Es cierto que se nos va de la cabeza a menudo, como si no fuera España uno de esos países con un pasado dictatorial común al de Chile, Argentina, Paraguay, Panamá y tantos otros en los que ni verdad ni memoria, que escuece, sobre todo a los herederos/sucesores de apellido y pazos. La exquisita sensibilidad de los vencedores sirve tanto para mantener la herida taponada aunque supurante como para echar sal directamente sobre la úlcera, todo depende de quién reclame un apósito y a qué facción pertenezca exactamente, identifíquese.

Cuánto nos gustaría que el acusado fuera enjuiciado siquiera una sola vez por el mismo delito, pero a fe que dispone de buenos defensores. Está resultando muy difícil un siglo tras otro (el pasado y este coetáneo nuestro) que España sea capaz de curarse a sí misma, no hay forma de reparar el franquismo por un quítame allá esas cunetas; un quién queda vivo al que preguntarle por los bebés robados; un no me mientes a los muertos, que en cuanto a víctimas con solo mencionar las ajenas me sale la vena de la amnesia y la anestesia. Tan suelta como anda a veces la Fiscalía, en otras ocasiones se ve que la inacción es lo que predomina, ya se sabe que días de recursos, noches de archivo.

Ha coincidido en el devenir de la historia primero que hubo que convivir con, entre otros, la simbología del régimen, de puro y sano tránsito intestinal de dictadura a democracia. Segundo que ya para cuando llega la Ley de Memoria Histórica se era capaz de pronunciar con todas las letras que ya no quedan fosas por descubrir. Para entonces el público se declara harto del cine patrio, que no sabe más que producir siempre lo mismo, guiones sobre la guerra civil. Así que en plan pregunta qué ponemos en el apartado justicia para el conjunto de víctimas. Podría verse como una forma de explicar la impericia e inexperiencia del Estado en garantizar a partes iguales los derechos generales por bandos.

Desde luego, no ha habido dispendio público del gobierno de turno con las exhumaciones. Con la misma frescura con que se echa mano de la hucha de las pensiones, el desparpajo que se llevó por delante la Oficina de Víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura, la rapidez indiferente con la que desapareció el Ministerio de Igualdad. Son heridas que ya están cerradas, son solo ganas de recordar el pasado.