El cairo. Las fuerzas liberales y los islamistas en Egipto se enfrentaron en varias ocasiones desde la caída del presidente Hosni Mubarak el año pasado. Pero nunca la confrontación fue tan intensa como ayer. Las sedes de los partidos islámicos fueron atacadas con bombas incendiarias. Y en varias provincias se produjeron batallas campales masivas. En la ciudad septentrional de Alejandría, decenas de manifestantes resultaron heridos en choques entre opositores al presidente egipcio, Mohamed Mursi, y partidarios del mandatario.

Además, uno de sus cuatro asesores presidenciales, el copto Samir Morqos, presentó su dimisión "definitiva e irrevocable" por la decisión de Mursi de blindar sus poderes ante la Justicia. "Para nosotros, se trata de vida y muerte. Nadie debe callar", sentenció en la simbólica plaza cairota de Tahrir un activista cristiano, que tiene miedo de que los Hermanos Musulmanes conviertan a Egipto en un Estado que limite masivamente las libertades de sus ciudadanos y obligue a todos, cristianos y musulmanes, a obedecer la sharia.

"Mohamed Mursi Mubarak" podía leerse en un afiche que portaba un joven manifestante ante su pecho. Otro activista levantaba una pancarta que mostraba a Mursi como un faraón con la máscara de Tutankamón. Su mensaje era: el nuevo presidente egipcio es un gobernante nada democrático y por lo tanto no se diferencia de su antecesor. Las protestas tienen lugar después de que Mursi promulgara la noche del jueves una declaración constitucional en la que ordenó que todas sus decisiones sean "definitivas e inapelables" hasta que se apruebe una nueva Constitución.

Mientras miles de egipcios protestaban, el mandatario egipcio defendió su decisión porque dijo su objetivo es conseguir "la estabilidad política, social y económica". En un discurso ante una concentración de sus seguidores frente al Palacio Presidencial, el mandatario egipcio acusó a "quienes se esconden detrás de los jueces" por querer hacer descarrilar la transición a la democracia. "No me gusta ni quiero utilizar procedimientos excepcionales, pero si veo que mi país está en peligro lo haré, porque es mi deber", señaló, al tiempo que aseguró que tiende la mano a la "oposición real".

"Respetamos la justicia, porque en ella hay muchos individuos limpios, pero estamos frente a quienes se esconden tras ella. Los desenmascararemos; que no se piensen que no les vemos", agregó. Mursi insistió en que no pretende concentrar todos los poderes, como sucede ahora, al reunir en su persona el ejecutivo y el legislativo. En su declaración presidencial del jueves, también decretó que la Asamblea Constituyente y la Cámara Alta no puedan ser disueltas por la Justicia.

Unión de la oposición La decisión de Mursi de extender sus poderes más allá de la ley ha polarizado aún más a un país ya dividido, que se pregunta si ha embarcado a Egipto en una nueva dictadura o solo ha tomado un atajo para impulsar sus reformas. Su anuncio constitucional obró el milagro de aunar de inmediato a la llamada oposición civil (no islamista), fragmentada por la lucha de egos y las visiones políticas opuestas de figuras como el izquierdista Hamdin Sabahi, el nacionalista Amro Musa o el liberal Mohamed el Baradei, que ayer participó en las manifestaciones. La brecha entre los Hermanos Musulmanes, secundados por los salafistas, y la oposición laica ha crecido hasta cerrar la puerta a la posibilidad de una reconciliación nacional a corto plazo.

En el mejor de los casos, Mursi habrá adoptado por una arriesgada decisión para acelerar la aprobación de la nueva Constitución en un momento de parálisis causado por el boicot de los no islamistas a la Asamblea Constituyente, que además está amenazada de anulación por la justicia. En este sentido, sus defensores alegan que ahora cuenta con el poder necesario para hacer justicia a las víctimas de la revolución -ha ordenado repetir los procesos por los asesinatos de manifestantes- y para enfrentarse a un estamento judicial que, dicen, está copado por fieles al antiguo régimen.