no le digas a mi madre que soy controlador aéreo; ella es feliz pensando que me gano la vida vendiendo droga en las puertas de los colegios. Qué tropa, qué casta, qué calaña. Y tienen el cuajo de llamar reivindicación laboral a la defensa de una tonelada de privilegios con los que sería incapaz de soñar el más iluso de los currelas. Les van a bajar medio grado la temperatura del jacuzzi y lo pagan con quienes no tienen ni agua corriente. No, no me refiero a las miles de personas que se han quedado sin puente. Eso es una faena, pero más allá de la bilis hirviendo y la impotencia, no es de la más graves. Además, no todo el mundo que se quedó en tierra se iba de naja. Los había, y no eran pocos, que iban a encontrarse con su familia después de años. Vi a uno llorar porque no llegaría al entierro de su padre. Muchos van a tener problemas serios en el trabajo. O lo perderán, sin más.
Todo eso le importa media higa al guapín de la mirada picaruela y a la panda de señoritos a los que hace de portavoz. Niñatos consentidos que no se han llevado nunca media hostia, están íntimamente convencidos de que lo suyo es mucho peor. Se ven en el catálogo de agravios por debajo de los recolectores de algodón de Louisiana. Sólo cobran 350.000 euros al año. Los hay que llegan a los 900.000. Y si alguien se lo recuerda, se enfadan, no respiran, y berrean que hablar de su sueldo es demagogia. Acto seguido, cogen la baja por estrés y consiguen que se cierre el espacio aéreo de todo el reino borbónico. Ellos, por supuesto, se quitan de en medio y dejan que se coma el marrón cualquier infeliz con uniforme que tenga la desgracia de estar de turno en los aeropuertos convertidos en amontonaderos de frustración y cólera.
No soy, ni de lejos, partidario de solucionar los problemas tirando de la soldadesca, pero ya que han entrado en juego los tercios, no lloraría demasiado si un chusquero pusiera a hacer flexiones en pelotas en medio de la pista de aterrizaje a esta cuadrilla de aristócratas del laburo. Luego, claro, una fregona, y a dejar las letrinas como los chorros del oro antes de la consabida imaginaria en los hangares.
Es sólo un desfogue. No teman que me haya poseído el espíritu del sargento Arensivia. Además, estoy seguro de que muchos de ustedes han asentido durante la fantasía y hasta la han adornado con dos o tres maldades más. Deberían reflexionar sobre eso los aguerridos controladores. Se han convertido en el colectivo social más despreciado. Tarde o temprano pagarán la factura.