Salvados se ha asegurado el morbo al anunciar para mañana la presencia estelar de Pedro Sánchez. Toda una mueca esta sencilla complicidad con la audiencia, suficiente para que se enciendan las alarmas en la gestora del PSOE, temerosa al límite como está de esa hoja de ruta populista que el enrabietado ex secretario general teje en compañía de los suyos, y en especial de su esposa, su mejor aliado desde que un día le dijeron que podría llegar a presidente del Gobierno. Porque ahí, en ese pulso que nadie oculta por evidente, se fundamenta la auténtica paranoia que desquicia a la improvisada dirección socialista por encima, que también, de contar el número de rebeldes que le dicen “no es no” a la cara a Mariano Rajoy y en diferido, a Susana Díaz.
Como estandarte, ahora pasivo, de la creciente rebelión interna, Sánchez está obligado moralmente a irse del Congreso porque el explícito desafío a un Comité Federal pateando los Estatutos internos del partido es incompatible con querer dirigirlo meses más tarde. Lo debería hacer, eso sí, antes de volverse a sentar en el escaño y a partir de tan significativo momento empezaría la guerra de verdad. Quedaría la puerta abierta a los trapos sucios entre trincheras, a los puñales mediáticos, a las descalificaciones inmisericordes, al alineamiento obligatorio y, en suma, al desgaste. Es verdad que al dimitir perdería la proyección personalista que te asegura la condición de parlamentario, pero en los tiempos de las influyentes redes sociales y las tertulias ávidas de ruido encontraría rápidamente la compensación.
Así empezaría la tortuosa cruzada pedrista para conformar, en la primera etapa, una clamorosa exigencia en favor de la convocatoria de primarias y de un congreso del PSOE. En este lógico intento, alentado de salida por el empuje de una enardecida tropa que asiste indignada al viraje de la abstención socialista en la investidura de Rajoy, Sánchez conocerá en carne propia el precio de su osadía. Para entonces será de uso común dentro y fuera de las Casas del Pueblo que el ex secretario general jamás persiguió un gobierno alternativo y que solo ideó un plan para ganar tiempo y perpetuarse. En paralelo, la gestora del PSOE seguirá dilatando al máximo la consulta a sus bases porque le urge la exigencia de cómo liderar la oposición al precario Gobierno del PP entre la amenaza de unas elecciones anticipadas si aprieta la soga a Rajoy y el hostigamiento radicalizado de Podemos. Ante tan vertiginoso horizonte, posiblemente cuantificar la rebeldía de esta tarde en el Congreso representa el mal menor entre las obsesiones de Javier Fernández. De hecho, cuanto mayor sea el pelotón del no, más difícil será para la gestora aplicar medidas ejemplarizantes aunque les duela a los ortodoxos dirigentes susanistas. Solo un osado pirómano -y no es el caso del presidente asturiano- rociaría con la gasolina de la expulsión de al menos catorce contestatarios el fuego vivo que se desprende del profundo antagonismo que seguirá desgarrando a la atormentada familia socialista.