uesta imaginar bajo qué constelación el presidente Trump podría renovar mandato, pero los 71 millones de norteamericanos que votaron por él y los cambios que ha llevado al discurso público del país podrían convertirse en algo permanente y en una revolución dentro del Partido Republicano y de las coordenadas políticas norteamericanas en general.

Los demócratas, que esperaban llevar a la vida política del país una auténtica revolución, liderada por los elementos más radicales del partido, no consiguieron cambios ni en los diferentes estados ni en el sistema parlamentario de Washington. Si bien arrebataron un par de escaños senatoriales a los republicanos, su mayoría en la Cámara de Representantes parece quedar tan reducida que tendrán escasa capacidad de dejar su huella en la política del país.

La convicción de los sectores progresistas, alentada por una cobertura favorable de los medios informativos, quitó fuerza al centro del Partido Demócrata, con la consecuencia de que no pudieron capitalizar el descontento de muchos moderados por la covid-19 o el comportamiento poco presidencial de Donald Trump.

El resultado es malo para los demócratas: no solamente no conseguirán imponer una agenda considerada radical por muchos en Estados Unidos, sino que ata las manos a los demócratas moderados, cuyas ofertas políticas habrían tenido posibilidades de avanzar en la etapa post Trump.

Los republicanos, en cambio, a pesar de su derrota electoral que les ha hecho perder la Casa Blanca, pueden presumir de haber llevado el país a una revolución por lo que se refiere al escenario político.

En realidad, es la culminación de un proceso de años que empezó a verse claramente hace cuatro con la candidatura de Trump y que ahora parece consolidado: los demócratas, cuyo partido había representado siempre a la gente con pocos recursos, los obreros sin grandes cualificaciones, los negros, los inmigrantes, se ha ido convirtiendo en el partido de las élites y los intelectuales.

Los republicanos, en cambio, que antes representaban las grandes fortunas, los líderes empresariales y la gente con mejor preparación académica, se ha convertido ahora en el partido del pueblo: los agricultores, los obreros sin cualificar, los inmigrantes, tienen ahora una casa republicana donde se les da buena acogida.

Todavía hay más demócratas entre los negros, los inmigrantes o las mujeres, pero la emigración hacia el Partido Republicano es clara, algo que inquieta a muchos políticos demócratas.

Después de conocerse los resultados de las últimas elecciones, quedaba claro que los grupos menos favorecidos no esperaban encontrar socorro entre los demócratas y se agarraban a la mano tendida republicana

La personalidad de los nuevos políticos elegidos en el bando republicano ha cambiado en pocos años: pequeños empresarios, mujeres, políticos de diversos orígenes raciales son los que hoy pueblan los escaños que ha perdido el Partido Demócrata.

A los dos días de las elecciones, los congresistas demócratas se reunieron en el Capitolio de Washington para analizar el relativo fracaso electoral, pues la Casa Blanca difícilmente les permitirá avanzar las políticas que desean, a falte de suficiente apoyo parlamentario. Pidieron responsabilidades a sus líderes del Congreso por no haber sabido leer el sentimiento popular: han descubierto que posiciones radicales como la de eliminar la policía, las protestas interminables como las que han asolado los centros de varias ciudades durante el verano, o profundos cambios en la forma de entender la vida familiar o las relaciones sexuales, no son las que le ganan votos al Partido Demócrata. Al contrario, parecen haber espantado a sus seguidores habituales que buscaron refugio en los brazos conservadores republicanos.

El futuro presidente Biden tiene ante sí la tarea de hacer retroceder esta revolución, si no quiere que su partido vaya cediendo de forma continua sectores de la población al Partido Republicano. No le será fácil, porque a su lado tendrá a la señora Kamala Harris, la vicepresidente que escogió para atraer a los elementos demócratas radicales. Tal vez Harris, a la vista de los resultados, se avenga a cambiar de signo, pero los votantes que esperaban una nueva era progresista en el país, difícilmente aceptarán que todavía no les ha llegado la hora.