Yo fui muy feliz allí. Y batallitas... Alguna se puede contar. Recuerdo que en la parte de atrás, donde ahora está el parking para profesores, había una montaña de tierra. Cogíamos unas tablas de otro inmueble que había en obras, las pintábamos de plastidecor para que resbalasen más y nos tirábamos", relata el actual portavoz de los padres y madres de la ikastola.

También hubo tremendos desafíos para la cooperativa tras el traslado a Lasarte. Las familias se enfrentaron a una etapa convulsa económicamente por la crisis y la inflación de mediados de los 70. Si se superó fue, en gran medida, gracias al trabajo en equipo de padres y docentes. "La participación y el compromiso son una de las principales señas de identidad de Olabide, ya sea para superar momentos difíciles o para organizar un partido de fútbol", asegura el actual director, Iñaki Zubialdu. Guipuzcoano y euskaldun de toda la vida, vino en 2001 a "la ciudad de los curas y militares, como se decía antiguamente" tras 23 años al frente de otra ikastola en Rentería. Se encontró un centro educativo "con dificultades económicas, de matriculación y liderazgo", pero con el apoyo del Consejo Rector y de los profesores "dimos la vuelta a la situación en tan sólo tres años". Ahora, la escuela que asoma en lo alto de Lasarte cuenta con 1.560 alumnos y cada año cien nuevas familias de Gasteiz confían en el proyecto. Los resultados hablan por sí solos: prácticamente el cien por cien de los estudiantes aprueba el examen de la Selectividad.

"Además, nuestro compromiso va más allá de las propias aulas", subraya Zubialdu. Prueba de ello son las actividades culturales y deportivas, la participación en el programa Agenda 21, el proyecto Bizi Zaitez para fomentar el uso de la bicicleta, la colaboración con centros educativos del extranjero o la formación continua de los profesores. Olabide se esfuerza por estar al día, un afán que también ha fructificado en premios. En estos años, el centro ha sido reconocido con galardones Q de calidad en 2005 y 2008, el EFQM en 2010 y, por dos veces, el Price. "A lo largo de este medio siglo, las cosas han ido cambiando a mejor en Olabide", asegura el director, "pero el objetivo por el que nació sigue plenamente vigente, y es enseñar en euskera con un sistema educativo de calidad".

No obstante, si le queda una espinita clavada al capitán de este gran barco es el escaso uso de la lengua vasca en la calle "Es un reto importante que debemos marcarnos, aunque también es verdad que no basta con que la escuela empuje. Nosotros hacemos nuestro trabajo y con buenos resultados académicos, pero es fundamental la actitud de la familia, así como del entorno y las instituciones". Él adoptó a un niño colombiano de ocho años y logró superar el primer curso de la ikastola. "Dedicación", apostilla. Una clave que los padres y madres de Olabide llevan grabada a fuego en su día a día desde que doce familias dieron el paso hace ya cincuenta años.