Un conocido que ha estado un par de veces en la tele me contó que les daban diez euros y un bocadillo. A mí me sorprendió porque son bastantes horas. Para una tarde tonta o para vivir la experiencia, vale, pero no es para sobrevivir de ello”. Lo dice Jon Otazua, un bilbaíno que, concursando en Pasapalabra, presenció cómo movían a los espectadores de las gradas para que no se notara que eran los mismos, dado que se graban tres programas seguidos. Aunque algunos espacios llenan los platós a cambio de pequeñas aportaciones económicas, otros tienen lista de espera para acudir gratis y ha habido incluso un talent show en el que los asistentes tuvieron que pagar 45 euros de entrada, al ser considerado un espectáculo musical.
Ocupar de arriba abajo los patios de butacas televisivos trae de cabeza a más de uno. Xabier Arizkorreta, delegado de EITB en Miramón, reconoce que “buscar gente siempre ha sido un tema complicado y si el público tiene que ser euskaldun, nos cuesta bastante más”. Bastante más esfuerzo, se entiende, porque no les pagan a título individual ni tienen en mente hacerlo. “Nosotros nunca hemos llegado a profesionalizarlo, como se está haciendo en Antena 3 o Telecinco, en esos programas que tienen público de tarde o concursos del estilo de Pasapalabra”, comenta Arizkorreta, quien recuerda que “hace unos cuantos años” en una cadena privada se llegaba a pagar “entre 45 y 55 euros” a cada espectador del plató. En la televisión pública vasca, en cambio, se realizan aportaciones a los grupos o asociaciones que acuden a ver los programas para que las inviertan en un fin social. “En el caso de los menores, que tienen que venir con permiso paterno o una tutorización por parte del centro escolar, les damos entre 150 y 200 euros -que suelen ser para el viaje de estudios- por un autobús con 45 o 50 alumnos. Cuando buscamos un target más joven, entre dieciocho y veintitantos años, se utiliza el mismo sistema, pero con las universidades. Con los colectivos de personas con discapacidades solemos ser más generosos, pero no lo tenemos estandarizado”, explica.
Para nutrir de público a programas, como Sin ir más lejos, que se emite a la tarde de lunes a viernes, recurren a agrupaciones de jubilados, “que son los que más tiempo libre tienen”. “Vienen aquí a las tres y media, entran en el programa a las cuatro y tienen que estar hasta las siete y cuarto. Localizar a gente libre a esas horas nos resulta bastante complicado”, reconoce el delegado de EITB en Miramón. También lo es, dice, “conseguir gente que pueda estar disponible hasta las doce y media de la noche, que es cuando acaba Por fin viernes”. Con objeto de paliar estas dificultades, el ente ha optado por “reducir el número de público, no tener 50, 60 u 80 personas”, e incluir entre el mismo a expertos o afectados por la cuestión a tratar, ya sean “temas médicos, sociales o de otro tipo”, para que cuenten su vivencia. Lo ideal, admite Arizkorreta, sería contar con “un público de entre 24 y 55 años, que es el de mayor capacidad de consumo, con lo cual es el más apetitoso para inyectar publicidad en el programa”. No obstante, reitera, “en nuestro caso es complicado y, además, con la dificultad de las dos lenguas”.
Camisetas reivindicativas Dada la edad de los asistentes, no es raro que de cuando en cuando a alguno le flojeen las fuerzas. “Cuando hay que estar tres horas sentado y con cierta tensión al sentirse observado por las cámaras, la gente se pone nerviosa y hemos solido tener algún tipo de mareo o desvanecimiento, como el que sufrió hace unas semanas un señor de cierta edad”, señala el delegado de EITB en Miramón. Los movimientos intestinales, acentuados por los nervios, hacen que cuando menos se lo esperan alguien del público tenga que abandonar repentinamente el plató. “En algún programa en directo, estilo El lehendakari responde, ha habido que sacar a alguno de los que tenían que preguntar porque no podía aguantar”. Tres cuartos de lo mismo le ha pasado, presa de la emoción, a algún que otro concursante de Gu ta gutarrak.
Lo habitual es que el público asista en silencio a las grabaciones, pero a veces hay quien se lanza a opinar sin ser preguntado. “Algún caso se ha dado de decirle al interlocutor que está allí: Oye, eso no es cierto o sí lo es, pero afortunadamente nunca se ha producido a ningún extremo resaltable”, afirma Arizkorreta. A falta de micrófono, hay personas que se hacen oír luciendo camisetas reivindicativas. “Si está ocurriendo, está ocurriendo. Desde realización se trata de ser lo más discreto posible y que no interrumpa el devenir del programa. Alguna reivindicación de personas puestas en pie e incluso alguna salida de gente sí hemos tenido ante algún tema, pero son anécdotas que no tienen mayor significado. El conductor del programa dice: Parte del público se ha sentido no representado en esto y se ha ido. Hay que tratarlo con la mayor naturalidad posible y punto”.
Ceden SUS DERECHOS DE IMAGEN “Nosotros nunca hemos pagado ni cobrado al público por asistir”, asegura Víctor Sanz, responsable del departamento de público en Gestmusic, una productora que dice no tener problemas para llenar las gradas. “Tenemos lista de espera para todos nuestros programas. La gente que viene, en la mayoría de ocasiones, repite y eso nos hace tener siempre gente en stand-by”, señala.
Los asistentes, detalla, tienen entre 14 y 60 años, la proporción de mujeres es siempre mayor a la de hombres y “los programas más solicitados son los de noche o musicales, ya que suelen grabarse en un horario extra laboral”. Sus motivaciones, añade, son variadas. “Asistir como público es vivir un espectáculo en vivo, es como ir a un teatro o a un concierto. Hay muchas personas que asisten para ver la televisión por dentro y otras por diversión. En ocasiones nos dicen: Cuando estoy en vuestro programa, me olvido de todos los problemas, me río, me divierto, así que también podríamos considerarlo una terapia”, explica.
Ser mayor de 14 años, si el programa es de tarde, y de 16, si se emite en horario nocturno, es el único requisito exigido para acudir a la tele de la mano de esta productora, que pone autocares a disposición de “los grupos que se desplazan desde diferentes zonas de Barcelona y alrededores”. Una vez en el estudio, desvela, juegan con el colorido del vestuario y las edades para distribuirlos en las gradas. “Nos gusta que se vea un público variado, ni todo joven ni todo mayor”, indica Sanz.
Antes de entrar en plató, los asistentes deben “firmar unos derechos de imagen”, aunque “tienen libertad para aplaudir y sonreír cuando consideren”. Además de “un refrigerio, reciben un recuerdo del programa: tazas, llaveros, camisetas, gorras, mochilas...”, enumera este responsable de Gestmusic, quien cuenta que hay incluso quien se lleva mucho más que un artículo de merchandising. “Hace año y medio se conocieron dos personas de unos 25 años en el plató de Ahora caigo, el animador les dio juego en los momentos de descanso y quedaron en irse conociendo. Hace poco volvieron y son pareja”, relata Sanz.
Habituados a que algún espectador se levante en directo para ir al baño, tienen “estrategias para que no se vea el asiento vacío y para que tampoco se vea por pantalla que esa persona se esta levantando”. Como contrapunto a tanta diversión, alguna vez “alguien que está en plató recibe una de esas llamadas desagradables que llegan en algún momento de tu vida cargadas de malas noticias y tú eres el que estas ahí para darle el primer abrazo de ánimo”, lamenta este profesional.
Pese a la mala coyuntura económica, en las dos principales agencias que abastecen de público a programas de televisión en Madrid no han notado un incremento de ciudadanos en busca de ingresos extras. “Los que quieren ir a un plató a ver la grabación, en vez de verlo desde el sofá de su casa, se están comportando como siempre. Hay más crisis, pero aquí está todo igual”, sostienen en una de ellas. “No es un trabajo remunerado. El dinero que se les da es una ayuda para el transporte y la manutención. No se puede vivir de esto, así que la mayoría acuden a los programas porque les gusta”, confirma Penelope Snelling, directora de la agencia que lleva su nombre.
Con 19 años de experiencia a sus espaldas, esta profesional asegura que “cualquier persona puede asistir de público, aunque dependiendo del tipo de programa nos demandan unos perfiles determinados, sobre todo relacionados con la edad”. Añade que “jamás” han cobrado al público por ir a la tele. Ni por echarse una cabezada. “En alguna ocasión alguno ha descansado los ojos, pero muy brevemente”, lo disculpa.