3.735kilómetros. Eso es lo que ha aguantado el dedo y el cuerpo. La cosa no daba para más y, además, era imposible. Finisterrre-Sarajevo ha sido el recorrido andando después de más de siete meses y ahora el viaje adquiere otro rumbo, otra dimensión después de que el enésimo médico, esta vez de Sarajevo, me recomendara dejar de castigar al meñique. Las siete etapas por tierras bosnias se convirtieron en una auténtica tortura, no solo por el dedo, sino también por los cientos de perros abandonados a su suerte que se convertían en inesperados compañeros de viaje cada 500 metros. De esta manera, en Sarajevo, creo que tomé la decisión más sensata y decidí llegar a Jerusalén por otros medios. En los dos últimos meses y medio tan solo he podido andar mil kilómetros; tuve que parar una semana en Trieste, diez días en Zadar, con operación incluida, y otros diez en Sarajevo. El cuerpo no daba para más, así que cartas nuevas y nuevo viaje; esta vez en autobús, tren, bicicleta y lo que se vaya terciando, para tratar de llegar a la ciudad santa justo antes de las Navidades.

Y el nuevo viaje, en los destartalados autobuses de la antigua Yugoslavia, me llevó en primer lugar a una de las zonas mas duras, más áridas, allá donde la reciente guerra de los Balcanes todavía no ha cerrado sus heridas: la zona serbobosnia. En medio de impresionantes cañones y montañas todavía minadas se alza en la llanura Visegrad, ese lugar que evocó al premio Nobel de Literatura Ivo Andric a escribir su novela Puente sobre el río Drina, en la que evoca de forma magistral los problemas de religiones, sentimientos nacionales y diferencias que asolan a la antigua Yugoslavia.

A pesar de estar todavía en Bosnia, la zona de Visegrad, Gorazde y las llanuras del río Drina son totalmente serbias. Hay frontera, pero pasarla en un autobús de la zona serbobosnia no cuesta nada. De hecho, es el único sello que ni tengo en el pasaporte porque los de la frontera no se molestaron ni en mirarnos. Éramos amigos. Tras dejar la zona serbobosnia, tocaba adentrarse en la Serbia central, por Uzice, por Kralvejo, por Nis, lugares en los que todavía se tienen muy presentes los bombardeos de la OTAN, para llegar a Skopje, la vecina Macedonia, que trata de forjarse una identidad nacional a base de banderas y estatuas grandilocuentes y en permanente pelea con sus vecinos griegos.

Y precisamente Grecia, el país piloto de los experimentos de la troika comunitaria, es mi último destino. La ciudad de Salónica, aquella que tenía un equipo de baloncesto llamado Aris, donde jamás se ponía el sol. Y de Salónica, toca recorrer la costa del mar Egeo para entrar a Turquía y poder llegar a Estambul. De ahí a Jerusalén ya no queda nada. Me hubiera encantado poder haber realizado todo el trayecto andando pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. No puedo andar, pero puedo seguir. La pelea por defender una Política de Estado con el Alzheimer lo merece.